La Blanca Aurora de Miss Universo

La Blanca Aurora de Miss Universo

No me extrañó… por razones válidas… un poco más allá de mí mismo, no sólo significaba una categorización de elevada dimensión profesional y desproporcionado “ranking”, sino que abarcaba un alto compromiso, más allá de los egos de la vanidad personal.
Era, a su vez, ese momento, el reconocimiento al arte y al artista dominicano en sentido general. Todos estaríamos sobre el escenario esa noche… todos seriamos juzgados.
Dos únicos camerinos dimensionaban sobre sus puertas la selectiva privacidad protagónica de “super estrellas”. Como en las estridentes marquesinas de Broadway, ambos exhibían pretensiosamente sus “titulares”. Esplendorosos nombres ruborizados al rojo vivo, centelleaban con espectacular brillantez.
Sobre su frente, cálidamente envanecida, una pomposa, significativa y desproporcionada estrella.
Uno, ubicando al fabuloso presentador de leyenda de la TV Americana, Bob Barker, otro para Fernando Casado.
En un evento de la dimensión astronómica de Miss Universo, su significado es mucho más que un simple decorado. El escenario deslumbrante y apoteótico en que todo artista invierte la vida, aguardando a que esta lo premie, parecía estar allí.
Muchas razones me obligaban a corresponder a ello, razones que yo, lejos de sentirme presionado o nervioso, consciente o inconscientemente, con discreta humildad profesional… disfrutaba.
Estoy de pie en la penumbra, al fondo, tras bastidores, inmensamente solo, atrevidamente expectante, aquella semioscuridad táctica disfraza el tenso momento de lanzarme al escenario. Lo deseo… no hay nadie cerca, ni a mi alrededor. De aquí en adelante será lo que el “caballero” determine o seamos capaces de decorar la luminosidad de su lenguaje.
Escucho la voz amplificada de Bob Barker, los ecos de Ellis, su retumbar sobredimensionado de trampolín de escena, realmente encerraba un significado menos frívolo para mí, eminente sincrónico. La inversión emotiva se instalará instintiva, su fortaleza y espontaneidad se posarán sin apremios… no pienso en ello, solo escucho: “…LLL SÑÑOOUR FFERNANDOOOU CASADOOOU”.
Sus ampulosas palabras parecerían dimensionar el lenguaje con letras mayúsculas. Avanzo consciente, sereno, en absoluto control de mí mismo. Mido mis pasos tranquilos, sin apremio, acompasado sobre los escalones breves desde el fondo oscuro del escenario. De repente todo se ilumina, vibrante y glamoroso… frente a mí… el desafío de un tablado rutilante de sueños y millones de estrellas, el reto alucinante de todo un Mundo… ¡Miss Universo!
Miro discreto hacia mi derecha en diagonal y desde allí me devuelve el guiño en rojo la cámara cómplice. Solo el instante impensado del close-up. Sobre un balcón de Reinas… se desborda el silencio en el punteo sonoro del piropo en serenata… y en las caderas espumantes… la estela hacia la gloria de las estatuas vivientes más hermosas de la tierra.
Una alfombra tendida a tres bandolas, desnuda impudorosa las primeras notas como un eco entre nubes. Avanzo cercano a Fernando Arias, mientras el aliento reta el romance de los primeros versos. El cordoncillo del micrófono portátil que viaja hacia mi bolsillo trasero, importuna el borde de mi chamarra blanca… cuando retumba la noche en re-menor mi confesión al oído de todo un Universo… “Cuando al recuerdo de tu hermosura tus dulces labios suelo evocar, como un alivio a mi desventura, tus labios busco para besar”.

Sólo… conmigo… y es como una danza inédita al pie de los cielos. Tomo sus manos descendiendo entre escalones de nubes y sus dedos temblorosos calman su sonrisa en mi sostén. Es una boda en cinco pasos para entregar la novia de todos los altares. Es un verso esculpido en caderas de guitarras, silbando al aire notas interpretando el viento. Un ruiseñor trepando en el ramaje azul de un cielo terrenal de golondrinas.
Recompenso el aliento en el suspiro largo que resbala en mi garganta entre gorjeos de barcarolas, flotando en la magia encantadora del verso dulce y la mirada a los ojos. El canto huele y se impregna perfumado entre frases que se extienden como alas que se elevan para siempre y reparten su destino… y en el recuerdo, la estampa eterna latiendo en la prosa inolvidable de la historia en brazos de la noche, la patria al pie del trillo florecido de un escenario irrepetible, danzando trinos sobre un incomparable jardín universal de ruiseñores.
Mi mano aguardó el gesto de su tacto en un acorde y compartimos una sonrisa cómplice… sus pasos parecían descender sin tocar apenas la madera ansiosa y ella, toda Aurora… lloviznando su rastro de nube… flotaba apenas sobre su huella hermosa de silueta iluminada.

“Cuantas veces, soñando, tu mano suave he sentido, cuantas veces, llorando, el día me sorprendió”.

Sueños retozando estrellas… guiños jugueteando sobre pelo libérrimo del hombro en escapadas… el incendio de unos ojos llameantes y el rubor arrogante de su adultez desafiante danzando su razón de mujer… sus monedas tendidas volaron de mi mano y su roce de encajes paseó como una diosa, la belleza que cerraba la historia.

“Cual triste y ciego errante, siempre en busca de luz, busco unos labios que besen como me besabas tú”.

Solté las alas de su brazo cual si soltara mi bandera envuelta en ella, desplegando su silueta llameante. Sobre su pecho enfebrecido, las caderas de la raza palpitaban de orgullo sobre la banda agitada, desbocando suspiros estrenando su latido joven.
Cual astas desafiantes, ambos pincelábamos de trinitarias en febrero antiguo, aquella hermosa puesta de sueños de sol. Dejé avanzar la voz, sin seguir el glamour de paloma de Blanca Aurora Sardiñas, Miss República Dominicana, y el escenario quedó para el aplauso.
“Busco unos labios que besen como me besabas tú… Como me besabas tú….”

Misión cumplida, bajo al frente; unos pasos y me detengo en mitad del Mundo. Los aplausos me tocan la piel como los reflectores enceguecedores. Un gesto agradecido, sin estridencia, inclinando el rostro… los aplausos crecientes se desproporcionan… No espero, me muevo a mi izquierda y alcanzo el desnivel del tablado para descender del escenario hacia el pasillo al camerino, aún desbocado de aplausos.
Cuando mi paso apoya los latidos al escalón, un pensamiento me llega y se posa en el hombro de mi naturaleza, turbada de perfeccionismo: “¡Caramba… Creo que pude haberlo hecho mejor”.
Cuando el pensamiento se amolda a estas formas extremas de autodisciplina perfeccionista, el escenario siempre entregará un arte mucho más real, sincero, rotundo, más allá del cien que pueda dar por cientos.
Nadie puede ser objetivo y subjetivo a la vez.
Para juzgar y sentir el arte, está allí, precisamente el público. Es él, estremecido, quien valorará su desbordada fortaleza o debilidad cualitativa. El compromiso del artista consigo mismo, más allá de lo material o terrenal si se quiere o puede, es una dimensión de elevación y rango trascendente frente a la creación y a sí mismo, cuyos niveles de auto-elevación, presentes no solo en la musa del cantor, sino en cualquier expresión diferente de arte, debe transmitir, arrobar y afiebrar la emotividad de quien lo recibe y disfruta.

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