La bioética en el caso Schiavo

La bioética en el caso Schiavo

DR. MIGUEL SUAZO
Terri Schiavo es victima varias veces de nuestra sociedad, de su congéneres, de las leyes y ahora de la publicidad. Le han convertido en icono y ha perdido el anonimato ante las situaciones que se le han impuesto. A la pregunta de qué dice la Bioética al respecto, la respuesta es “no dice nada”. Somos nosotros las personas los que hacemos para que los otros digan.

La Bioética es deliberativa no decisionista que es lo que muchos esperan, que digamos en su nombre lo que indica la moral o el deontologismo duro, que defiende a ultranza y de manera universal la vida.

La Bioética también defiende la vida, pero defiende cada vida, entendiendo a veces que defenderla puede ser acompañarla de manera digna cuando se presenta y se nos presentará a todos.

Su caso es un estado vegetativo persistente, una desconección de su área relacional que le impide entender lo que pasa y responder ante ello. Probablemente no se recupere nunca. Generalmente es así. Lamentablemente es así.

Técnicamente ha estado así durante todos estos años y ello abre cuestionamientos morales sobre lo que se denomina la proporcionalidad terapéutica también llamada “medidas extraordinarias”. Estas señalan el uso de medidas desproporcionadas, que rompen con los estándares de tratamiento para lograr un beneficio determinado en la salud del paciente.

Su cuestionamiento viene cuando esas medidas buscan o logran modificar cambios fisiológicos pero no favorecen la globalidad de la salud del paciente, un ejemplo puede ser que se usen enérgicos medicamentos que sean capaces de disminuir la presión arterial de un paciente en estado terminal (un cáncer puede ser) sin que ello agregue nada al proceso de muerte de la persona. Es más ético no instalar medidas extraordinarias que tener luego que retirarlas por su futilidad.

Hoy no se habla más de medidas extraordinarias o proporcionalidad terapéutica como le llamó la iglesia desde la década de los cincuenta, hoy se habla de medidas indicadas, no indicadas y contraindicadas. Todas las indicadas son moralmente obligatorias de instalar pero las contraindicadas sería siempre inmoral hacerlo.

Es probable que a Terri Schiavo no debieran habérsele instalado nunca esas medidas de alimentación si se tenía la certeza de su estado vegetativo persistente, es posible que ello se supiera años después, pero no es justo que a los quince años se imponga por la vía legal el retiro de esas medidas desproporcionadas porque resulta que ahora lo inmoral es retirarlas. Seguirlas puede no aportar nada nuevo a la globalidad de la paciente. El error fue instalarlas o no retirarlas a tiempo.

Retirar la hidratación inclusive es contraproducente, es eutanasia pasiva que la han legitimado la justicia por una parte y los médicos aferrados a una deontología desfasada de cumplir con un supuesto deber que intenta competir en base a la tecnología con la muerte.

Es la llamada muerte excluida. El paciente está excluido de morir de una manera digna. La de Terri es la muerte indigna, de circo, de cámaras de televisión con alcance mundial que miran el espectáculo de cómo se apagan unos reflejos de vida que está solo en el nivel celular, sin derecho al anonimato, a la confidencialidad, a morir solo entre los suyos sino en el mundo de la publicidad.

¿Qué hubiera correspondido hacer? Apelar a la muerte paliativa y no a la muerte preventiva que hoy se está desarrollando. La muerte paliativa justamente se enfrenta al paciente terminal o sin expectativas de vida, dando respuesta a las decisiones de los familiares (puede llegar a ser legal y hasta justa la petición de su marido) pero es un derecho a pedir que se haga una limitación del esfuerzo terapéutico, que se baje la luz lentamente, que se disminuyan los esfuerzos sin renunciar a hidratar, a humedecer sus mucosas, a evitar las escaras de su cuerpo, a evitar las escaras emocionales de sus familiares, de crearle un entorno donde el momento llegue sin buscarlo pero sin posponerlo.

La tecnología mal utilizada conduce al encarnizamiento terapéutico, en este caso de los familiares, porque ella puede no estarse enterando. Sus células están vivas, millones de células, pero no así las del entendimiento y la relación, pero tampoco estas están presentes en el período embrionario de la vida, el embrión no habla y tiene aún rudimentos cerebrales, sin embargo tenemos un justo debate por el estatuto del embrión y un encolerizado enfrentamiento entre los pro abortos y los pro vida . Se habla de los derechos de los por nacer pero nos cerramos a los derechos de los por morir.

La muerte indigna es aquella en que las medidas no logran modificar el estado global del paciente, pero su vida desde hace quince años la medicina la hizo indigna al imponer medidas extraordinarias. La medicina , los médicos y la justicia han propiciado ahora la muerte indigna.

La muerte digna pasa por el respeto a la autonomía de los pacientes y los familiares frente a lo indicado, y si hoy no es indicado mantenerla con la parafernalia técnica tampoco lo fue antes, hace quince, catorce, trece o menos años

Las unidades de cuidados paliativos son una realidad desde los años sesenta en que en Inglaterra Cecil Saunders las impusiera como una manera de proteger la muerte digna, de recordar a la ciencia que uno de sus deberes fuertes es acompañar cuando no se puede curar, es consolar, aliviar, llevar a la muerte buena, no la de Kevorkian con el suicidio asistido ni la de los holandeses con la eutanasia permitida. Esos grandes países defienden la muerte preventiva como un derecho y hoy nos cuestionamos si lo que faltó en esos pacientes que lo solicitaron fueron alternativas paliativas.

Está en boga la sedación final ante la inminencia de la muerte, los criterios de ingreso a unidades de cuidados intensivos, no todo el mundo debe ir a este sitio sino el que tiene criterios de recuperabilidad solamente. Más cada día esto se cumple menos y la iartrogenia (daño causado por el médico o la medicina) moderna de manera contradictoria la está aportando el mal uso de los avances tecnológicos.

Esto es impericia, no solo se comete esta con no saber usarlos sino también con usarlos mal, cuando están contraindicados.

La ética de la responsabilidad nos llama a asumir las consecuencias de lo que provocamos y si la medicina erró al instaurar por tanto tiempo medidas desproporcionadas, extraordinarias, contraindicadas, no reconocidas como error en el corto tiempo , no puede venir ahora con medidas del corte de las que estamos viendo con pavor.

La justicia no sabe de Bioética ni los jueces tampoco, están viendo objetivamente el caso desde la técnica, es un error haberla alimentado sin esperanzas de recuperación, es un crimen retirar las medidas de la forma indigna en que se está haciendo

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El autor es Bioeticista.

Director del Centro INTEC de Bioética y Presidente de la Comisión Nacional de Bioética.

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