La avaricia rompió el saco…. ¿Qué vendrá ahora?

La avaricia rompió el saco…. ¿Qué vendrá ahora?

En 1989, por estos días de noviembre, unos martillos derribaron una ideología. En 2008, la codicia echó a pique la (aparente) solidez de un boyante sistema financiero que se pintaba, o se hacía creer a sí mismo, o pretendía que los demás así lo percibieran, como la gran respuesta a las penurias económicas del mundo.

Cuando en 1989 la población, enardecida por la algarabía del fin de una era de tormentos económicos, sociales, políticos y de derechos individuales, arremetió contra el Muro de Berlín con picos, martillos, haciéndolo pedazos, el mundo asistía al entierro del comunismo.

Entierro que, dicho sea de paso, Juan Pablo II vio con buenos ojos, por haber sido él testigo de sus abusos al ser humano, aunque alertó de los posibles excesos que podrían venir luego por encontrarse solo, libre el capitalismo, para hacer y deshacer, sin el contrapeso que antes tenía.

A pesar de todo, sus advertencias quedaron cortas. La avaricia no tiene límites, y ahí tenemos los resultados de la catástrofe financiera, viviéndolos, aunque con otro matiz, tan en carne propio, como en su momento –no tan lejano- vivieron y padecieron los rigores del comunismo quienes estuvieron sometidos a esta ideología.

Con picos y martillos contundentes cayó una idea en 1989.

Con algo intangible –con una plácida óptica de disfrutar la vida, con una filosofía de vida- en 2008 se derrocó al todopoderoso monarca de los días que corren… y los mercados financieros se tambalearon y colapsaron.

Al parecer, el marxismo tenía raíces más sólidas y profundas, lo que llevó a que para su derribo hubiera que arremeter contra un sólido muro de concreto armado de 3.6 m de altura, coronado por alambres de púas, y largos y tortuosos kilómetros de longitud.

El indiscutible soberano del mundo económico, hacedor casi instantáneo de fama y gloria monetaria  por obra y gracia de la especulación, de negocios ficticios, cuyos cimientos y estructura se pensaron indestructibles y se creyeron de interminable duración, cayó víctima de la insoportable levedad de actitudes egoístas, siendo fulminado por su propia andadura, la ambición.

Anda el hombre ahora rompiéndose la cabeza en busca de algo alternativo, de una nueva realidad, que haga real la existencia, que lleve al humano a coexistir armoniosamente, dentro de los imposibles márgenes de lo posible, con sus desmedidas apetencias.

Antes, estuvimos en el extremo de las restricciones de todo tipo.

Pasamos luego al extremo del uso y disfrute irrestricto de las libertades de todo tipo.

¿Qué nos queda ahora?

¿Probar con algo más moderado, donde ciertamente haya plenas libertades, pero con incuestionables indicaciones, determinadas directrices que orienten nuestros pasos, y que no podrán ser contravenidas así por así, por el simple hecho de enarbolar el himno de la libre empresa, de la libertad de elegir a contrapelo, y cantarlo mientras se lleva a encuentro su abanderado todo lo que halle a su paso?

¿Seremos capaces de dar con ello, sin que los defensores de la libertad salvaje se rasguen las vestiduras y sus gritos resuenen como el de víctimas acorraladas camino al matadero?

Tal vez el hombre debería aprender que los extremos no son recomendables, en ninguna de sus actividades, ni por exceso ni por defecto, ni hacia un lado ni hacia el otro, y que una posición o actitud más mesurada puede dar como resultado una convivencia más armoniosa, sin tanto sobresalto innecesario y perjudicial.

Los extremos que se han probado hasta el momento al parecer no han sido muy satisfactorios, aunque sí parcialmente exitosos para los pocos que se han beneficiado de su disfrute.

¿Qué vendrá ahora? ¿Algo más equitativo? ¿O seguiremos padeciendo ad infinitud la crudeza del universo antinómico del poder económico y político y el grito desgarrador, desesperado de cientos y cientos de millones de seres humanos que buscan poder vivir?

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