La camisa del hombre feliz

La camisa del hombre feliz

R.A. Font Bernard
Es una selección de textos literarios de autores españoles y de la América Latina, de los años finales del siglo 19 y los primeros del siglo 20, realizada conforme al criterio del profesor de Lenguas Romances de la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos de América, doctor Alfredo Elías.

Esta edición data del año 1912 en la misma figura, de manera privilegiada, la «Oración de Monseñor Meriño», leída en el acto de recibo de los restos mortales del Patricio Juan Pablo Duarte, traídos desde Venezuela el año 1884; el discurso improvisado por don Eugenio Deschamps al recibir la visita al país del generalísimo Máximo Gómez el año 1903; una sinopsis biográfica titulada «La idea separatista», por don José Gabriel García; una nota biográficas de Juan Pablo Duarte, por Miguel Angel Garrido; un capítulo de la novela «Enriquillo, de don Manuel de Jesús Galván, y los poemas titulados «Ololoi», Anacaona» y «Ruinas», de Gastón Deligne, Arturo Pellerano Castro, y Salomé Ureña, respectivamente. Muchos años después nos enteramos de que la selección de una mayoría de autores dominicanos para esa obra se debió a la colaboración prestada por don Luis Galván, hijo del autor de «Enriquillo», entonces representante consular de nuestro país en la ciudad de Nueva York.

Recientemente hemos releído el libro en la búsqueda de un cuento del sacerdote y literato español Luis Coloma, titulado «La Camisa del Hombre Feliz, aplicable como una moraleja al ex capitán del Ejército Quirino Paulino Castillo, considerable como un muerto civil luego de las declaraciones emitidas contra él por el representante diplomático de los Estados Unidos de América, en el país.

El personaje central del cuento del sacerdote Coloma era un rey, reconocido por su desmedida ambición por acumular riquezas. Tal vez el Rey del cuento versificado de Rubén Darío, dedicado a la niña Margarita Debayle, luego la esposa del General y Presidente de Nicaragua, Anastasio Somoza:

«Este era un Rey que tenía,
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día,
y un rebaño de elefantes.
Un trono de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita, Margarita,
tan bonita como tú».

En su inmensurable acumulación de la riqueza, el Soberano solía enviar periódicamente a sus camelleros para que apresaran a los viajeros que desde los más lejanos países transportaban oro, piedras preciosas, marfil y hasta mirra, canela e incienso.

Pero como todos los seres humanos, el Rey enfermó, y sus cortesanos convocaron a todos los médicos y a los astrólogos del reino para que dictaminasen el origen de su enfermedad. «Su Majestad está afectada por la dolencia del hastío» – dijo el más grave de los ancianos consultados, pero se podrá recuperar de inmediato si viste durante una semana la camisa de un hombre feliz».

De inmediato fue ordenado que los camelleros más veloces saliesen en la búsqueda de ese hombre –una tarea fácil según se estimó inicialmente–, por todos los contornos del reino. Pero, luego de una frustrada búsqueda indagatoria, ya de retorno al Palacio, los camelleros, ante la posibilidad de ser ahorcados o degollados por orden del Rey, encontraron a la entrada de una cueva a un anciano que se entretenía comiendo dátiles endulzados con miel.

– ¿Qué buscáis en estas soledades?– preguntó el anciano al que aparentaba ser el jefe de emisarios palaciegos. –Buscamos a un hombre feliz. ¿Tú lo eres?, replicó el interrogador. –»Sí, soy feliz» –afirmó el anciano. –A lo que exclamó el cortesano: «Alá es grande, pero ¿cómo eres feliz viviendo en esa cueva?». A lo que el anciano respondió: «Soy feliz porque no deseo riquezas cuya guarda me turbaría el sueño, y porque además no deseo riquezas cuya guarda me turbaría el sueño, y porque además no deseo riquezas mal habidas de los que, precisamente por ricos, no pueden dormir».

El jefe de la expedición arrojó a los pies del ermitaño una bolsa repleta de monedas de oro y lo invitó para que le acompañase al Palacio Real. Pero el anciano abrió el sayo, elaborado con piel de camello, y mostró el pecho desnudo. ¡El «hombre feliz no tenía camisa!»

En el retorno a la ciudad, los decepcionados emisarios palaciegos vieron que en la torre del Castillo flotaba una bandera negra, como señal de que el Rey había muerto. Y allí estaba el Soberano, yacente en un ataúd de mármol, cubierto el cuerpo con un manto de armiño, y adornada la cabeza con la áurea corona real, presto a ser conducido con los máximos honores al «pudridero», en el que terminan todas las grandezas humanas: Para él pudo haber sido escrita la Oración Fúnebre» del Abate Bossuet con motivo de la muerte de Enriqueta María de Francia, Reina de Inglaterra. «No, después de lo que acabamos de ver, la salud no es sino un sueño, la gloria una apariencia, las gracias y los placeres un peligro pasatiempo; todo es vano en nosotros».

En el caso del ex capitán Quirino Paulino Castillo se nos ocurre creer que éste, aislado en una prisión solitaria, olvidado por los poderosos, cuya protección compró con los millones de pesos adquiridos en el ejercicio de una actividad delictiva, debe estar reflexionando acerca de cuan feliz sería si se hubiese dedicado al cultivo del sorgo junto a los demás campesinos de su Elías Piña natal. El oro «excremento del Demonio», según la frase de Papini, destruyó en definitiva una vida que pudo ser feliz.

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