La carretera en huelga

La carretera en huelga

Ayer terminó el mes más improductivo de los últimos 50 años en la República Dominicana. Calculen: la Navidad se extendió como diez días de enero, tuvimos dos fines de semana largos, el 21 (Día de la Altagracia) descalabró la tercera semana y una huelga acabó con la última, dejando apenas útil… el viernes, oigan eso, ¡un viernes dizque útil!, tan sociales que son, para terminar con un fin de semana que de paso se comió al primero de febrero.

Para la huelga hasta las carreteras se pararon. Resultó exitosa porque ganó 6 puntos: un punto por cada muerto, aunque los organizadores dicen que no, que fueron ocho, pero que la Policía les está haciendo trampas y escamoteando los puntos ganados. Igualmente ocurrió con los heridos.

La Policía dice que fueron ciento y tantos, mientras que los organizadores dicen que fueron 500. En este caso cada 5 heridos equivalen a un punto que se acumulan para la próxima huelga.

La cuestión es que tenemos dos temas convergentes aquí: lo improductivo del mes y lo cómodo que es quedarse en casa viendo tele o jugando dominó. De paso se atisba entre ambos temas lo jugoso de las ganancias de los supermercados y las gasolineras. En tanto que asoma también algo que pudiera cobrar certeza según avancen las investigaciones. Y es que, al parecer, habiendo sido enero improductivo y con una huelga a caballo, todo sigue igual, seguimos comiendo igual, bebiendo igual y bailando igual. Entonces, ¿para qué vamos a trabajar el resto del año?

Lo de las huelgas es ya como lo de los huracanes: siempre habrán, se avisan con tiempo, se detiene todo, hacen su agosto los supermercados y se mueren algunos. El problema es que se vuelven aburridas y en algún momento la gente quizás ya no les haga caso.

Yo creo que para darles un giro más divertido a las huelgas sería mejor motivar a la gente a pasarse dos días pidiendo trabajo en las fábricas e instituciones del Estado. Imaginen un millón de personas dos días en la calle, frente a fábricas, tiendas y oficinas pidiendo trabajo. Nada de gomas, nada de piedras y nada de “chilenas”. A nadie se puede apresar, herir ni matar por buscar trabajo. En tanto, en solidaridad, la gente empleada puede acelerar su ritmo de trabajo como hacen en Japón . Es decir, aumenta vertiginosamente la productividad de cada centro y la empresa u oficina se desborda de trabajo hecho.

Pero quizás esta idea no guste… porque hay que trabajar. Lo dicho, es más cómodo quedarse viendo televisión y jugando dominó. Al fin y al cabo, la gran aspiración del dominicano es recibir un cheque del Gobierno en la casa, sin hacer otro esfuerzo que el de endosarlo.

Volvieron las sandías

Ya están volviendo las sandías y melones a las carreteras del sur. ¡Pues qué bien!, porque como está la comida de cara habrá que meterle mano y diente a las frutas con mayor regularidad según vayan apareciendo en sus respectivas estaciones.

Para beneficio de los consumidores, la sandía trae una buena carga de agua dulce y sana cargada de vitaminas y nutrientes de muy fácil asimilación.

Para los niños y lactantes no hay mejor complemento que el jugo de sandía, porque, además, refresca que es un gusto. Incluso, en los lactantes, el jugo de sandía y miren que digo el jugo, no la batida ni el agua de sandía puede funcionar bien como sustituto de la leche materna cuando en la madre va disminuyendo la producción natural de leche.

La sandía no necesita azúcar, y si puede servirse fría tampoco necesita hielo, no tiende a descomponerse tan rápido como el jugo de naranja, manteniendo por más tiempo su sabor y dulzor.

Finalmente una cosa. Es mejor aprovechar un viajecito por la carretera hacia el sur para traerse algunas sandías, que comprarlas en un supermercado, tanto por la diferencia de precio como por la frescura de la fruta, que en la carretera es garantizada. Y no hay que irse muy lejos. Esas que se ven en la foto están de venta en Baní, donde hay cantidad de puestos, principalmente cuando la producción alcanza su clímax.

El caso de la guácima

Algunos árboles de guácima extienden sus ramas cargadas de frutos hacia la carretera, pero nadie les hace caso. Igual pasó toda la vida con el noni, hasta que alguien descubrió que se trataba de un fruto con enormes propiedades curativas.

Con la guácima puede que pase otro tanto, pero hasta ahora no conozco de nadie que se haya puesto a estudiar sus propiedades nutricionales o medicinales.

Sin embargo, a favor de la guácima puede decirse que, siendo de gran predilección por parte de los murciélagos, es posible que ésta ayude mucho al desarrollo de la audición tan aguda y efectiva en los murciélagos , e incluso de la visión, puesto que los murciélagos ni son ciegos ni sufren de la vista. Por lo menos yo no he visto todavía a ningún murciélago con lentes.

Si al consumir guácima logramos un mayor desarrollo de la audición, es posible que podamos oír con mayor diafanidad lo que intentan decirnos los políticos, distinguiendo así lo que se callan de lo que dicen. Y si también se nos desarrolla más la visión, es posible que podamos ver claramente cuáles son realmente sus propósitos y qué cosas nos esconden.

Y hablando en serio, si recurriéramos a los cientos de frutos diferentes que produce originalmente nuestra isla y a aquellos que hemos domesticado, no necesitaríamos ningún tipo de importación de comida, por lo que no nos constaría en dólares, algo que nos han ido imponiendo poco a poco.

[b]¿Hacer oficios?[/b]

“Hacer oficios” siempre fue una frase que me sonó rara, más que nada cuando me enteré como a los 7 u 8 años que los oficios eran ocupaciones remuneradas para adultos. Sin embargo siempre oí a mi mamá mandar a mis hermanas a “hacer oficios”, o a las niñas que visitaban mi casa las mandaba a “hacer oficios” a sus respectivas casas.

Pero otro aspecto del “hacer oficios” era que éstos estaban solamente destinados a las niñas. Los niños (varones) no les estaba destinado “hacer oficios”, su ocupación fuera de la escuela era jugar pelota, bolas o bellugas, como le dicen en Santiago y no se por qué , mangulina, volar chichiguas y jugar a “camán” o “quiti mani”, remedando las voces en inglés que oíamos en las películas de vaqueros: “come in” y “catch that man”.

Y claro que no tiene nada que ver con el inglés el hecho de la foto de los niños y niñas de Enriquillo, vistos en una escuela cercana a la carretera, a quienes se les instruía sobre el “hacer oficios” en la casa.

Lo que ocurre es que si no hay niñas en la casa no queda otra alternativa que mandar a los niños a “hacer oficios” (barrer, fregar, desempolvar), incluyendo “arreglar las camas” (por decir hacer las camas) y hasta poner algo al fuego para la comida.

Una diferencia entre los niños de la ciudad y los del campo en relación con “hacer oficios” es que en la ciudad no hay cerdos que alimentar, gallinas que dar maíz, vacas que necesitan agua o grandes patios que barrer. De manera que “hacer oficios” en el campo se vuelve una rutina nada fácil, principalmente para las niñas, a quienes está destinado dicho “hacer”.

Es por eso que a la menor oportunidad 13, 14 ó 15 años las niñas campesinas emprenden el vuelo para dejar de “hacer oficios”, y así liberarse, independizarse, conseguir su autonomía y tener su casa para… “hacer oficios”.

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