La bancarrota ideológica

La bancarrota ideológica

Fernández Mármol, Ángel Miolán y Secundino Gil cubrieron una etapa importante dentro de la vida del PRD, pero su perfil conservador no constituyó un obstáculo en la construcción de una organización capaz de conectar con el interés de la gente. En ese periodo, los anhelos de justicia social, retorno de los exiliados y cese de la persecución política asociaba a la franja conservadora con la agenda de núcleos ciudadanos importantes que, ubicados en todo el espectro ideológico, entendían viable el desarrollo de una fuerza electoral en capacidad de ganar las elecciones.

Camilo Lluberes, José Antonio Najri y Ramón Báez Romano no renunciaron a su condición de empresarios para asistir financieramente al partido blanco. Eso sí, las contribuciones no distorsionaron la esencia partidaria.

Un visionario, como José Francisco Pena Gómez, desarrollaba los equilibrios necesarios y creaba los ambientes internos en los que la diversidad se sentía representada. Burgueses, intelectuales, campesinos, clase media, jóvenes, mujeres y sectores emergentes no se resistían al cambio representado por el PRD.

En la actualidad, el problema de la franja liberal es que no tiene un líder en capacidad de articular esa heterogeneidad y una fatalidad consistente en las fuerzas democráticas se repite: los egos pueden más que la razón.

Además, la bancarrota ideológica disminuyó al PRD como catalizador electoral de un abanico de sectores sociales con la fuerza suficiente para estimular una gran coalición, porque en el esquema de dominio conservador, la organización hegemónica ha sido cooptada, y desde adentro, la obstrucción orquestada coloca al frente de la formalidad institucional a reconocidos exponentes de una transacción político/electoral donde el partido pierde, pero ellos reciben beneficios económicos.

Lo que puede ser interpretado como un nuevo ciclo de confrontación interna y los intentos de perfilar proyectos guarda en sus entrañas una visión totalmente opuesta a la tradición partidaria donde las pujas presidenciales marcaron modalidades de distanciamientos alrededor de aspiraciones. Ahora, resulta distinto, y la especificidad del esquema ha sido construida alrededor de un vínculo con los adversarios para hacer del PRD una caricatura opositora donde sus históricas banderas de lucha fueron sustituidas por el pactismo y amarres capaces de garantizar a sus promotores migajas de poder ante la inviabilidad de candidatos, sin ningún tipo de posibilidad, pero su presencia en las boletas o jefaturas partidarias cumple con las formalidades de procesos competidos donde la derrota electoral es garantía de participación.

Lo recuperable es el vínculo con la gente, sus urgencias y la necesidad de cambio. De lo contrario, la bancarrota ideológica podría crear las bases para reducir a la insignificancia al instrumento electoral por excelencia que tienen los sectores democráticos. De ahí, la insistencia de un sector minoritario en desvanecer toda manifestación diferenciadora donde la reivindicación programática, la agenda social y la defensa de los sectores populares caracterice el comportamiento de la organización.

Aun dispersos, en organizaciones diferentes, existe un sentimiento liberal que debemos promover conscientes de los riesgos y las fuerzas que atentan contra un bloque exitoso. Por eso, la recuperación de los sectores progresistas pasa por impedir que el partido blanco sea una letra de cambio comercial para las elecciones del 2016.

 

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