La barahúnda social

La barahúnda social

–Los he invitado a los tres para confirmarles que el próximo domingo será estrenada la nueva campana de esta iglesia. Pirulo, desde luego, ya lo sabía porque él ha sido el encargado de instalarla; también el señor Custodio ya estaba enterado del asunto; su almacén ha corrido con los gastos de compra y transporte de la campana. Sin embargo, la viuda Edelmira no sabía que su difunto esposo Arnulfo había hecho todas las gestiones de lugar para la importación de la campana. He anunciado esa inauguración la semana pasada, después de la misa.

–Quiero explicarles a ustedes que el sonido de la campana se escuchará en toda la zona. Servirá para avisar a la gente, con alguna anticipación, la hora de la misa. Ustedes también saben de la necesidad de que se realicen obras de interés colectivo, como barrer calles, limpiar cañadas, desinfectar ciénagas. Usaremos la campana para convocar a esos trabajos de ayuda a los demás. Es importante que los vecinos comprueben que estamos organizados y podemos resolver algunos de sus muchos problemas. La mayor parte de los que viven en este barrio se sienten desamparados. Es bueno que experimenten las ventajas de la solidaridad.

–Doña Edelmira tocará la campana primero que todos nosotros; luego la tocará Custodio, empresario donante, y después Pirulo, técnico e instalador gratuito en esta parroquia. Pero ustedes tres tendrán misiones especiales en lo porvenir. Por el carácter y por la educación, están obligados a asumir mayores responsabilidades que otros buenos feligreses. Estamos rodeados de ladrones por todas partes; la gente no tiene confianza en la policía; ni tampoco en los políticos en campaña. La barahúnda social de esta época abarca casi a todos los países. El desorden reina en todas partes.

Pirulo miraba fijamente al cura, con la gorra sobre los muslos; el señor Custodio, con las piernas cruzadas, absorbía cada palabra de Servando. Doña Edelmira, en pantalones, blusa ancha y sandalias, observada las caras de los tres hombres. –Para meter una moneda en una alcancía hay que ponerla de canto de lo contrario no entra. Deberíamos escurrirnos por una ranura para combatir los delincuentes. La “teología de campo” no es campestre; es urbana; la ciudad es un volcán.

 

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