La bipolaridad china

La bipolaridad china

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
Un proverbio Chino citado en The Economist de julio 30 reza: «Da la bienvenida a lo que no puedes evitar». Bien,  lo que parece inevitable es el relevo de la monopolaridad norteamericana por una bipolaridad compartida con China al menos en el área económica. Puede ser, además que pronto se una a China otro gigante que se despereza de un largo sueño: India. 

    Las mono, las bi- o las multipolaridades no suelen limitarse a lo económico, hoy menos que nunca antes. Toda posición hegemónica a nivel mundial se basa en una mejor tecnología y en un espíritu imperialista que quiere expandir su cultura. Todavía China o la India no han desarrollado una tecnología revolucionaria aunque están avanzados en ese camino. Pero ambos países tienen una cultura propia bastante definida por el confucianismo en China y el budismo en la India.

     Cultura propia, conciencia del poder basado en la extensión de su dominio estatal y una dosis apreciable de resentimiento nacional son el combustible de la expansión cultural. A su modo el famoso «destino manifiesto» de los Estados Unidos en su período de expansión, la convicción de ser pueblo elegido por Dios por sus  valores morales y modos concretos de  comportamiento superiores obedece también a un celo misional. España en el siglo XVI con su ideal de monarquía católica, Francia con la Ilustración y la Revolución, Rusia con el ideal socialista son otros tantos ejemplos.

     La tecnología no basta de ninguna manera para explicar la dimensión cultural. La Unión Europea es un caso  palpable de falta de ethos cultural expansivo: contentos con niveles altos de tecnología (aeronáutica, cosmonáutica, ferrocarriles ultrarrápidos, investigación nuclear), de bienestar (seguridad social amplísima) y seguridad ciudadana se concentran en disfrutar de paz y bienestar económico y muestran poco espíritu imperialista cultural.

    No bastan, sin  embargo, ideales culturales expansionistas. Sin tecnología no se logra el poder necesario para imponer un ideal cultural. El islamismo fundamentalista e intolerante puede aterrar pero no  conquistar otros pueblos. El caso chino es diferente. 

    Resumiendo: si China está ya en el dintel de entrada a ser poder mundial económico, sepamos que lo será también culturalmente. Pero quedémonos en lo económico. 

EL IMPACTO DE CHINA EN EL COMERCIO MUNDIAL DE BIENES

   Parece que hasta zonas francas dominicanas se resienten ya de la competencia china en textiles. Experimentamos también la sorpresa de enterarnos del al final fracasado intento de compra de la Falconbridge por una empresa china. China necesita, en efecto, contar con suministros seguros de metales  para mantener el asombroso ritmo de  producción industrial (16.8% superior en junio de este año a junio del 2004), de  construcción urbana y de infraestructura portuaria y vial.  De hecho es el mayor importador mundial de aluminio, acero, cobre y carbón y el segundo de petróleo, sólo detrás de Estados Unidos a pesar de que su consumo de petróleo por persona es apenas una decimaquinta parte del norteamericano. Como aún le queda tanto camino por recorrer -en China se estima que hay un auto por cada 70 personas mientras que en Estados Unidos cada dos personas tienen auto- el auge de precios de las materias primas industriales, superior ya al 10% respecto al año pasado, puede ser sustancial en la próxima década. Pésima perspectiva para nosotros y muy buena para productores de petróleo (Venezuela), acero (Brasil) o cobre (Chile).  Es probable que el mayor determinante de la bonanza económica de estos países se deba prioritariamente a las necesidades chinas más que a tratados de libre comercio administrado.

    Este tipo de negocios con China se diferencia  del esquema de negociación norteamericano. Fernández Taboada, presidente de la Cámara de Producción, Industria y Comercio Argentino-China comentó a Tiempos del Mundo (jueves 4 de agosto, p. 23): «esto de comerciar con los asiáticos no es fácil para cualquiera. Es para los que  leyeron a Confucio, conocen sus ritos y ceremonias, y saben interpretar silencios. Hay que estar dispuestos a ir a banquetes, a divertirse, a tomar alcohol. Es para los perseverantes y para los que no están apurados».

