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Antes del triunfo de la Revolución Castrista gran parte de la población cubana era analfabeta. Según los datos provenientes del Censo de 1953, el porcentaje de iletrados entre su población total era de un 23.6%, y de un 47.7 % entre los residentes en zonas rurales. En tiempos de la dictadura de Fulgencio Batista las zonas de mayor número de gentes que no sabían ni leer ni escribir eran las agrarias y los sectores de desempleados y obreros pobres de las ciudades. Cuba era uno de los ejemplos más claros de un país que su poco desarrollo económico le impedía ampliar y elevar la calidad de su sistema de instrucción pública. Los líderes revolucionarios cubanos tuvieron, entre sus preocupaciones fundamentales, la elevación del nivel cultural de la mayoría y la lucha contra el analfabetismo.
En marzo de 1959, apenas tres meses después de la llegada al poder del Comandante Fidel Alejandro Castro Ruz, el Ministerio de Educación de Cuba creó una Comisión de Alfabetización encomendándole a la misma la misión de iniciar el desarrollo de sus actividades en las distintas zonas rurales y montañosas del país caribeño. En una etapa posterior, en respuesta a un llamamiento realizado por el líder de la Revolución a los jóvenes universitarios y normalistas, se inició la promoción de maestros voluntarios que se encargarían de combatir el analfabetismo en los campos y en lugares apartados de las grandes comunidades. A ellos se les sumaron los sindicatos de trabajadores, las organizaciones artísticas, y miles de soldados del Ejército Rebelde. Como paso preparatorio a la planificación técnica de la Campaña de Alfabetización de Cuba, catedráticos universitarios llevaron a cabo investigaciones científicas que exteriorizaron en los iletrados aspectos tales como condiciones de vida, vocabularios, aptitudes y vocación, cuyos resultados constituyeron factores importantes en la orientación del proceso técnico subsiguiente. En 1961, dos años después del triunfo de la revolución, el índice de analfabetismo en la Patria de Martí y de Máximo Gómez quedaba reducido a un 3% de la población total, y Cuba figuraba entre el grupo de naciones del mundo de más bajo índice de analfabetismo. Décadas después, Bolivia, Nicaragua, Paraguay, al igual que Cuba, lograron reducir el porcentaje de iletrados adultos a niveles insignificantes. Los cubanos no disfrutan hoy de grandes riquezas pero sí de muchas sapiencias.
Para llevar a cabo labores de alfabetización de adultos, la República Dominicana cuenta a su favor el ser un país altamente comunicado, donde los núcleos de sus poblaciones están relativamente cerca uno del otro; y, en donde todos sus ciudadanos hablan una misma lengua, por lo que no debe resultarnos tan difícil el que logremos, al igual que Cuba y otras naciones latinoamericanas, reducir, en un periodo de tiempo relativamente breve, el porcentaje de personas adultas que no sepan ni leer ni escribir. ¿Qué nos falta? “bajarnos de la cama para dormir en el suelo como forma de identificarnos con los demás”
En otro orden de ideas.
Durante varias décadas, el promedio de inversión en educación de parte de parte de los gobiernos que aquí se sucedieron fue de menos del 2% del PBI. El Sistema Dominicano de Instrucción Pública se contaba entre los peores financiados de la América española y el Caribe. Esas desatenciones financieras causaron graves daños al sector; daños éstos, que tardarán algún tiempo en repararse. ¿Qué otro resultado podíamos esperar de la aplicación de la Prueba Pisa a nuestros estudiantes de educación media y secundaria que no fuera el que quedarán en último lugar en ciencias, matemáticas y lectura?
Estimamos que, de llegar a feliz término los proyectos de mejoramientos de la calidad de la educación en marcha, antes de finalizar la actual gestión de gobierno, la calidad de los servicios de las escuelas públicas de aquí se elevará al nivel que muchos deseamos.