La calidad de la educación médica

La calidad de la educación médica

Marcha a ritmo de tango, “Cuesta abajo en su rodada”, la formación de la clase médica dominicana.  Pido, por tanto, el auxilio de las Universidades, de la Academia de Ciencia, de la Academia de la Lengua y de los dos Ministerios que tienen que ver con la Educación y la Enseñanza, para los refuerzos y los estímulos académicos, didácticos, pedagógicos, lingüísticos y de aprendizaje, que sean necesarios y requiera la transformación curricular y de contenidos, los cuales reclama con urgencia la formación de los profesionales de la medicina en el país.

Privilegiar la titulación en desmedro de la formación de un médico, es convertir las universidades en zonas francas de profesionales mal educados, y poner en graves riegos, tanto la seguridad del médico mal formado, como la vida de los pacientes.  Con solo ver los conatos de agresiones de parientes de pacientes contra médicos, en clínicas y hospitales del país se pueden establecer los parámetros y perspectivas de, hacia donde nos dirigimos.

Decir que el ejercicio de la medicina es una vocación o un ministerio, nos permite optar por la categoría moral de nuestra profesión, en lugar de la definición científica o de la descripción psicológica de todo individuo sin dejar fuera sus deberes, sus valores y sus derechos con la sociedad.  Solo así las universidades con escuelas de medicina dejarán de calcular tan mal el valor del éxito y la desdicha de muchos médicos que hoy carecen de competencia. Distinguiríamos así, entre el valor del triunfo y el fracaso de muchas universidades que en lugar de ser la solución a muchas deficiencias de sus egresados en el exterior, son las causales agravantes a sus problemas curriculares, de conocimiento y de contenidos programáticos y lingüísticos de su profesión.

Convertir las cifras de graduados de médicos en un mito o en un dogma académico, es una tarea de abogados, de fiscales y de policías, nunca debería ser la tarea de una universidad ni tampoco el oficio ético de una academia, porque la ciencia, el conocimiento y la inteligencia, nunca requieren de publicidad ni de relaciones públicas, ya que ninguna necesita seducir, cuando se dispone de una evidencia corroborada por los resultados de la sabiduría, que es la única demostración y fe de suficiencia.

Importarían muy poco los avances tecnológicos y la disponibilidad de teleconferencias o los mismos intercambios internacionales de nuestras universidades, si el cerebro de nuestras rectorías y decanatos se queda anclado en el pasado.  Con solo leer el comunicado de la Asociación de Rectores Universitarios, con ocasión de conflictos entre estudiantes y autoridades universitarias, podemos descubrir, la tendencia de muchos sectores, tanto públicos como privados, de creerse que pueden perforar en cualquier lugar del tejido social dominicano con la esperanza de descubrir un yacimiento de derechos.

Sobrevivirá la educación médica con calidad, al determinismo, a la rutina, al lucro y al comercio de la profesionalización de la medicina, porque Epícuro decía que: “Ser sabio es reírse de la fortuna”.  Y, porque el dengue una enfermedad tropical, sigue siendo un misterio y una enfermedad intratable para el sistema sanitario, para los currículos de las universidades y para el Ministerio de Educación Superior, Ciencias y Tecnologías de nuestro país.  No obstante las alarmantes cifras de muertes y contagios que se producen cada año.

Espanta saber que el Colegio Médico Dominicano, en medio de la emergencia y las urgencias del dengue, tenga que improvisar cursillos con infectólogos, salubristas y epidemiólogos, dirigidos a la extensión curricular de médicos residentes de hospitales y de los centros de atención primaria, sobre el dengue, porque desconocen los procedimientos y los protocolos del dengue.

Sería saludable que eliminemos la culpa, la vergüenza, el asco y la humillación, que sufren las universidades frente a las deficiencias y la baja calidad en la formación de nuestros médicos y enfermeras, ya que, en lugar de estar promoviendo sentimientos estéticos de los centros universitarios, permitamos que la creatividad y la innovación de los egresados sean los que impulsen el orgullo y la confianza de los pacientes, de los padres de los alumnos y de la sociedad en general.

Sabemos que movilizar las estructuras de mando de las universidades para alcanzar las mejoras académicas, son como el apego resistente de un niño al regazo de la madre, por el sentimiento de conservación y rechazo a cualquier proceso novedoso de exploración curricular.

Aunque estos sentimientos han cegado los valores pedagógicos, didácticos y del aprendizaje de los galenos y galenas, con lo cual se explica que los casos de dengue alcancen cifras de contagios superiores a los 70,000 casos.

Pensar las posibilidades de un cambio curricular en las facultades de medicina de nuestras universidades y enlazar las acciones mediante un plan académico, sería el primer eslabón en el impulso que necesita el cambio de comportamiento de la oferta académica en la formación según la demanda objetiva de los pacientes, y las necesidades urgentes que se desprenden de la ley de seguridad social o la reforma al sistema de salud.

Estamos conscientes, de que la perfección es inexistente, más, aún, cuando con distintos pensum, distintos libros de textos, distintos niveles de profesionalidad profesoral, con distintos laboratorios, distintos métodos y metodologías audiovisuales o de refuerzo tecnológicos, todas las universidades del sistema nacional otorgan el mismo título, Doctor en Medicina.

Coinciden todas en el fervor de graduar los mismos médicos, las mismas enfermeras y los mismos bioanalistas, con los cuales se deja fuera de foco el lastre creativo de un esquema centrifugo que parte de las necesidades y de los intereses de los consejos, de las juntas directivas o de los patronatos que auspician estos centros académicos, en lugar de responder a las demandas sentidas de la sociedad.

Iniciamos este análisis por el estilo centrífugo de las universidades, con la justificación de lo que cada una de ellas hace, por las conveniencias comunes de sus directivos y por la corrección de la diversidad y dispersión de las normas que cada universidad aplica, con arreglo a los compromisos y responsabilidades de derecho natural que ellos ejecutan de forma individual en cada recinto.

La bioética y la ética serían una solución a problemas vitales de la formación del médico, cuando el proyecto universitario privado se ha construido a la sombra de una moral de segunda y tercera generación,  tanto religiosa como laica, pero, además, trenzada con los hilos de las costumbres del statuquo, tanto en la lingüística, el lenguaje, las creencias, las necesidades, los intereses, en la lógica política, en las técnicas sociológicas y culturales, y hasta en el modo de sentir de los grupos de poder político.

Considerar que nuestros comentarios pertenecen a la mitología de los valores independientes de un galeno independiente, es desconocer que nuestras evidencias han sido corroboradas y dilatadas en el tiempo.

Iluminadas por la experiencia, disciplinada por la serenidad  en nuestro oficio de médico y sustentada en la veteranía que otorgan la brega, la clínica y el trato profesional con pacientes, equipos  técnicos y los grupos de galenos y galenas más diversos de nuestra nación.

Perseguiremos criterios de las evidencias coherentes, que consideren la calidad del profesional de la medicina, en todo caso, corregir el diagnostico preocupante de la falsedad de la capacitación masiva y mal entendida que practican las escuelas de medicina de nuestro país.

Porque a la verdad de esa formación le sobran elogios y demostraciones, y con solo mirar un poco el pasado se podrá entender, sin ánimo de justificarnos o de querer explicar lo que sucede, sino, construir un proyecto con más rigor, en la preselección del candidato o candidata a ser médico, a fin de que este profesional le sirva a la sociedad en el futuro.

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