La canonización de la rapiña

La canonización de la rapiña

Advertimos de antemano que don Politikón es un tipo palabroso, con lentes de concha del otro siglo, panza, breteles, zapatos tenis y bastón, encargado de difundir verdades que caen como purgantes en ciertos ambientes de poder. A nuestra historia la llama “comedia de quinientos años escrita no con lápiz sino con revólver”. He aquí la versión sociográfica de la historia, según don Politikón, aclarando que sobre el tema de rapiña tiene una opinión pintoresca y cruda. Hela aquí:

Dicen que Dios creó las cosas para todos, pero algunos más fuertes y descarados se apoderaron como propietarios de ellas. Sin embargo, las víctimas inconformes proclamaron que esa propiedad era un robo: una propiedad con la conciencia sucia. (Esa polémica años después sirvió de tema a los comunistas y a los capitalistas en sus desacreditadas guerras frías y calientes, que continúan tras elegantes bambalinas).

Los ladrones desde entonces alegan que Dios, en adición a crear las cosas creó la fuerza y ésta “era para usarla”, y a su uso lo llamó “poder”. Agregaron que Dios creó al León para que se comiera a los animalejos y nadie clamó “robo”; que Dios creó los hijos y los padres se los cogieron y nadie clamó “robo”; que el príncipe cobra impuestos y nadie se atreve a clamar “robo”. Y para completar su triunfo, los ladrones con gran pompa, fiestas y Misa concelebrada, decidieron canonizar a “San Rhobbo de Asís”, devoción que florece espléndidamente hasta hoy día: y así, las víctimas del robo fueron derrotadas, porque no tenían la fuerza ni las garras para el oficio ladronil, y sobre todo carecían de la creatividad necesaria, especialmente para los elegantes y usuales robos de cuello blanco.

Los robados, al borde de la desesperación, tuvieron la buena suerte después de mucha búsqueda, de encontrar a un hombre honesto al que vistieron con negra toga y un gorrito adornado con borla coloreada, y éste, aunque sin muchas esperanzas, dictó leyes y códigos e inventó a una diosa, a una tal Temis, soltera regordeta que les salió coqueta con los ricos, y le colgó un espadón pesado y boto, y una venda que se desacreditó por cierta miopía, pues en el cambumbo de la ley sólo cabían los pobres y harapientos.

La tal Temis no veía a los delincuentes ricos que la enamoraban con joyas, aretes, perfumes, diamantes y espejos, cosas que le eran de mucho placer, por lo que perdió su empleo; y las víctimas, desesperadas, alquilaron a un gran pintor del Vaticano y santuarios para que reviviera su imagen con colores, nimbos y halos, y la exhibieron en los parques y sitios públicos, pero lamentablemente sus detractores le pintaron barbas, espejuelos, bigotes, orejas de burro, y le hicieron muecas con gran ridículo, y rieron a grandes carcajadas populares por las indecencias escritas… y la pobre diosa anda vestida de roba la gallina todo el año, “palo con ella”.

Así finalizó la pintoresca crónica de don Politikón, que de paso calló maliciosamente la interrogante de si en la actualidad en nuestro país la rapiña es una actividad horrenda o una profesión tan inocente como robarse la Catedral o tomarse una tacita de café…

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