La bestia del corazón

La bestia del corazón

En La bestia del corazón, Herta Müller narra la vida de un grupo de amigos que se resisten a ser anulados por el sistema y ven en el suicidio de Lola… una razón para continuar resistiéndose.

A la memoria de Mercedes Sabater de Macarrulla

Si nos mantenemos en silencio, nos odiamos a nosotros mismos. Si hablamos, nos volvemos ridículos
Herta Müller: “La bestia del corazón”
¿Por qué hay tantos hombres y mujeres tristes en el país? / ¿Por qué a cierta hora del día parece que un oleaje de tristeza fuera a arrasar la ciudad?/ ¿Por qué tanta gente sale por sus ojos así, o saca por sus ojos la tristeza?/ ¿Por qué esa tristeza golpea de noche las ventanas?
Juan Gelman

El domingo 20 de diciembre del 2009, sentada frente a un ventanal que da al mar Caribe, escuchaba Raíces. En Plural leí a doña Ivelise Prats Ramírez que habla de generosidad y caridad cristiana y me deleité con el comentario de un periodista que narra a doña Mercedes Sabater de Macarrulla.
Y no pude con mi genio. De un tirón escribí de memoria una frase de un personaje de Herta Muller en “La Bestia del corazón” y recité a Juan Gelman, por esas cosas de un país triste, de una gente triste, de una tristeza que nos sale por los ojos.
Escribo que hay mucha tristeza en Republica Dominicana. Y que esa tristeza tiene responsables. Evoco a doña Mercedes. La refugiada española de 1939, la anciana señora extranjera, que 70 años después, en la puesta en circulación de un libro en honor a Juan Bosch, le recuerda cosas al presidente de la Republica. Le dice que hay tristeza en Santo Domingo.
Recuerdo a Mercedes Sabater de Macarrulla. La digna anciana, que el 7 de agosto del 2008, fue la primera en llegar a la inauguración de la exposición Más fuerte que la muerte- Refugiados españoles a República Dominicana 1939-1940.
El director del departamento responsable del evento y yo, que estábamos en la línea de recibo la ayudamos a bajar del carro y la acompañamos a recorrer la exposición fotográfica. Nos dijo que no veía, y cuando la fui guiando por los paneles fotográficos y le conté bajito lo que habíamos narrado gráficamente y la puse frente al mural Para que no haya olvido, también le dije bajito, que lo imagine pensando en su padre, Poncio Sabater.
El mismo que con su esposa, se despidió y los dejó a ella y a sus hermanos en una carretera de Cataluña, en medio del exilio y la derrota más tremenda de la historia del siglo XX, cuando los dejó al cuidado de una abuela burguesa y conservadora, le recordé los años que tardaron en reencontrarse y que, cuando lo volvió a ver, al padre, en el muelle de Santo Domingo, no lo reconoció porque era un anciano blanco en canas.
Entonces, Mercedes Sabater de Macarrulla con sus ochenta años, la cara llena de lágrimas, besó cada uno de los retratos de los ocho refugiados españoles que habían dejado su testimonio en la oficina de fuentes orales. Besó el retrato de ocho indefensos que como ella, habían llegado setenta años atrás a una isla del Caribe colocada en el mismo trayecto del sol como diría el poeta Pedro Mir.
Los besó, uno por uno, en un panel inmenso, con la foto de los ocho españoles refugiados en Santo Domingo y un poema de Juan Gelman titulado Para que no haya olvido, donde a golpes de pala un albañil español, exilado en un Buenos Aires de 1940 se volvía todas las noches al frente, al Quinto regimiento, a su España… para rematar a los muertos…. para que no haya olvido.
Y entonces, me pasó lo mismo que me pasó con don Federico Henríquez Gratereaux, simplemente quise contar una historia…
Me acorde lo que le dijo la rumana al periodista: “No quería ser escritora, simplemente necesitaba escribir. Cuando escribía un libro pensaba que era ya todo lo que tenía que contar. A los dos años, en cambio, me volvía a recorrer la necesidad de expresarme”.
