La carretera oscura

La carretera oscura

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
No, no es de la carretera Duarte que hablo. Tampoco es del enorme, amenazante y negro segmento de la Avenida las Américas entre la entrada al aeropuerto y el cruce Las Américas/Carretera Mella. No es de la ceguedad -apagados los «ojitos de gato»- de la Autopista «6 de noviembre», ni de ninguna otra carretera que, aunque necesitándolo, no tienen nada de iluminación.

Se trata de la carretera por el que rueda el carro que nos lleva a todos los dominicanos, la carretera más oscura que se pueda concebir. Porque, ¿de qué otra manera se puede percibir el presente y el futuro de la República Dominicana?

Un escándalo con la Policía Nacional donde el robo organizado durante años de vehículos, entre altos oficiales, bajos oficiales y bandas civiles fue develado, demostrado, enrrostrado y luego olvidado. Otro escándalo donde un empresario, ganadero, transportista y oficial del Ejército resultó ser la cabeza visible de un cartel de droga cuyas ramificaciones todavía no terminan y apuntan hacia todos lados. Un Congreso de la República que solo legisla para cada uno de sus componentes, envolviéndose en líos personales que van desde el tráfico de indocumentados hasta la manipulación de leyes para venta de las áreas protegidas.

Por otro lado, una situación de deterioro en la educación que, además de desfasada, se aleja cada vez más de lo científico y lo técnico. Otra situación en las escuelas donde ahora hay que lidiar con bandas armadas con cuchillos, machetes y revólveres en manos de adolescentes. Prisiones de reos con armas de fuego suministradas por los propios encargados de su seguridad y custodia, quienes a la vez están involucrados en los negocios de drogas, prostitución, venta de espacios y homosexualidad en las cárceles.

Y para «ayudar», las iglesias, antes refugios de paz y ahora señaladas y descubiertas como sitios donde los pederastas, traficantes de niñas y negociantes del sexo aberrante, aparecen como dirigidas y pastoreadas por las personas más descarriadas.

Y a esta oscura carretera se le colocan dos cruzacalles, uno anunciando la construcción de un tren subterráneo llamado metro, y otro anunciando la creación de una isla adyacente, donde sólo quepa un pequeño grupo que se encargará de respirar primero que el resto el aire que ahora nos llega para todos, y solamente ellos ver los amaneceres a los que todos tenemos derecho a ver.

Y lo peor de todo, el carro marcha a 400 por hora y sin luz.

AGARRADO DE LA CONFIANZA

Ahí donde usted lo ve, ese «tripulante» del camión que avanza por la Autopista «30 de mayo» se siente seguro simplemente asido de la lona que cubre la carga que transporta. Y no es que su seguridad dependa de la lona misma. En realidad el cree en su pericia, en su agilidad, en su fuerza, en su hombría y en que, hasta ahora, él nunca se ha matado cayéndose de un camión en marcha.

Pero además, el chofer del camión también piensa lo mismo, porque de otra manera el tipo no fuera tan confiado. Y al chofer quizás tampoco se le ha matado nadie… bueno, quizás habrá llegado sin ayudante alguna vez a algún sitio, pero lo más probable es que nunca sepa porqué.

Pero los más confiados son los policías de carreteras, que lo ven pasar, pero -pensarán- «si él no se cuida cómo lo cuidamos nosotros?». Y cómo los policías no tienen bien claro qué deben permitir y qué no…

Pero así marcha la cosa, porque eso es lo que nos han pedido durante toda la vida: confianza, hay que tener confianza, además de paciencia. Y este tipo probablemente será muy exitoso porque tiene mucha confianza en sí, en sus manos y en la lona.. ah, también tiene confianza en la policía, que no va a parar y multar el chofer del camión haciéndole perder el tiempo.

BOMBEROS DE LUPERÓN

¡Si señor! ¡Ahí están! Los bomberos de Luperón. Listos para entrar en acción aunque sea empujando el único camión que tienen. Naturalmente, una de las casas que más vigilancia de incendio necesita es la propia sede de los bomberos, que como ven ustedes es de madera y de quién sabe cuántos años.

Muchas otras casas de Luperón son de madera. Y no hay ni qué decir cómo los luperonenses han cuidado sus casas. Son en realidad joyas arquitectónicas que ojalá no les pase como ocurrió en la ciudad de Puerto Plata, que buscando el supuesto desarrollo se cargaron una cantidad de casas victorianas, antiguas y de un valor inestimable, para construir unos adefesios insufribles en cemento.

Luperón es ahora uno de los sitios codiciados por el turismo, debido a la particularidad de su bahía, sus manglares y sus posibilidades para el anclaje de veleros y otros tipos de embarcaciones. Sin embargo, así como el turismo puede hacerle bien a Luperón, también puede hacerle un daño irremediable, principalmente en aquellas zonas naturales.

Pero igualmente puede ocurrir que la gente piense que debe «ponerse a tono con el desarrollo» y empiece a destruir las casas de madera para construir en cemento. Nada peor para Luperón, cuyas casas son desde ya un atractivo arquitectónico de primer orden para el turismo.

EL TEMPLO DE LAS AMÉRICAS

El «Templo de las Américas» está en La Isabela, muy cerca del sitio donde estuvo la primera ciudad del Nuevo Mundo, fundada por el famoso almirante que hoy se va volviendo innombrable, puesto que solo mencionar su nombre puede provocar un «fucú» pesadísimo, difícil de sacar de encima.

Y quién sabe si es por ese «fucú» que la remozada ciudad de la Isabela, con todo y las habilitaciones que ha recibido, su preparación para la recepción de turistas, sus trabajos de restauración, su hermoseamiento, siga siendo un sitio subestimado para visitar; siga siendo un destino poco o nada promovido; siga siendo un recursos subutilizado desde el punto de vista del turismo local y extranjero.

La Isabela debería estar recibiendo cientos de visitantes diariamente. Pero debería tener también el personal debidamente entrenado para manejar esos visitantes, porque los actuales dejan mucho qué decir.

Este sitio debería contar con guías debidamente preparados, que ofrezcan información sobre ésta y sobre la historia de la República Dominicana antes y después del descubrimiento. Debería ser gente que se sienta realmente identificada con los valores arqueológicos hispánicos y prehispánicos que por allí se encuentran, y no estar ofreciéndoles a los visitantes objetos indígenas para obtener algunos dólares.

Creo que hay un proyecto para levantar aún más el valor de La Isabela. Ojalá y lo logre, porque de otra manera se convertirá en ruinas de nuevo, y entonces sí que será difícil rescatarla otra vez.

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