Desde que el Emperador Romano Constantino “El Grande” proclamó en el año 313 (d C) el edicto que oficializó el culto cristiano, la iglesia Católica devino a ser un poder real poderoso, llegando a constituirse en Estado Independiente (El Vaticano) asiento del Papado manteniendo su hegemonía en el plano espiritual y político, como aliado consecuente del Estado-Nación y sus gobernantes a cambio de favores pródigamente dispensados: títulos, riquezas, ventajas y privilegios excepcionales, amparada en la fe de Cristo : “Tu eres Pedro (roca) sobre ti edificaré mi Iglesia y contra ella las fuerzas del mal no prevalecerán, mientras fiel se mantuviera a los dictados de su benefactor”.
Dueña de ese inmenso doble poder la Iglesia no nunca ha podido ni querido renunciar del mismo, sino ejercerlo con eficacia cuando sus particulares intereses lo demandan. No puede permanecer indiferente a los sufrimientos, calamidades y miserias de su amado pueblo: “bienaventurados los pobres y mansos de corazón” cuando “llegado el momento el sistema salta a un nivel superior o se desintegra por completo.”
Fue lo sucedido en el pasado reciente cuando la tiranía de Rafael L. Trujillo comenzó a resquebrajarse con la expedición del 14 de junio, su martirologio y el vil asesinato de las Hermanas Mirabal. La iglesia entonces consideró prudente reivindicarse, unirse al clamor nacional con su célebre pastoral que evidenciaba su ruptura con un régimen en declive repulsivo, perverso, cruel, repudiado a nivel internacional, siendo perdonadas sus faltas y ella colmada de bendiciones. A contrapelo del sentir popular, actuó y se hizo cómplice y corresponsable del artero golpe de Estado contra el incipiente gobierno democrático del Profesor Bosch que abogaba por un Estado laico, la Escuela Hostosiana y un régimen de derecho y de justicia, tildado de “comunista, ateo y disociador” precedido de “las manifestaciones cristianas”, temerosa de perder sus privilegios.
Ahora se le presenta otra grave disyuntiva, avizorado el momento de que “el sistema salta a un nivel superior o se desintegra por completo.” Precisa decidirse: Denunciar con riesgo de malquistarse o callar indolente ante el escándalo de soborno y sobrevaluaciones de obras adjudicadas a la Odebrecht incluso reconocido por altos dirigentes del partido gobernante; la avalancha exitosa de la Marcha Verde, de un pueblo indignado y enardecido contra la Corrupción y la impunidad, presiona y el Acuerdo infeliz que libera de penalidades a presuntos implicados, altos funcionarios del gobierno en escabroso contubernio con Odebrecht – Ministerio Público obliga a la Iglesia decidirse a solidarizarse con su pueblo.
Su voz de protesta se eleva y desconcierta al propio gobierno que sabe de su indefensión y del poder de la Santa Iglesia. Trata de neutralizarla. Distraer la atención: Aquí todos somos corruptos, proclama, y suelta al descuido una bomba mefistofélica: La venta millonaria del Arzobispado de un terreno donado por el Estado a una empresa con fines divorciados al objeto de la donación. Algo grave, gravísimo, que pone en jaque al mismo representante del Papa Francisco, Monseñor Tedeus Okolo, y a la clerecía católica, porque la búsqueda de la verdad, del honor y la justicia, “por desesperada que sea la causa”, no termina nunca.