La cabaña del tío Tom

La cabaña del tío Tom

Desde tiempos inmemoriales la especie humana ha querido negar el fenómeno natural de la muerte buscando alguna forma de perpetuar su existencia. En el orden biológico los intentos llevados a cabo hasta el presente han resultado fallidos. Sin embargo, en la esfera social, y más específicamente, en el ámbito intelectual, podemos decir que dicha hazaña se ha logrado con creces. Una de las afortunadas en inmortalizar su pluma lo es Harriet Beecher Store, escritora blanca nacida el día 14 de julio de 1811 en el poblado de Litchfield, Connecticut, Estados Unidos.[tend]

La ilustre dama alcanza el peldaño de la fama con su obra maestra, La cabaña del tío Tom, publicada en 1852. Se trata de una novela de fondo cristiano, moralista, conductual y antiesclavista, cuya vigencia transpira unos valores con una frescura de actualidad. El deceso de esta mujer en la ciudad de Harford, Connecticut, el 1 de julio de 1896, una década después de haber enviudado, marcó la partida material de una ardiente defensora de la justicia social. Tan grande fue la influencia de esta genial educadora que el presidente Abraham Lincoln dijo al conocerla: «¿Es ésta la pequeña mujer que ha hecho y ganado esta gran Guerra de Secesión?»

En momentos de crisis que amenazan con hacer desaparecer la soberanía y el marco de las libertades y derechos democráticos de una Estado nacional, vale la pena reproducir algunos fragmentos de la bella, conmovedora y estremecedora obra cumbre de la señora Beecher Store. Haciendo referencia al amo dondd creciera el héroe de la novela relata la autora: «El mismo señor Shelby era el mejor hombre del mundo, afable e indulgente para cuantos le rodeaban y hacía todos los posibles para procurar el bienestar físico de los negros de su plantación, pero, a consecuencia de desastrosas especulaciones había contraído muchas deudas, y los pagarés que había firmado había ido a parar a manos del señor Haley, quien le reclamaba el pago en mercancía humana.»

En uno del os pasajes del libro, George, uno de los esclavos fugitivos en el Estado de Kentucky reacciona ante un blanco de la siguiente manera: «¡Otra vez mi patria! Gritó el joven. Señor Wilson, usted tiene una patria, pero yo y todos los desgraciados como yo que han nacido esclavos, ¿qué patria tenemos?, ¿dónde están las leyes que nos protegen? Las leyes sólo sirven para humillarnos, para destruirnos y para arrasarnos. Vamos señor Wilson, míreme bien, ¿no le parece que soy un hombre igual que usted? Yo tenía un padre que, por cierto, era un caballero igual que usted, pero no pudo impedir que después de su muerte, me vendiera como sus perros y sus caballos. Vi a mi madre puesta a subasta con sus siete hijos, que en su presencia fueron vendidos a distintos amos. Yo era el más joven. La pobre cayó de rodillas ante mi viejo amo, suplicándole que la comprase conmigo, pero él la rechazó de una patada… Crecí sin padre, sin madre, sin hermanos, sin un alma que me tratase de otro modo que como se trata a un perro; el látigo, las injurias, el hambre, he aquí toda mi vida.»

En otro párrafo se lee este reflexivo diálogo: «Querida prima, es preciso que te diga que los dueños de esclavos nos hallamos divididos en dos grandes grupos; el de los opresores y el de los oprimidos. Los que tenemos buen corazón o aborrecemos la severidad, debemos resignarnos a sufrir mil incomodidades…De vez en cuando se encuentra alguno a quien la naturaleza ha hecho tan sencillo, tan veraz y tan fiel, que las más depravadas compañías no pueden corromperlo.»

En la parte final de la novela, George Shelby se dirige a una multitud reunida congregada alrededor de la sepultura del tío Tom diciendo: «Sobre su tumba tomé la determinación de no poseer ni un solo esclavo, con objeto de no hacer correr a nadie el riesgo de ser arrancado de su familia para morir como él en una tierra lejana. Así que cada vez que penséis en vuestra libertad, acordaos que se la debéis al tío Tom, y probable vuestro reconocimiento con vuestro afecto hacia su mujer y sus hijos. ¡Cada vez que paséis frente a la cabaña del tío Tom pensad en la libertad obtenida y recordad el ejemplo que él os ha dado para llegar a ser tan honrados, fieles y buenos cristianos como él!»

¡Bienvenida seas inmoral Harriet, la relectura de tu obra, representa para el espíritu de los angustiados e inmisericordemente maltratados dominicanos de hoy, lo que sería un consomé para el enflaquecido cuerpo de un enfermo de desnutrición crónica! No solamente trasciendes los siglos con tu Cabaña del tío Tom, sino que son ella alientas las esperanzas de cambio en el rumbo político de la nave quisqueyana en el 2004.

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