La billetera, el reloj, el abrigo

La billetera, el reloj, el abrigo

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
Señor Henríquez: Vosotros los hispanoamericanos tenéis la costumbre de hablar de cosas de las que no conocéis ni jota. Por eso se escriben tantas gilipolleces al otro lado del Atlántico. ¿Qué es eso de encaminar pesquisas en torno a un abrigo? Perdéis el tiempo en naderías y memeces. José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia encontró tiempo, antes de morir, para redactar un testamento político.

Ese documento ha sido publicado durante la dictadura del general gallego Francisco Franco; lo mismo que el discurso de fundación de la Falange Española, que contiene los veintiséis puntos de su doctrina política. ¿Es que acaso no lo sabéis? ¿Cómo va a ser motivo de polémicas un asunto tan insignificante como lo es el paradero de un abrigo viejo?

Han de saber, además, que a este prócer y mártir de la Guerra Civil española se le quitó la vida en la flor de la edad. Tenía en 1936 solamente treinta y tres años. Una edad simbólica, pues, como es por todos sabido, es la misma de Cristo a la hora de su crucifixión en el Gólgota. Cotillean ustedes alrededor de una ilustre familia española que se ha distinguido por sus servicios públicos, a la nación y a la corona. Don Fernando Primo de Rivera fue gobernador de Filipinas y luchó con denuedo en defensa de la monarquía durante la tercera guerra carlista. Don Fernando es el primer Primo de Rivera en ostentar el título de marqués de Estella. Don Miguel Primo de Rivera, su sobrino, tiene un puesto señero en la historia de España. Gobernó entre 1923 y 1929 y murió dignamente en París, en el aciago año de 1930. Como podrá ver fácilmente, se trata de una familia notable que viene actuando en política desde la época de nuestro rey Alfonso XII. Deben comprender los periodistas antillanos que la historia de España es una crónica de grandeza, audacia y heroísmo. S. M. Alfonso XIII salió de España en 1931. Después de esa fecha sufrimos una terrible convulsión social y una Guerra Civil en la que murieron varios cientos de miles de buenos españoles. Al terminar la guerra, en 1939, la dictadura franquista limitó severamente las libertades publicas en el territorio peninsular de España; un poco menos en Canarias y Baleares.

No dude usted que gentes salidas de un pueblo tan bravío, heroico y cristiano, como es sin duda el español, den muestras de valor y de orgullo parecidas a las de José Antonio. Un hombre bien nacido no desdice de su estirpe a la hora de morir. Un hijo del general Primo de Rivera puede, perfectamente, entregar el abrigo al miliciano zafio que le apresó. Primero, por aquello de que nobleza obliga; y después por compasión; ese desdichado del pelotón de fusilamiento no debía tener en que caerse muerto. Ya condenado y habiendo hecho su testamento, un hombre de honor entrega cualquier prenda material a un infeliz sublevado contra el orden establecido. ¡No digo yo un abrigo que su autentico dueño no podría usar nunca mas! Tal vez haya incluso entregado el reloj y la billetera a sus insignificantes carceleros. ¡Vaya usted a saber!

Lo que me ha inducido a escribir esta misiva electrónica a esas regiones ultramarinas, es la falta de sentido de las proporciones en el parloteo que publicáis en la prensa local y que, para colmo, se difunde en la red. ¿Qué importancia tiene que exista o no exista el abrigo de José Antonio? ¿Qué gana el investigador con precisar si lo entregó con elegancia al verdugo o si fue despojado de él por los que le prendieron? Jamás había visto tanta superficialidad en unos oficiantes de la comunicación social.

Soy un profesional de la enseñanza superior; actualmente desempeño cátedra de Hermenéutica en la Universidad Laurenciana, recinto de Alicante ciudad. Formo parte del Consejo Académico de Estudios Históricos. La figura de José Antonio ha sido uno de los temas recurrentes en nuestras sesiones de trabajo acerca de la Guerra Civil española. Ese joven y brillante abogado, dedicado inicialmente a defender la memoria de su padre don Miguel, es, por derecho propio, piedra clave de nuestra historia reciente. Sus artículos, proclamas, discursos, son más importantes que el abrigo de marras y las anécdotas relacionadas con su fusilamiento. La alta categoría histórica del personaje, hoy por hoy, es irrebatible. Atentamente, Baldomero Cantueso y Cigo. balcantu@teleph-iber.es PS.: Los intelectuales – periodistas estáis, las más de las veces, «a medio camino entre el científico y el artista», como ha dicho el ensayista Antonio Escohotado; sois vosotros, casi siempre, parciales y pasionales; por eso gozan «de gloria efímera». Aunque haya pasado mucho tiempo desde la muerte de José Antonio; y aunque el régimen franquista fuera muy prolongado, las circunstancias de su muerte se han esclarecido paladinamente. Lo justo es dejar reposar sus restos en el Valle de los Caídos.

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