La carta interminable

La carta interminable

– II –

“Genio y figura hasta la sepultura” es una expresión española que se usa para enfatizar la rigidez de carácter de algunas personas. Desde la infancia hasta avanzada la vejez, manifestamos las mismas virtudes e idénticas debilidades. Los cambios en actitudes de conducta suelen ser mínimos a lo largo de la vida. El niño curioso, que examinaba un termómetro o un reloj, termina siendo un anciano investigador, igualmente curioso. El interés por la ciencia, o por la literatura, parecen ser notas permanentes de la personalidad que van desarrollándose hasta fructificar, no se sabe cómo. La vocación es un insondable misterio genético.

Cierro los ojos y puedo ver a un amigo de la infancia, delante de un trencito eléctrico de juguete, señalando la caja del transformador de voltaje. -Federico, podemos reducir la corriente eléctrica de 110 voltios a sólo 16, por medio de este transformador; si hiciéramos una bovina con alambre de cobre y construyéramos un electroimán, podríamos obtener un vibrador, con el cual introducir ruido en los receptores de radio de nuestro barrio. Lo pondríamos a funcionar al llegar la hora de la novela radial. Así se verá cómo “la ciencia” entra en todas las casas sin que sus inquilinos sepan lo que ocurre.

En aquella lejana época estaba de moda una novela radial llamada “Tamakun, el vengador errante”. No había entonces televisión; la radio era el único entretenimiento doméstico disponible para la clase media. Interferir esa transmisión era una idea “perniciosa” propia de adolescentes desconsiderados. “A la hora señalada”, como se titula la famosa película del oeste protagonizada por Alan Ladd, sintonizamos la radio para escuchar los efectos ruidosos del vibrador. Entonces oímos la introducción: “Donde la maldad impere, donde el peligro amenace, allí estará Tamakun, el vengador errante”.

Al encender el vibrador los diálogos de la novela se convirtieron en sartenes de huevos friendo en aceite. Las voces masculinas y las femeninas no se distinguían; la cuidada pronunciación de los actores dramáticos naufragaba en los mares de la “estática” y del zumbido. Las amas de casas llamaron a la emisora de radio para protestar por las “interferencias”. Pero alguna persona filtró la noticia real: se trataba de un “invento diabólico” de unos muchachos radiotécnicos.

 

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