La semana anterior, alguien me llamó para pedirme que le dijera dónde leer Como la marea. Es una historia de vida, donde invocando a un representante de una familia emblemática dominicana, cuento una historia de vida.
Una historia de vida más de las que vengo contando desde que en el año 2002, al terminar una serie de historias sobre la salud pública dominicana y la Oficina Sanitaria Panamericana, Bienvenido Álvarez Vega me propuso que siguiera contando historias de vida, en el periódico Hoy, en el suplemento Areito.
“Como la marea” narra una historia en el Archivo General de la Nación.
Durante un año y tres meses compartí lo que sabía y podía dar en el AGN. Su director me dio su apoyo, su confianza y la posibilidad de hacer hermosas exposiciones con la vida de los dominicanos. Si ellos en determinado momento prescindieron de mis servicios es su derecho como es mi derecho decirles todo lo vulnerable y frágil que me sentí, lo que me dolió la forma de proceder, lo que hubiera hecho de otra manera, lo que creo fue un desacierto en su comportamiento gerencial y corporativo. Pero precisamente porque valoro la confianza otorgada es que expresé a través de la escritura mi disenso o por lo menos lo que sentía.
Nada ni nadie puede impedirme, porque es un derecho humano, expresar mi opinión, decirla de manera asertiva, educada, responsable. Pero decirla. Yo no creo en “el silencio de los buenos”. Por eso me hizo tanto bien descubrir a Herta Muller y el domingo reencontrarme con Mercedes Sabater de Macarrulla.
Porque uno honra al país que le dio abrigo, no ocultando sus dolores, sus lacras o sus desgracias, sino que hace eso que decía Giorgio Steiner, uno es huésped de la vida, y entonces en el lugar donde le dieron cobijo, uno se esfuerza por mantenerlo confortable, lo limpia, lo honra, lo mima, lo arregla con primor, lo enaltece. Uno es grato con el anfitrión del cual es huésped.
Coincidió con la escritura del ensayo sobre la escritora rumana, con la intervención de doña Mercedes, con la llamada del amigo para leer Como la marea, con la lectura de una rueda de prensa celebrada en la Academia de Estocolmo, donde Herta Muller habló de su obra, de su biografía dividida entre el nacionalsocialismo y el comunismo, de las relaciones frías con su padre, un ex nazi con el que nunca tuvo una buena relación; de su amor y respeto profundo por la madre, presa cinco años en un campo de concentración soviético; hablo de su relación con la literatura para ejercer su responsabilidad como persona, no porque ser escritora implicara nada especial, pero sobre todo para conjurar el miedo y alimentar la esperanza.
Cuando le preguntaron su opinión sobre las recientes elecciones presidenciales en Rumania dijo: “Yo no veo el rostro de la democracia en Rumania. Todavía hay un gran legado de la dictadura. No podemos hablar de cambio sino de restauración. Un 40% de la gente que trabajaba para la policía de seguridad de Ceausescu sigue trabajando en lo mismo”.
Dijo algo que creo se ajusta al presente de la sociedad dominicana: “Rumania necesita una sociedad civil, y todavía no la tiene. No se ha aprendido a discutir. No existe la oposición, sino los enemigos. Así no se pueden construir herramientas para combatir la corrupción.”
En La bestia del corazón, Herta Müller narra la vida de un grupo de amigos que se resisten a ser anulados por el sistema y ven en el suicidio de Lola, una joven estudiante del sur de Rumania que intenta escapar de la pobreza durante el régimen de Ceaucescu, una razón para continuar resistiéndose.
Es la resistencia que se ha de tener para que no destruyan nuestra individualidad. Es la resistencia de la corrupción y la asimilación social, de la resistencia y la violación de las normas, del hastío del mundo, de ser un error para nosotros mismos.

 

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