La caña da para todo

La caña da para todo

Es el título de mi libro que ganó el Premio Nacional de Historia José Gabriel García, galardón que otorga el Ministerio de Cultura todos los años. Agradezco a los historiadores Mu-kien Adriana Sang, Jorge Tena Reyes y Alejandro Paulino Ramos, el concepto de que la documentación utilizada era inédita y la metodología novedosa. Hago extensivo el agradecimiento al Archivo General de la Nación, en la persona de su Director, doctor Roberto Cassá, por publicar el libro como parte de su colección. 

Su origen fue mi tesis doctoral en historia defendida en el Departamento de Historia de América de la Universidad de Sevilla, en febrero del 2010. Como fuentes primarias usé libros contables, estados financieros, planillas de pago a trabajadores, informes de producción y venta, actas del Consejo de Administración y de Asambleas Generales Ordinarias y Extraordinarias, de las corporaciones de los Vicini, propietaria de los ingenios Angelina y Cristóbal Colón, desde el último tercio del siglo XIX hasta 1930.

Con otras fuentes estudié la economía del trapiche y el ingenio, desde que la caña llega a La Isabela con Colón en 1493. Como los papeles no reportan producción de mieles en La Isabela, se especula que los pobladores se comieron la cosecha de caña. Pedro de Atienza traslada los esquejes a la Concepción de La Vega y en sociedad con Miguel de Ballester produce mieles por primera vez en La Española en 1501. Sin embargo es en 1515, en un molino movido por fuerza hidráulica propiedad de Gonzalo de Velosa, cuando por primera vez se logra producir azúcar cristalizada para exportar a España. Aunque se perdieron muchos capitales en el intento de construir y operar trapiches e ingenios, el negocio fue rentable desde su inicio, permitiendo que colonos-encomenderos acumularan capital, quedando sin sustento la tesis de quiebra por falta de ingresos y mercado. 

Si en la primera etapa se demostró las condiciones especiales que existían para producir caña y azúcar, las ventajas comparativas se ratifican desde 1860, cuando resurge la actividad con inversiones financiadas con ahorros de Puerto Rico y Cuba que se suman a los locales. Aunque no todas las inversiones de dominicanos y extranjeros tienen éxito, la industria acumula beneficios suficientes para pagar la tecnología que sustituye el viejo procedimiento del trapiche horizontal y vertical. La producción en masa eleva la rentabilidad de la industria en la tercera etapa que va de 1900 a 1930, dominada por corporaciones norteamericanas, presentes en Cuba y Puerto Rico, propietarias de refinerías y con influencia en la industria del dulce en los Estados Unidos.

El libro no solo narra los hechos, explica por qué y cómo ocurrieron, destacando el aporte del trabajo al desarrollo azucarero en las tres etapas. De ninguna manera intento decir que lo contado es la verdad histórica, porque pasado e historia no son las mismas cosas. Porque a los historiadores el pasado se les hace escurridizo, lo demuestra la frecuente aparición de libros con versiones diferentes sobre Trujillo y lo que sucedió la noche del 30 de mayo de 1961. El conocimiento histórico es temporal, hasta que aparecen nuevos papeles, probablemente la belleza que tiene el oficio que compartiré con el de economista, mi profesión original.

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