La bendición del mulataje

La bendición del mulataje

Rafael Acevedo

La tradición hebrea narra acerca de una mujer de piel bronceada, una “india”, le decimos en el Cibao a la mujer de piel bronceada, que nos gusta tanto; piel canela, como la canción del gran boricua Bobby Cappó, interpretada por Los Panchos y la magnífica Eydie Gormé.
“Soy morena porque el sol me miró”, dice la Sulamita, excusándose por no ser blanca, aunque es la favorita del rey.
Y es claro, el sol la miró porque su color de piel agradece las miradas, y devuelve la luz con bellos matices. No así el blanco, que refleja la luz con monocromía, encegueciéndonos. El negro, a su vez, no devuelve la luz.
Dios seguramente tuvo siempre en su Plan a nuestro mulataje, a esa gama de matices entre el fulgor enceguecedor y la negrura que poco o nada nos deja ver.
Nuestra mezcolanza ha sido un proceso, doloroso, como los partos que da a la luz a la criatura naciente. Nuestro mulataje ha costado mucho sudor y lágrima. Fue esclavitud, luego servilismo, para ser luego libertad. Libertad que se ganó también con el sudor sobre el surco y el sembrado. Somos la raza del futuro: todos los seres formando un solo mestizaje.
Ni la propaganda elitista y racista de Hollywood, ni la mercadotecnia podrán confundirnos. De hecho, nuestras gentes nunca le creyeron a la cinematografía ideologizada: porque no sabían leer solo veían películas mejicanas, donde el héroe es casi siempre un chaparro mestizo.
Hoy el mundo se amotina, los blancos encabezan protestas contra un racismo fuera de lugar y tiempo; y la humanidad se yergue sobre los valores de Cristo, aunque no quiera a veces admitirlo.
Los turistas volverán siempre, porque nos aman: el dominicano no tiene es amble y no tienen sentimientos de inferioridad
Posee, además, la fe, la libertad, y esta piel que armoniza colores.
Aun nuestros más encumbrados, tienen su mulataje ancestral; o son descendientes de extranjeros humildes, laboriosos y afables, que vinieron a trabajar y a encontrarse paz entre los criollos, siempre acogedores.
Quedan en algunos lugares atisbos y reminiscencias de racismo; pero desde Duarte y los febreristas, y aún entre los hateros semi esclavistas, surgieron mulatos de piel dura y guerrera. Luperón y Lilís, y toda una cepa gloriosa de restauradores, derrotaron el racismo y clasismo. Los tabaqueros del Cibao hicieron de la labor agraria y gregaria, la flor y nata de nuestra democracia. Lo poco que queda de racismo sirve más bien como testimonio de lo ocurrido y para fijar el rumbo de nuestra raza. De nosotros aprendieron a ser libres las hoy grandes naciones del mundo civilizado; sus clases medias, especialmente estadounidenses y europeas, con quienes compartimos la formación cristiana: saben, en la raíz de sus consciencias, que no es posible agradar a Dios, al tiempo de despreciar al prójimo; menos aún tan solo por su piel.
La mayoría de nosotros somos inmunes a racismo viral. Nuestro mulataje es vacuna y bendición; y el sol, y nuestras almas, se regodean en las criollas sonrisas, y en los bellos matices de nuestra piel.

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