La Avenida Mella, del esplendor de ayer a la decadencia de hoy

La Avenida Mella, del esplendor de ayer a la decadencia de hoy

Para 1927 ya la avenida Capotillo se perfilaba no solo como una de las más hermosas vías de la capital sino como la principal, “ancha, larga, con muchos edificios nuevos, varias casas de dos pisos, establecimientos comerciales importantes, un teatro, una animación y una vida sorprendentes… se observa el progreso y las casas de madera van desapareciendo ante el concreto y la mampostería”, describía el editorial de La Opinión el 13 de enero de ese año.
La atención oficial y la inversión privada estuvieron puestas en la Capotillo. En 1928, Pedro A. Ricart, secretario de Estado de Sanidad y Beneficencia; M. A. Cocco y el síndico Augusto Chotín compraron propiedades para prolongarla y apenas un año después ya se establecía en esa ruta el sistema de conchitos.
Los moradores de Villa Francisca, que al igual que los de Villa Duarte fueron de los más golpeados por el ciclón San Zenón de 1930, encontraron refugio en el Hospital Número 10 de esa avenida que se recuperó con rapidez de los pocos estragos que le produjo la tragedia, como fue el alumbrado, porque ya el 7 de agosto habían concluido los trabajos de su “entarviado”.
Su vida, a partir de entonces, fue de esplendor, fama, gloria. En 1933 se instaló allí una hermosa fuente iluminada que lucía imponente en el triángulo con Arzobispo Meriño, “prolongándose hacia el norte” y fue brillante la inauguración del puente Ozama y del tramo que lo empalmaba con la Capotillo en un acto aprovechado por Trujillo y sus funcionarios más preclaros para atribuirse lauros. Dijo el tirano que su meta era “crear lo que falta y rehacer lo perdido”, lo que según sus palabras era “ley de su pensamiento y de su brazo”.
Con la película “Casino de París”, reproducida con nitidez de sonido en un equipo Víctor Photophone, quedó abierto al público el teatro Apolo el 15 de septiembre de 1938.
Ante tantas novedades, espectadores, clientes, transeúntes, fue necesario dar cabida a un banco por lo que el 7 de febrero de 1949 abrió sus puertas el Banco de Reservas. Benjamín Frías presentó al cobro varios cheques que en total representaron la suma de dos mil 875 pesos con 53 centavos. La segunda operación consistió en la apertura de una cuenta corriente de la firma comercial Chabebe Hermanos.
Lo que pasaba, se instalaba o se vendía en la Capotillo era noticia diaria o motivo de comentarios en la prensa. “Nadie podría explicar con facilidad cómo esa vía ha adquirido en el curso de los últimos cinco años importancia tan extraordinaria”, escribió un reputado articulista.
El 19 de agosto de 1942, La Nación destacaba la inauguración del Mercado Modelo, bendecido por el arzobispo de Santo Domingo, Ricardo Pittini y elogiado por R. Paíno Pichardo, secretario de la Presidencia que representó a Trujillo.
En el interior del edificio se destacaba un busto en bronce de tamaño heroico del Generalísimo, obra del escultor Manolo Pascual, colocado entre una bandera nacional y otra de la ciudad. Un año y siete meses se tomó la construcción del Mercado, que estuvo a cargo del ingeniero Guido D’Alessandro.
No solo vino a suplir la necesidad de alimentos sino que se convirtió en un atractivo para el turista. Dos grandes escaleras daban acceso a la nave central y cuatro secundarias completaban la circulación.
Bóvedas sostenidas por vigas arqueadas, arcos simbólicos, linternas con chimenea de aire, franjas de luz cenital, enormes corredores caracterizaban esta magistral edificación dotada de instalaciones sanitarias, restaurantes, 34 casillas para el comercio y diez destinadas a fuentes de soda, torrefacción de café, farmacias, ventas de mercancías, mercaderías y efectos de fantasía.
Contaba con 51 mesas para el expendio de frutos menores construidas en granito y en la tercera planta se colocaron las casillas destinadas a la venta de carnes, pescados, aves, dotadas de grandes frigoríficos eléctricos, entonces los más modernos en su clase.
Esta lujosa obra tenía estación de policía, dispensario médico, sala de emergencia, mobiliarios contemporáneos, perfecta iluminación con los sistemas de alumbrado de última generación, ventilación que ofrecía salubridad máxima.
Hoy este mercado es modelo de inmundicia, una amenaza para la salud física y emocional, surtido de basura, cueva de libertinaje y vicios donde la limpieza dijo adiós para siempre.
Dos años después vino a engrandecer esta calle el moderno Cuartel de Bomberos cuya inauguración fue también una apoteosis.
Más que una avenida, la Capotillo semejaba una ciudad. Los capitaleños se aglomeraban en el periódico La Nación, guiados hacia su local por sus toques de sirena: un pitazo largo: a las ocho de la mañana; dos, noticia nacional; tres, noticia internacional. Afirman algunos que de ahí derivó el nombre de la famosa tienda La Sirena, emblema de esa calle.
El tradicional desfile de Reyes se iniciaba en el edificio de los bomberos y recorría toda la vía. Los cristales, espejos, pinturas, materiales de construcción, máquinas de escribir, sumar, calcular, los juguetes, gomas, tubos para automóviles, ferreterías y quincallerías, efectos dentales, materiales quirúrgicos, estaban en la Capotillo y estos negocios se fueron multiplicando en esa avenida.
“Y cuando el viejo cascarón de la ciudad se duerme y el terral refrescante viene desde las lomas, la avenida Capotillo sigue en vigilia emocional, tal como el corazón de un cuerpo que latiera mientras los nervios se serenan con el reposo del cerebro”, decía la Revista Municipal en un trabajo sobre esta arteria.

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