La calamidad nacional de la violencia

La calamidad nacional de la violencia

DONALD GUERRERO MARTÍNEZ
Reacciona la población, alarmada y temerosa, ante cada episodio violento de los jóvenes organizados en bandas portadoras de la amenaza, el terror y la muerte siempre en los mismos barrios de la capital. El crecimiento de esas bandas, conocidas desde hace años, puede eventualmente traspasar sus fronteras un día cualquiera. Aquel vandalismo callejero, generalmente ocurre, se ha dicho siempre, en medio de disputas por el control de puntos para venta de drogas.

El suceso que tiene ahora conmovida e indignada a la sociedad, es el despliegue de la Bandera Nacional sobre el féretro con el cadáver de uno de aquellos jóvenes, sindicado como autor de crímenes y delitos, ultimado por bandas rivales, tenido por sus seguidores como «héroe de Capotillo», según se le vió y oyó decir a uno presente la procesión que llevó en hombros el ataúd al cementerio. A esa irreverencia insospechada se agrega el detalle de que el recorrido fue escoltado por un vehículo con placa oficial, ocupado por oficiales y subalteros policiales, y también el de la música, alcohol y disparos que sirvieron de fondo a todo aquello.

Se puede compartir la opinión de que en la conducta de esos jóvenes descarriados hay influencias foráneas que afectan la forma de ser del dominicano. Pero no es sólo esa influencia la causa de la violencia juvenil. Anoto que hace algunos años tuvimos ocasión de ver en la región Este, a un grupo de haitianos, seguramente obreros de los campos de caña, que llevaban a enterrar el cadáver de un compatriota al compás de cantos y bailes, música de tambores y dosis de alcohol.

Es buena la idea planteada por la antropóloga Tahira Vargas («HOY», 16-1-2005), en el sentido de que «el sistema educativo tiene que trabajar en los temas de la violencia, la delincuencia y las pandillas. Opinamos que una herramienta indispensable para ese trabajo es la educación cívica y el Manual de Buenas Costumbres de Carreño de «la escuela de antes», no importa, porque no hay pecado en imitar lo bueno, que fueran asignaturas de la escuela de la Era de que era. Empero, esa herramienta no puede usarse sin personal calificado que la maneje. Personal no calificado estropeará la herramienta y quedará mal, o no se hará, la labor que se pensó hacer bien.

La violencia barrial está conectada necesariamente con la marginalidad sempiterna de quienes los pueblan. Tenemos la violencia, la tenemos y sufrimos, como efecto de una o más causas que la sociedad no se ha interesado en acabar o disminuir. Son familias disueltas, muchas veces por causa de la paternidad irresponsable, pero víctimas también de la promiscuidad y el hacinamiento de la falta de oportunidades de trabajo. Por hemos estado pendientes de lo grandioso, pero en los pueblos no hay centros para aprender oficios. Acabo de recordar que hay uno en el Centro Padre Arturo, de San José de Ocoa. El país necesita colocar el ebanista o mecánico al lado de la computadora en las escuelas, pues la tecnología no suplirá nunca los valores.

Pero hay otra violencia, por cierto generalizada, que al parecer apenas llama la atención.

Es la corrupción, en sus diferentes vertientes, dispendio o sustracción de fondos públicos, contrabandos etc., para «hacerse» a la carrera, nunca sancionados. El ejemplo nefasto de oficiales y subalternos de la Policía, adjudicatarios por sí mismos de vehículos de motor reportados por sus propietarios como sustraídos, recuperados en algún momento por las autoridades. El ejemplo «histórico» de un diputado pepehachista que ha agregado dos récords a su historial, el de haber sido juramentado dos veces como legislador, un por el oficial del estado civil de Dajabón, y otra por la diputada presidenta. Y haber realizado la hazaña, propia de estas democracias tropicales, de evadir a la Justicia durante más de cuatro años.

Otros ejemplos son el escándalo del caso Pepecard y el del Plan Renove, y por último, de gravedad máxima, el odioso ejemplo de que un carro de lujo importado con una de cuatro exoneraciones concedidas a un Senador de la República, en estos momentos vicepresidente de la Cámara Alta, le haya sido ocupado a alguien inculpado del tráfico de más de 30 quintales de cocaína. Ese señor, benefactor económico de toda una región sureña, casi tiene asegurado que se le tenga por «héroe» digno de que también su cadáver sea cubierto por la Bandera Nacional.

Los ejemplos citados son algunos, sólo algunos, de las imágenes que nuestras juventudes ven en una radiografía de la sociedad que ellos hicieran.

Aquellos oficiales policiales y subalternos que escoltaron la irreverencia citada, nunca estuvieron en «la escuela de antes». Tampoco los maestros de ahora, funcionarios, legisladores, militares y policías, estudiantes y obreros. Cuántos de esos pasan el examen de conocer o recitar su Himno Nacional?

Porque no conocen ese símbolo patrio, ni los otros tampoco, están impedidos de respetarlos.

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