La carretera y la utilidad pública

La carretera y la utilidad pública

POR DOMINGO ABREU COLLADO
Les decía la semana pasada que nuestras clases sociales son: a) gente común; como usted y como yo, que pagan electricidad y se le va la luz; b) gente poco común; que trafica, roba, no paga electricidad, no trabaja y está en los partidos; y c) gente especial, que son los altos dirigentes, banqueros, grandes traficantes, amigos de generales y son los que ponen y quitan presidentes. Y ya sabido esto volvamos a lo de la carretera y la “utilidad pública”.

Así como la gente común cree que la Libertad es hacer lo que se le venga a uno en ganas también la gente cree que lo que es declarado como “utilidad pública” son aquellas propiedades que antes fueron propiedad privada, y al ser declaradas como de “utilidad pública” pasan a ser propiedad del que primero se apropie de ellas, porque a fin de cuentas, ¿qué somos sino el público? Porque ésa es otra. La gente poco común y la gente especial monta unos teatros putísimos y coloreados en los que el papel de la gente común es ser el público, aplaudir o decir buuuu. ¿Me explico?

Por ejemplo, cada 16 de mayo pasados cuatro años y con arreglo a lo ya conocido por todos, se levanta el telón y comienza la misma función teatral a la que nosotros, el público, tenemos que asistir a aplaudir o a decir buuuu. Y luego de aplaudir o decir buuuu nos retiramos a nuestras casas a ver por la tele a quien le dieron el premio por mejor teatrero. Eso es la Libertad. Volvamos de nuevo a la carretera y la “utilidad pública” de la que estamos hablando.

Según lo definido por las leyes de Francia, y que nosotros adoptamos porque no éramos capaces de construir nuestro propio código de leyes, un área determinada se declara como “de utilidad pública” cuando el Estado considera que esa área debe ser utilizada para propósitos cuyos beneficios lleguen a todos los dominicanos, sin excepción.

Es decir, un espacio de territorio se declara de “utilidad pública” para construir un hospital público, una escuela pública, una vía pública, un canal de riego o simplemente para dejarlo en estado natural para que ayude a mantener sano el ambiente, o para que sirva de esparcimiento y distensión.

Espacios “de utilidad pública” son, por ejemplo, los parques nacionales y demás áreas protegidas. Y se declaran como tales para poder manejarlos debidamente y que sus beneficios lleguen a todos los dominicanos y dominicana.

Un ejemplo es el Parque Nacional Armando Bermúdez, que se declaró de utilidad pública porque es una zona productora de agua,  como lo es también el Parque Nacional José del Carmen Ramírez y el Parque Nacional de Valle Nuevo, importante patrimonio.

Esos parques son grandes productores de agua, y naturalmente no pueden ser propiedad privada porque llegaría el día en que los dueños le pondrían precio al agua que producen, y todos tendríamos que pagársela, porque son tierras suyas, lomas suyas, bosques suyos.

Pero si se mantienen como “de utilidad pública” toda el agua que producen es también de utilidad pública, es decir, de todos y todas. ¿Nos entendemos ahora?

Pero en Pedro Brand ocurrió que la gente especial (altos políticos) le ha dado luz verde a la gente poco común (bajos políticos), para que negocie solares en su provecho, aconsejando a la gente común tomarlos porque son de “utilidad pública”, es decir, de ellos, que son el público del teatro que ya mencionamos.

Entonces, en esa refriega por tomar solares, y la Policía por garantizar que fueran de utilidad pública, murió uno que no debió morir, porque simplemente estaba mal orientado. O sea, orientado por los políticos.

 Algo  similar pasó hace poco en Santo Domingo Este, aunque sin muertos. El ayuntamiento de ese municipio quiere habilitar las áreas de interés público para el uso ciudadano y la salud de todos. Pero hay unos políticos ahí que quieren negociar solares. ¿Los dejamos?

Lotería y pequeñas grandes cosas

En Los Toros, de Cambita, provincia San Cristóbal, tenían un gran problema: el agua debían buscarla en el arroyo “EL Fuerte”, que baja de la loma donde está el Fuerte Resolué (o Resolí), descendiendo por un empinado camino hasta la cañada por donde pasa dicho arroyo. Cientos de personas se abastecen de ese arroyo, siendo las mujeres las que estaban más sacrificadas por aquello de que la búsqueda del agua le corresponde a las mujeres en el campo… entre otras cosas, como cocinar, buscar la leña, bañar los niños, lavar la ropa, limpiar la casa, fregar los trastos, buscar víveres en los conucos, ir al colmado y planchar la ropa, con lo que pasan los días muy entretenidas… ah, además paren los muchachos.

Pues la gente había estado solicitando a las instituciones correspondientes que les construyeran un pequeño acueducto, pues ya tenían lo principal: el agua. Pero pasaban los años y no les atendían. De manera que las mujeres de Los Toros… bueno, las damas que habitan en Los Toros, se dirigieron a la Lotería Nacional y le plantearon a su administrador sus penurias, a lo el ingeniero Ramón Rivas respondió mandando a construirles un sistema que lleva el agua del arroyo El Fuerte –mediante una bomba- hasta las cien familias de Los Toros.

En realidad, cien familias no son un porcentaje muy alto de nuestra población. Pero si hubieran tenido que esperar por un gran acueducto para abastecer de agua a toda Cambita no se sabe cuántos años iban a tener que esperar.

De manera que fíjense como una pequeña inversión puede transformarse en una gran cosa cuando se aplica a necesidades tan vitales como el abastecimiento de agua potable. Pero si además tomamos en cuenta que la falta de agua potable y de saneamiento ambiental son los más grandes problemas de los pobres en el planeta, por las enfermedades que provocan, tendremos que esa pequeña inversión de la Lotería Nacional se convirtió en la más grande y saludable conquista de la comunidad de Los Toros, de Cambita. Lo dicho: pequeñas grandes cosas.

Brillando y manoteando

Probablemente aquella divertida actividad de “brillar” cuando estábamos en la escuela ya no tenga el mismo sabor o la misma connotación que en aquellas memorables épocas de los años sesenta. Pero como seguramente habrá gente moderna que no sabe lo que es “brillar”, permítanme explicarles.

“Brillar” era dejar las clases de ese día e irse a un sitio menos aburrido que la escuela o el liceo. O sea, que “brillar” en la escuela no era destacarse, sino “brillar por su ausencia”.

Pero si además de irse a “brillar” también uno se iba a “marotear”, la cosa redondeaba. Porque una cosa era “brillar” con hambre y otra cosa era “brillar jartos como chinchas”. Y para esto último estaban la UASD y su riqueza “marótica” –con sus mangos, nísperos y cajuiles-; Los Tres Ojos –con sus guayabas y lechozas silvestres-; el malecón –con sus cocos, mangos y frío-fríos…

“Brillar” sacaba a uno de la rutina, y hasta creo que entre las cosas saludables del “brilleo” estaba el contacto directo con las ciencias aplicadas, porque de ninguna otra manera aprendí tanto sobre biología que gaviado en una mata de mangos, mirando las abejas disputarse las flores, o acostado en un yerbazal junto a un charco, poniendo un pequeño arbusto a “beber” luego de cortarlo limpiamente por la mitad e introducir sus raíces en el agua.

“Brillar” pudiera compararse –aplicado académicamente- a sesiones de educación ambiental, fuera de clases, lejos de las aulas, en medio de la naturaleza, como debe ser. Y hasta creo que fue el “brilleo” una de las cosas que me condicionó para mi formación como ambientalista, como ocurrió con otros camaradas “brillantes” y “maroteros”

Claro que no todos los “brilladores” eran calaveras que luego en los exámenes hastiaban a los demás preguntando.

Había “brilladores” brillantes, que a la hora de los exámenes parecía que se habían pasado la vida con los libros en las manos.

Igualmente había gente que nunca “brilló” y nunca “maroteó”, que se fajaban día y noche con sus libros, pero que no había manera de que avanzaran hacia ningún lado.

Muchas veces lo que ocurría es que combinábamos el “brilleo”, el “maroteo” y los estudios. Es decir, nos íbamos a “brillar”, pero llevábamos los libros y nos liábamos con ellos mientras devorábamos un cajuil o aquellas primeras galletas saladas de soda que salieron al mercado.

El síndrome del cuerno

No es que en los barrios haya cambiado la cosa, sino que ahora se expresan, se comunican, lo que expone al sol los verdaderos sentimientos de la gente.

Por ejemplo, fíjense en ese primor de comunicación parietal y postedelúzica que advierte que usted está entrando a una zona especial: “ojo, el bario de los cuelno”, expresión que no necesita mucha explicación para saber qué es lo que ocurre en el sector. Es decir, en este barrio nadie está libre de que su pareja le esté siendo infiel. O como dicen comúnmente, “nadie esta escapo de la infidelidad”.

Ahora, también puede ser que se trate de algún vecino que habiendo sido víctima “de los cuelno” haya decidido generalizar para sentirse menos agredido, pensando aquello de que “el mal de muchos es consuelo de pocos”, y para realizar su pequeña venganza se haya dado a la tarea de identificar el barrio con su propia desgracia.

La campaña en cuestión -que nos recuerda a la llevada en contra de Crucita Yin por su desesperado consorte- parece “organizada” por una sola persona, según los indicios que va dejando el individuo, similar también a lo de Crucita Yin, lo que  confirmaría la sospecha de que  alguien definitivamente olvidado,  a la hora de repartir los cuernos del cuento… y del barrio.

Habría que preguntarse si este sistema de comunicación puede considerarse como un avance o un retroceso. Los antropólogos lo verían como una forma de manifestación cultural. La iglesia católica  como una forma  del descarrilamiento que está tomando la gente. Las publicitarias someterían al autor por ejercicio ilegal de medios. La iglesia evangélica lo consideraría una muestra de que el fin está cerca y para el gobierno sería una demostración del crecimiento de la democracia.

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