La burla como afirmación del poder

La burla como afirmación del poder

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
j.baez@codetel.net.do 
Esta semana escuché a un amigo, de los generalmente bien enterados, comentarme: “José, esta sociedad está tan podrida que a veces entiendo por qué mucha gente con medios económicos, que por su trabajo no puede emigrar, prepara a sus hijos para que puedan ganarse la vida fuera de aquí. Mientras el progreso y el desarrollo no incluyan una evolución moral, no nos salva nadie…”.

El pesimismo de ese amigo tenía su motivo en su sospecha de que los responsables de las quiebras bancarias fraudulentas del 2003, que han costado tanta penuria a inocentes ciudadanos dominicanos, han logrado nueva vez burlarse de la sociedad. “¿Te has preguntado alguna vez cómo y de dónde sale el dinero para pagar los gastos legales, aquí y en Estados Unidos, de los acusados?”, me preguntó.

Algo sabía mi amigo que ignoro yo. “¿No se te hace sospechoso que negocios prósperos, líderes de su giro o ramo comercial, que estuvieron entre aquellos que más negocios hicieron con las entidades liquidadas por su quiebra fraudulenta, hayan salido de su propio estado de virtual quiebra, y ahora exhiban una fortaleza y dinamismo asombroso?” La pregunta la sentía llena de eso que llaman “cocorícamo”.

Caray, pensé, ¿y acaso las autoridades o la comisión de liquidación no se ocuparon de darle seguimiento a todas las deudas de quienes habían recibido préstamos cuando “todas las posibilidades” dependían de la simple voluntad de quien llegó a creerse Midas? ¿O en los otros casos, hubo descuido en identificar todos los activos que pudieron haberse rescatado para tapar los “hoyos”?

La discreción de mi amigo me dejaba con una curiosidad enorme. Y me pregunté, ¿no será legítimo que las autoridades conozcan la identidad y los motivos que tendría cualquiera para saldar las deudas legales de algún inculpado en los procesos que se han conocido y otros que están pendientes de concluir?

¿A cuenta de qué una empresa o persona particular, aparentemente desvinculada de los encausados, asume la onerosa y sospechosa carga de pagar cuentas de abogados, sea aquí o en Estados Unidos, a sabiendas de que el dato no podrá mantenerse en secreto?

Aquí viene la burla. Sólo cuando un mandante se siente muy seguro de su impunidad permite que algún testaferro se quite la careta, para decirle a la comunidad empresarial, y a las autoridades, “uititío, uatatao, ¡come arró con bacalao!.

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