     Si de la demanda china pasamos a su oferta en los mercados mundiales tendremos que aceptar que los bajos precios de algunos productos chinos, sobre todo en computadoras, cámaras fotográfica y microondas y el temor de que grandes empresas emigren a China han logrado que la enorme alza de precios del petróleo no haya desatado una inflación abierta en gran parte de los países desarrollados y que el salario real de otros países nada o muy poco haya subido. De hecho la participación de los asalariados en el producto de los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea se ha reducido a favor de las ganancias. En esta última década el porciento del producto por ganancias ha sido el más alto en 75 años para los Estados Unidos y en 25 años para Japón y la euro zona. La abundancia relativa del factor mano de obra al entrar gran parte de la población de China y la India  en la fuerza de trabajo no agrícola ha ocasionado, como dice la teoría clásica, una reducción de su pago y un alza en la remuneración del  capital. Son los capitalistas occidentales no los obreros los grandes beneficiarios del crecimiento económico del mayor país comunista.

     Los dos factores principales del desarrollo económico chino parecen haber sido la abundancia extrema de mano de obra barata deseosa de trabajar y la gran apertura china al comercio exterior. El valor de sus importaciones y exportaciones de bienes y servicios llega al 75% del PIB frente a sólo  25-30% para India, Brasil,  la Unión Europea, Japón o Estados Unidos. Igualmente abierta se ha mostrado China a una inversión directa extranjera, incluyendo la japonesa, que ha ido cerrando la brecha tecnológica inicial.

      Innegable parece la afirmación de que la bonanza de la economía mundial y la evolución de los precios en el actual punto del ciclo económico se debe al desarrollo económico de China, la India, Brasil y Rusia. La batuta, sin embargo, la conduce China: se estima que su contribución al crecimiento del producto global desde el año 2000 ha sido «casi dos veces mayor que la de las tres más grandes siguientes  economías emergentes: India, Brasil y Rusia combinadas» (The Economist).

¿CONTROLA CHINA LA POLÍTICA MONETARIA NORTEAMERICANA?

 Comencemos por dos datos llamativos: el déficit comercial norteamericano en los últimos 12 meses (marzo 2005-marzo2004) ha alcanzado la astronómica cifra de 717,000 millones de dólares; las reservas internacionales chinas excluido el oro ascendían en Junio de este año a 711,000 millones de dólares. Ambas cifras son inauditas y es bueno subrayar que las reservas chinas no provienen tanto de sus excedentes comerciales (unos 78,000 millones) sino de dinero caliente que afluía a China por motivos especulativos -la expectativa de un yuan revaluado respeto al dólar- y de solidaridad familiar de sus emigrantes  económicos. 

       El déficit comercial y el corriente de Estados Unidos se equilibra por una masiva entrada de capitales de otros países lo que evita una devaluación drástica del dólar. China  lleva la voz cantante: una buena parte de sus reservas está invertida en bonos de los Estados Unidos y en bonos garantizados por hipotecas financiando así el déficit fiscal norteamericano y  la construcción de viviendas y contribuyendo a mantener bajas tasas de interés, que a su vez son posibles porque el Tesoro no tiene que combatir una inflación, gracias en buena parte a la eficiencia china en producir a menores costos bienes muy demandados en los Estados Unidos. 

       El resultado es bueno para China, que vende sus productos al mayor mercado mundial sin correr riesgos de un dólar  devaluado drásticamente y para los Estados Unidos que se dan el lujo de practicar políticas monetarias y fiscales expansivas con déficits fiscal y cambiario. La política monetaria norteamericana se fija en modo creciente en Beijing y no en Washington. Por supuesto lo mismo debe decirse de la china.

       Un efecto adicional de las inversiones chinas (y de otros países asiáticos con grandes reservas como Japón, Taiwán, y Corea del Sur con más de 200,000 millones de dólares cada uno) es la creación de una «burbuja» especulativa en la bolsa de valores al que afluye un medio circulante innecesario para adquirir bienes más baratos hechas en China (ropas, zapatos y computadoras). La burbuja, por supuesto, se ha extendido a otras plazas distintas de New York.

       Pocas veces las políticas monetarias han estado tan ligadas entre sí a dos países como en el inicio de este bipolarismo económico.

EL FUTURO INMEDIATO

     Aunque la revaluación del yuan de hace cuatro semanas ha sido mínima (2.1%) y no tendrá efecto visible en el déficit comercial norteamericano puede ser indicio de una nueva y peligrosa política monetaria china: sencillamente el yuan ya no estará fijado al dólar sino a varias divisas (el euro, la libra, el yen) con lo que se hace verosímil que China reduzca sus compras de bonos norteamericanos y aumente las de otros países que están en proceso de mayor revaluación respecto al dólar. Difícilmente dejará China de concentrar sus inversiones en títulos norteamericanos; al fin de cuentas es la economía más poderosa del mundo y el euro tiene días difíciles por delante en una Unión dividida, pero admitirá paulatinamente más inversiones distintas.

