La carretera

<FONT face=Calibri>La carretera</FONT>

Las carreteras tienen historias que van más allá de los aspectos técnicos de construcción, planeamiento, trazado de la ruta, calidad del afirmado, puentes sólidos y estudios sobre el movimiento de las aguas cuando los ríos bajan recuperando sus antiguos cauces; las carreteras tienen otras historias, otros recuerdos y otras decisiones que permiten su durabilidad, sus usos.

Juan Bosch inició su cuento “La Mujer” con una afirmación sobre la carretera y dice: “La carretera está muerta…”

Las carreteras mueren. Las matan la desidia de autoridades irresponsables, la falta de acción de otros mandones, la avaricia de funcionarios, personajes y personajillos que permiten la destrucción de las carreteras, lentamente, sin pausas, para ganar los porcentajes de los proveedores, de los contratistas que ejecutan las reparaciones.

Las carreteras mueren cuando la gente de los alrededores las arropa,  destruyen la floresta de las orillas, sin que a nadie le duelan los árboles, las formas de depredar el país, el irrespeto a las leyes y disposiciones que norman las distancias dentro de las cuales construir.

Las vías de acceso, sean caminos trazados por los pies y las necesidades, caminos vecinales para el manejo de las semillas y toda suerte de esquejes, estacas y cualquier tipo de elemento que sirva para sembrar vida y riqueza, todas las vías de acceso, carreteras secundarias, carreteras principales, autopistas, todas las vías de acceso son importantes para el desarrollo de una nación.

La carretera es el lazo de unión de un país, la vía por la cual corren amores y desamores, esfuerzos, informaciones, sabiduría, productos terminados y simientes para cultivo.

La carretera, ¡ay, la carretera terminó con los viajes de La Julia, aquel velero de dos palos que llevó mis abuelos maternos y paternos, de Santo Domingo a Barahona, en el tiempo en que la riqueza de los bosques se fue de viaje a Europa mientras las lomas se quedaban huérfanas de sombras.

La carretera sembró de caña los salados del oeste de Barahona y las aguas desalinizaron la tierra y convirtieron la sal en azúcar de caña.

Todo esto pasó como una película cuando sufrí cómo se permite la destrucción de la autopista Duarte para que dos o tres maleantes se hagan más ricos reparándola, porque para eso no le dan mantenimiento.

Hoy es día de Nochebuena y junto a la denuncia les dejo esta anécdota contada por Rafael Herrera en un editorial de  24 de diciembre: “En el viejo diario de La Nación, de la avenida Mella, llegó aquella mañana un tipógrafo que todos los días venía borracho al trabajo menos aquel día.

Vestía y olía limpio y cuando le preguntaron por la bebentina de esa noche respondió: yo no bebo hoy, eso es para aficionados.

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