ONOFRE ROJAS
Todos los estudios que se han realizado en los últimos años en América Latina coinciden en el desencanto que sienten los ciudadanos y ciudadanas de nuestra América con los partidos, sus dirigentes y sobre las organizaciones públicas que sustentan la institucionalidad democrática en la región. A pesar de las advertencias que revelan los estudios y de los diferentes procesos de enjuiciamiento a lideres y cabezas de grupos continua el festival de corrupción, prosigue la desidia para entender las sociedades y particularmente se evidencia una falta de compromiso de buena parte de las élites políticas con los problemas de la gente.
Uno de los fenómenos que ha irrumpido con más fuerza, desde hace varios años, como forma de dominio político es el clientelismo. El mismo se fundamenta en que los dirigentes a diferentes niveles cuentan con seguidores (clientes) que participan de las campañas, que son estimulados con viáticos y pagos permanentes, al tiempo que cuentan con la promesa de ocupar cargos una vez se asume el gobierno, el Congreso a los ayuntamientos.
Por ello se ha estimulado el desarrollo de una cultura dentro del partidarismo nacional de que todo el que participa en política deberá ocupar una función pública. Al generarse esa expectativa se produce más adelante una contradicción entre quienes acarician la idea de ser funcionario público y la dirigencia partidaria que una vez asume la conducción de la cosa pública se muestra imposibilitada de satisfacer las demandas de las bases.
Dichas demandas son imposibles de satisfacer desde el punto de vista de una lógica elemental de continuidad de la función pública, pero también desde el punto de vista matemática. Definitivamente los números no cuadran. Es imposible satisfacer a los que votaron. Cuando se restan los puestos permanentes de militares, policías, médicos, maestros y otros funcionarios de carrera es realmente muy poca la cantidad de puestos públicos de los que dispone un nuevo gobierno.
Fue el PRD el partido que más puestos generó en la administración pública en el pasado gobierno superando la barrera de los 400 mil empleados; sin embargo el impacto negativo que tuvo esa política en el conjunto de la economía, junto a la insatisfacción de muchos que no obtuvieron lo que esperaban es la muestra más palpable de las consecuencias nefastas del clientelismo en la vida pública y partidaria.
Una organización política de avanzada se supone que llega al gobierno no con la finalidad de satisfacer los intereses exclusivos de sus partidarios, sino que su misión consiste en generar las condiciones para la satisfacción de las expectativas de la sociedad como conjunto. Desde ese punto de vista el arribo a la conducción del aparato público es un medio y no un fin en si mismo. Parece una distinción elemental, pero resulta extraordinariamente importante a la hora de plantearse un modelo para la conducción de la administración pública.
Es muy distinta una administración en la que los que la sustenten estén persuadidos de que ella es un medio para la reforma del Estado y la sociedad con la finalidad de solucionar los problemas sociales; a aquella que se entiende como el fin que procuraron durante años de militancia para satisfacer los apetitos de poder de los nuevos inquilinos de la administración.
Mientras las organizaciones políticas continúen alimentando la idea de que desde el gobierno se solucionaran todos los problemas de los militantes, ahí estará incubado el germen de la autodestrucción partidaria. Desde el Estado se debe luchar para su transformación, para reformar la economía y la sociedad y generar las condiciones sociales, económicas e institucionales que garanticen el bienestar de la sociedad como conjunto.
Una fuerza política con vocación por el bienestar público cuando asume responsabilidades públicas lo hace para acelerar los cambios que garanticen pleno empleo, salud, educación, seguridad ciudadana, vivienda digna, espacios públicos saludables y confortables, entre otras reivindicaciones sociales fundamentales.
De ahí surge la necesidad de fundar la acción política en ideas esenciales, en valores y prácticas que la hagan distinta del tradicionalismo partidario, clientelista que impide visualizar las tareas fundamentales de una organización política, la cual debe garantizar el alimento ideológico a su militancia, así como un horizonte de futuro claro al conjunto de la sociedad.