     Esto significaría tendencialmente mayores tasas de interés para bonos norteamericanos de 10 ó de 30 años y por lo tanto el fin de una política expansiva anclada en bajos intereses. Consecuentemente la economía norteamericana perdería parte de su dinamismo como locomotora de crecimiento. Este escenario posible explica la cautela realmente oriental de la revaluación forzada a China por sindicatos y empresas norteamericanas preocupadas por la dimensión del déficit norteamericano. Una revaluación masiva sí hubiese podido frenar el déficit comercial norteamericano pero el peligro de un aterrizaje forzoso hubiese sido mayor con peligro para todos los implicados.

       Hay que tener en cuenta, además, que el déficit comercial norteamericano no se debe primordialmente a China. De un déficit norteamericano total de alrededor de 700 billones de dólares China es responsable de unos 100 billones. Es cierto que el déficit de origen chino ha tenido lugar en detrimento de las exportaciones de otros países (varias empresas japonesas en concreto están haciendo cuantiosas inversiones directas en China para rebajar sus costos de producción) pero en el 2004 más de la mitad del déficit norteamericano estuvo ocasionado por las exportaciones del «resto del mundo no asiático», fundamentalmente petroleras.

     De difícil aceptación resulta atribuir a China la responsabilidad principal de los déficits norteamericanos. Mucho más verosímil es señalar como responsables el consumo excesivo y la debilidad del ahorro americanos. The Economist concluye: si China ha contribuido al déficit norteamericano no ha sido por una revaluada tasa de cambio sino por haber reprimido el rendimiento de los bonos y haber alimentado así el tomar prestado de los hogares.

     El mundo económico monopolar va dejando de serlo. China está a las puertas.

REFLEXIÓN FINAL

     Creo que se me ha ido la mano  (la del homo oeconomicus) presentando el impacto económico chino. Es triste sino del economista, como en su ramo lo es del predicador, oír a algunos de sus lectores decir que van a renunciar a comprender la economía (la teología). Eso habla mal de nosotros. Es especialmente penoso porque en este siglo emergente quien renuncia a entender la economía está renunciando a comprender la vida.

      Para evitar que se dé en algunos lectores  la ruptura total con la economía termino introduciendo subrepticiamente una anécdota sobre un fenómeno cultural que vivimos los jesuitas en la China imperial de los siglos XVII y  XVIII y que tiene que ver con el intento de reducir la cultura a sólo una de sus dimensiones. Recordemos que al final la bipolaridad será también cultural no sólo económica.

      Los jesuitas de aquellos tiempos trabajaron en China en dos tareas de difícil complementariedad: en la corte imperial un grupo de verdaderos científicos en las áreas de matemáticas, astronomía y mecánica fungían como consejeros, llegaron tras largos debates de conciencia a producir cañones para evitar las dinastías mongolas, y hasta vivían en la corte pero renunciaban a la predicación explícita. A nivel popular muchos más convivían y actuaban como misioneros con los pobres. Un punto de unión importante para los dos era la aceptación de  los ritos confucianistas como costumbres folklóricas pero relativamente indiferentes teológicamente en lo que a la comprensión de los espíritus  y la moral se refería. En el fondo la tesis jesuita era la posibilidad de una moral no teológica. Para una Europa aún cristiana externamente se trataba de una novedad escandalizante; para muchos la única moral posible era la cristiana y había que rechazar como anticristianos los ritos y oraciones familiares. Fue esta la famosa controversia de los ritos chinos que la Santa Sede decidió en el siglo XVIII condenándolos como incompatibles con el cristianismo, aunque en el siglo XX Pío XI revertiera aquélla condena.

Para nosotros, en el fondo aún muy occidentales en moral y concepción racional del mundo, una bipolaridad cultural oriental(o islámica)-noreuropea exige una dolorosa concesión a  la legitimidad de culturas distintas de aquellas a las que el uso nos ha acostumbrado, aunque ambas sean a fin de cuentas humanas. La aceptación  de un mundo monopolar norteamericano esencialmente económico aunque no carente de muchos elementos culturales comunes con el resto del «mundo occidental» es difícil. Preparémonos para el choque con un mundo cultural y económicamente bicultural. Recordando el drama de la controversia sobre los ritos chinos confieso que soy jesuita.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas