En un mundo marcado por los vicios de la sociedad líquida, donde el consumismo y sus señales han convertido en “cosas” hasta los sentimientos; encontrar en otro país a personas que por el solo hecho de haber sido vecinos de dominicanos hayan asumido que la bondad es el sello más distintivo de nosotros nos llena de satisfacción.
Nos ocurrió en el Estado de la Florida en el cual utilizamos los servicios de varias de las empresas que proveen movilidad.
La mayoría de los conductores son inmigrantes que con regularidad cuentan las peripecias que tuvieron que pasar para tratar de obtener “el llamado sueño americano”.
Así he tenido la oportunidad de conocer a muchas conductoras latinoamericanas que trabajan en Uber, la plataforma que abrió la oportunidad de trabajo a muchas mujeres, porque antes el servicio de taxis estaba destinado, fundamentalmente a los varones.
Cada unidad de Uber es una historia de inmigrantes cubanos, venezolanos, colombianos y en menor escala de dominicanos. Al menos en la Florida.
Me sorprendió una mulata joven, de la que al principio no distinguí su habla, y me pareció dominicana, por lo que le pregunté si lo era, me dijo que no, pero casi sí, “tanto que se me pegó el acento”. Era cubana, de La Habana.
En el largo trayecto nos contó por qué era casi dominicana sin haber venido nunca al país.
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Ella vivió diez años en un pueblito de Pensilvania, sus vecinos más cercanos eran dominicanos. Cuenta que al poco tiempo de compartir con ellos sintió la calidez y solidaridad que nunca había experimentado con otros vecinos, aun latinos, igual que ella. “No tengo palabras para expresar cómo fueron esos vecinos».
«Es que son mi familia en este país, aunque tengo dos años viviendo en la Florida”.
Nos contó que una vez fue ingresada en un hospital, que un matrimonio dominicano casi se mudó al centro hospitalario hasta que estuvo bien y cuando regresó no tenía que cocinar porque sus vecinos le dijeron que ellos se ocupaban de su comida.
“Esos vecinos se convirtieron en mi familia, nunca había visto tanta bondad en la gente. Ustedes sí que son buenos”.
Esas palabras alentaron mi orgullo y pensé que tenía la obligación de compartirlo, porque es una especie de marca que nos distingue en la aldea global y que debemos potenciar como parte de nuestra cultura e identidad.
En Google dicen que “Los dominicanos tienen la reputación de ser de las personas más amistosas que puedes conocer. Destilan pasión, en la velocidad a la que hablan, en la forma en que se visten y bailan, en el abrazo al prójimo, ya sea vecino o visitante”.
Tal vez a alguien se le ocurra resaltar las acciones incorrectas que cometen algunos dominicanos, la delincuencia, la criminalidad y otros males que padecemos. Es cierto, pero no es la generalidad, lo real es que la mayoría somos buenos, debemos creérnoslo, asumirlo y llevarlo como un sello distintivo y que tal como escribiera Fito Páez: “¿quién dijo que todo está perdido?» Yo vengo a ofrecer mi corazón.