La Carta y el perdón

La Carta y el perdón

En aquel tiempo la prosa develaba. El esmero escritural provocaba la especulación y después el acierto. Sin redes, pero sí con tertulias y peñas, quien compartía vino, pan, también jabugo, decía quien escribía la Carta. Era otra la grafía y distinta la sintaxis, otro el momento y la dirección, otras las complicidades y deseos, otro el desafío y la misión del clero. La conformidad con el plan divino encubría las ovejas y el rebaño.
Algunas víctimas se atrevieron y la denuncia develó urbi et orbi la otra cara del apostolado. Los lobos se encargaron de mancillar la inocencia de las palomas y la astucia de la serpiente fue necesaria.
La jerarquía y la feligresía pusilánimes fueron estremecidas. La indignación no tuvo palabras, tampoco consuelo. La sotana manchada alejó de la iglesia. Hubo y hay miedo a la sacristía convertida en piedra de sacrificio. Niñez y juventud estuprada, muda, presa del poder del cura que auspicia la impunidad y esconde tras la homilía, las culpas. El estilo Wesolowski multiplicado en parajes inhóspitos sin fotografía ni champán, reproducido en internados, seminarios, colegios sin el boato que rodea a un nuncio y a la canalla que calla. Porque para esas infracciones no hay protestas ni se mencionan sanciones. Que se ocupe la justicia divina de esos delincuentes que aquí mejor logramos su bendición, indulgencias y celebramos sacramentos, porque no es lo mismo un bautizo con nuncio y obispo que sin su venia. Y entonces el disimulo, la estrategia fue sumarse a los reclamos coyunturales. Las demandas colectivas, la vocinglería, no distingue estupradores, asesinos, abusadores de menores, acosadores. Atrás quedaba aquella transformación iniciada con el papa bueno, Juan XXIII, la que permitió a legiones de jóvenes del planeta, cantar la misma canción, practicar la solidaridad, entender la humildad y el evangelio. Comenzó a cambiar la actitud con las decisiones del papa Francisco y ya nada puede ser igual. Sería ridículo suplir la admisión de responsabilidad tras la arenga, esa que trocó misas en mítines, para eludir. Y por eso, procede la mención de la Carta Pastoral emitida por el episcopado dominicano con motivo del Día de la Altagracia, que se conmemora hoy. La opinión de los obispos atiza, siempre se busca su complacencia con las cruzadas terrenales. Hay cartas pastorales aburridas, farragosas, reiterativas. Las hubo históricas, como la del 25 de enero de 1960. Tardía, eso sí, 30 años después del horror y la sangre el obispado habló de llagas y llanto. Las cartas pastorales, cónsonas con el mandato de Roma, igual que el sermón de las 7 palabras, en ocasiones, están más cerca de un manifiesto partidista que del evangelio. Sin embargo, el momento crucial de la iglesia amerita otra cosa, exige valentía y asunción. Y con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud – Panamá 2019- la Carta está dedicada a los jóvenes. Datos, propuestas y dos aspectos destacables: perdón y oídos prestos. Escuchar, dice el texto, es prestar atención, deseo de comprender, valorar y respetar, la palabra del otro… significa liberarse de cualquier presunción de superioridad y poner humildemente las propias capacidades y los propios dones al servicio del otro (numeral 36) y pide perdón. Quien solicita perdón reconoce y admite. “Como Iglesia pedimos perdón a los jóvenes y sus familias que se han visto afectados por cualquier antitestimonio de algunos miembros de nuestra Iglesia.” (34) El respeto a la fe ajena debe preservarse. La intercesión de la virgen ha permitido ganar batallas, descubrir desmanes contra la patria, librarnos de la furia de fenómenos naturales, salvar políticos de la malaventura. Su manto mantiene la cohesión cuando las tragedias estremecen el colectivo. Es refugio para los creyentes. Mito, tradición, la advocación altagraciana está ligada a la historia nacional. La ocasión es propicia para pedirle a La Protectora que tantos jóvenes maltratados sean escuchados y no avergonzados y para rogarle, que el perdón solicitado venza la soberbia de quienes todavía no reconocen los crímenes cometidos por sus pares.

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