La bestia anda suelta

La bestia anda suelta

España y los españoles han llorado, con todo el dramatismo y la intensidad de que son capaces, estos nuevos muertos del terrorismo. Hasta ayer domingo eran 201 los muertos y más de 1,500 los heridos, entre estos unos 30 y pico que se encuentran en estado de gravedad.

Pero con España hemos llorado todos y hemos lamentado la pérdida de tantas vidas, la destrucción de tantos hogares y de tantos sueños individuales. Porque todos nos hemos sentido arrinconados por la barbarie, por la irracionalidad, por la perversa restauración de la ley del talión.

Viniere de donde viniere, el terrorismo siempre será una bestia ciega que golpea, hiere, mata y humilla a todos por igual, a culpables y a inocentes. Cuando se hace en nombre de la política es igualmente de irracional que cuando se levantan banderas étnicas, prejuicios culturales o la venganza pura y simple.

En los años setenta conocimos los horrores del terrorismo, de un terrorismo que se esparcía con rapidez por todo el globo. Entonces tenía carta de una legitimidad que le daban intelectuales y políticos para quienes la violencia era la partera de la historia. También la derecha tenía sus escuadrones de muerte y exterminio y sus asesinatos selectivos. Eran, unos y otros, grupos que asumían una actitud vicaria y mesiánica y buscan instaurar en el mundo la justicia que ellos entendían necesaria, destruyendo a quienes también ellos consideran que había que destruir.

En Israel, en Palestina, en Francia, en casi todas naciones sudamericanas y también aquí en Santo Domingo hemos vivido los horrores y la insensatez del terrorismo, casi siempre en nombre de una causa, de una ideología, de un fin que llaman superior. Madres, padres, hijos, esposas, novias, novios y amigos han sido heridos física y emocionalmente por las obras del terrorismo.

Como hemos visto en estos días gracias a la capacidad de comunicación de la televisión, las muertes y las heridas provocadas por los actos de terror son las más espeluznantes, las más desgarradoras, las más infernales, las menos humanas.

Gente inocente que se dirigía a la universidad, a la escuela, al lugar de trabajo, a la iglesia, a visitar un amigo, a llevar los hijos al médico, a comprar un libro o los alimentos de la familia, gente que iba a prodigarle un beso a su amada o a expresarle gratitud a un amigo que necesitaba afectos, esa gente se encontró, de súbito, sin buscarlo y sin esperarlo, frente a las bombas de la muerte, frente a las explosiones de la venganza, de la insania y de la sinrazón.

Para los que quedaron en casa y esperaban por esa gente el dolor de la noticia, de la macabra noticia, es inenarrable.

El terrorismo ha sido enarbolado por quienes creen que la violencia es un recurso legítimo para conquistar territorios, riquezas, posiciones geopolíticas o, sencillamente, para imponerse. La violencia es, posiblemente, una convicción que ha acompañado a la humanidad desde su origen. Y el terrorismo es el uso extremo de la violencia, pero un uso al margen de toda convención humana.

Desde las crónicas más antiguas tenemos los relatos que nos dan cuenta de la presencia de la violencia en la historia, crónicas que nos ilustran acerca de sus efectos deletéreos sobre familias, grupos, clanes, países y continentes.

Las civilizaciones de ayer y de hoy son, en general, hijas de la violencia, de la violencia política, de la violencia económica, de la violencia ideológica. Hasta las religiones han sucumbido, con más frecuencia de lo que ordinariamente se cree, a la tentación violenta. Para justificar el uso de la fuerza y de la imposición, unos y otros la han legitimado apelando, paradójicamente, a razones que promueven el bien y el progreso de la humanidad.

Pero la violencia ha creado un malestar que el tiempo se ha encargado de transformar en estructural y que es responsable de no pocas injusticias y de nuevos esquemas de violencias que se hacen necesarios para mantener los iniciales. Hay lo que se llama una lógica de la violencia que es causa y efecto, al mismo tiempo, de la misma.

La archiconocida y utilizada expresión de que la violencia engendra violencia no es un cuento, es una realidad. Esta espiral la humanidad la está viviendo ahora con mayor intensidad. Pararla, detenerla antes de que siga cobrando nuevas y más víctimas por doquier es el gran desafío que tenemos todos.

El reto de los gobiernos y de las instituciones regionales y universales es cómo enfrentar el terrorismo, cómo doblegar a quienes han elevado esta irracionalidad al rango de recurso válido para enfrentar las injusticias, los ataques, el hambre, la hegemonía, la avaricia territorial y el dominio geopolítico.

Uno considera que las naciones organizadas, y no se crea que todas las llamadas naciones son organizadas, deben enfrentar la violencia y el terrorismo con los mecanismos propios de lo que algunos han llamado la violencia legítima que emana de los mecanismos coercitivos con que cuentan los Estados y los organismos internacionales. Porque, es bueno decirlo, tiene que haber, y por suerte la hay, una penalización para quienes violentan el orden que impide el uso indiscriminado, irracional y exacerbado de la violencia y el terror.

Con España seguimos llorando esta tragedia, este dolor tan profundo que no solo es de España, sino de todo, porque es universal. La bestia del terrorismo no puede seguir sembrando la muerte. Hay que detenerla.

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