La calle de los judíos

La calle de los judíos

JORDI CUSSO
Al final de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad judía en Alemania era inexistente. No fue hasta la caída del bloque soviético que la Alemania Democrática aceptó sin restricciones la entrada de ciudadanos de la URSS que tuviesen el padre o la madre judía. Después, esta ley se aplicaría a todo el país una vez reunificadas las dos Alemanias. En el año 2001, ocurría un hecho significativo, la administración berlinesa decidía recuperar la Jüdenstrasse (Calle de los Judíos), nombre original de una vía de la capital alemana que había sido rebautizada como Kinkelstrasse. Así, actualmente, Alemania acoge, por detrás de Gran Bretaña y Francia, una de las comunidades judías más cuantiosas de Europa.

Hace unos días, en un rotativo, un joven miembro de esta comunidad judía alemana, llamado Igor Chalmiev, declaraba: «Estoy bastante contento de vivir aquí». Hoy, escuchar decir a un judío que está contento de vivir en Alemania aún resulta sorprendente para muchas personas. Seguro que ninguno de los judíos que vivieron el horror del exterminio Nazi se imaginaron que cincuenta años más tarde, un judío como ellos llegaría a expresar esta sentencia en voz alta. Leer comentarios como este nos debería ayudar a ver los problemas del presente desde otra perspectiva. Estos conflictos que ahora nos parecen imposibles de resolver, hemos de pensar que a la larga, se resolverán de una forma u otra y que las personas que vivirán en el futuro en cierta forma se alegrarán de cómo van las cosas, porque gracias a esto ellos existirán.

Además, el protagonista de este artículo de prensa al que me refiero dice: «Alemania tiene una historia muy especial, no podemos olvidarla, debemos recordarla. Pero espero que esta historia no vuelva a repetirse. He aprendido durante los trece años que llevo viviendo aquí que hacer o decir alguna cosa en contra de los judíos es tabú». Igor y todos los alemanes de hoy, tienen que darse cuenta que si la Historia hubiera sido diferente, el presente también sería diferente y por lo tanto, ni ellos ni los alemanes actuales existirían. No podemos cambiar el pasado, ha sido como ha sido con todas las situaciones de injusticia, insolidaridad o genocidios que han habido. Pero nunca podemos olvidar que nosotros somos fruto director de esta historia. Estos hechos han sido necesarios para que Igor pueda existir. El y todos los que ahora existimos no podemos hacer nada para evitar las situaciones del pasado, por la sencilla razón que no existíamos. No tenemos ninguna responsabilidad ni culpa de aquellos acontecimientos, por lo tanto, no hemos de sentir ningún remordimiento.

A pesar de todo, no podemos desconocer la historia. Nos interesa todo lo que nos ha precedido, y cuando más conozcamos los hechos históricos más fructuosos serán para la paz. Pero no deberíamos conocer la historia con resentimientos o con actitudes de rabia o acomplejados, porqué estos nos llevan a rehusarla y a ocultarla, como si aquellas situaciones nunca se hubieran producido. La Historia es maestra de la vida, y nos debe ayudar a no repetir, nunca más, los hechos negativos que hoy criticamos. Cuando una persona descubre que para que él hubiera podido existir, la historia ha tenido que ser como ha sido, se despierta en él un deseo de conocer todos los acontecimientos anteriores a su existencia. Quiere que le muestren y le enseñen su historia familiar y nacional de una forma objetiva. Sea cual sea esta historia, con sus acentos y sus errores, ya que esta historia es la que posibilita su existencia. Ocultar o deformar la Historia, tanto la familia, como la de los grupos o de los pueblos, es un grave obstáculo para edificar la paz, es convertirla en una arma de ofensa y agravio para los pueblos, para poder tener excusas y rencores que nos llevaran a solucionar los conflictos de forma violenta. La aceptación óntica de la Historia nos libra del peso del pasado y nos da libertad para dedicarnos con todas nuestras energías a mejorar el presente y a construir un mundo más en paz.

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