La carne de la vida

La carne de la vida

-La poesía es “una flecha que penetra en la carne de la vida”; al mismo tiempo que hiere y desgarra, nos obliga a mirar el interior de las personas y las cosas. Esa flecha opera también como una sonda exploratoria parecida a las que envían los cosmólogos a los planetas lejanos. La conjetura y la mirada van juntas en el viaje poético que emprende el escritor. Es una flecha que saca muestras de sangre y tejidos para hacer “biopsias generales” de muchos hombres a la vez. “Un poema es un documento certificado de humanidad”. Así concluyó su perorata el primer día que lo oí.

A medida que crece la ciudad de Santo Domingo y proliferan los asaltantes, van apareciendo, aquí y allá, sujetos estrafalarios que superan todas las previsiones. En tiempos como los actuales, literatos y poetas son, generalmente, mezclas de políticos con publicistas. Ahora surgen entre los viejos edificios de la Ciudad Colonial; salen de algunos patios con aljibes donde sobreviven varias familias hacinadas en “cuarterías”. El negocio del turismo ha amontonado en esas pocas calles varios grupos sociales. Son estamentos que conviven “tangencialmente”; se ven y se tocan, pero no se funden; como el vinagre y el aceite, permanecen separados unos al lado de los otros.
Me chocó que aquel sujeto con barba descuidada y ropa raída, en vez de repetir los lugares comunes habituales: la “revolución sexual”, la “integración económica”, la lucha contra “la cultura burguesa” el “arte urbano”, la poesía de los “barrios marginados”, me hablara de “biopsias generales”, de “exploraciones con sondas”. En la Ciudad Colonial están “los viejos habitantes”, los “nuevos contratados” por empresas de viajes y turismo; y unos especímenes inclasificables que han venido de las provincias, desalojados por la falta de trabajo.
-No hay modo de entender el mundo- ni de cambiarlo, como decía el barbudo de “El Manifiesto” – sin poesía, ni “pensamiento crítico”. Y esto último es una necedad, porque el pensamiento ha sido crítico desde la antigüedad. Aquí necesitamos más “literatura auténtica” y menos “política rastrera”. El número de farsantes ha crecido junto con los teléfonos y computadoresarrow. Venga por acá cada vez que quiera oír cosas que no haya escuchado nunca; yo lo estaré esperando.

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