La carabina de Ambrosio

La carabina de Ambrosio

   Pasaban dulcemente los años espléndidos de la llamada “Danza de los Millones” en San Pedro de Macorís. Era la segunda década de los años XX. El azúcar era oro y los ingenios de Macorís del Mar, la “Sultana del Este”, florecían en bonanzas formidables.

   Me he refugiado en una época feliz, una especie de “Belle époque” para escapar, aunque sea un momento, de la política que nos ahoga, de los señores dueños de riquezas mal habidas –en una u otra forma-, y darle un respiro  a la percepción de la impunidad inmensa que cobija nuestra generalizada criminalidad de todo tipo y nivel.

   Dentro de un sistema democrático ¿empezaremos algún día a premiar lo bueno y castigar lo malo? ¿Tanto Duarte, como Bosch, mucho después, fueron soñadores de algo imposible?

    No me resigno a considerarlos ilusos. Propiciadores de lo imposible.

    Retornemos a aquellos tiempos macorisanos.

    Ya tenía una anécdota comprobada e ilustrativa: Un lejano pariente, que debo  citar, don Rafael Alardo, era uno de los poderosos magnates comerciales de Macorís en aquellos años. Se contentaba en las apacibles tardes con sentarse en una mecedora frente a su establecimiento y disfrutar de una buena tajada de lechosa.

    En una ocasión, un vecino de la zona le dijo: -¡Ay, si yo fuera don Rafael Alardo!

    -¿Qué harías, qué harías, qué harías? –preguntó con esa curiosa nerviosidad de mi familia.

   -¿Yo?, con su fortuna viviría en París, lejos de estos cocolos, rodeado por mujeres bellísimas, tomando champagne De la Viuda Clicót y bocados exquisitos.

   -¡Pero como tú no eres don Rafael Alardo sino lo soy yo, lo que me gusta es comerme mi lechosa en la puerta de mi negocio y que la brisa del Higüamo me reviente en el pescuezo!

    Así era el buen sentido de los ricos de entonces.

    Por otra parte la cultura promedio de los macorisanos era muy alta, hasta el punto de producir una broma en latín, que fue ampliamente divulgada entre los extendidos círculos cultos.

   Existía un cierto Ambrosio, poseedor de una carabina, y amante de la cacería de aves. O la carabina no estaba adecuadamente afinada, o Ambrosio no tenía buena puntería. El caso es que regresaba de sus incursiones sin caza alguna. La gente bromeaba con lo de “la carabina de Ambrosio”, para señalar lo de “tirar y no dar en blanco”.

   El caso es que tiempo después don Publio Gómez, apasionado como Ambrosio en la cacería, solía regresar de sus incursiones sin ninguna presa y don Quiterio Berroa y Canelo, señor muy culto y rico, venerable personaje de la sociedad macorisana de entonces, al ver a Publio regresar nuevamente sin presas, le dijo en latín:

“Publium, carabinam tuam Ambrosium recordavit”.  (Publio, tu carabina recuerda la de Ambrosio)

    Esta anécdota me ha llegado gracias a la envidiable memoria de mi amigo y colega Julio De Windt, quien la escuchó de su padre, el Dr. De Windt Lavandier, un personaje dueño de extraordinaria cultura, en cuya espléndida biblioteca, recogida en la casa solariega de San Pedro tuve el privilegio de incursionar alguna vez.

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