La casa de los gatos de más de siete vidas

La casa de los gatos de más de siete vidas

La losa en la "casa de los gatos"

BBC Mundo. En este barrio español los gatos tienen más de siete vidas.

A través de los siglos, las colonias de felinos de El Carmen, en la comunidad valenciana, han sobrevivido a los fenicios, los romanos, los árabes, la reconquista cristiana o la Guerra Civil española. En uno de sus rincones se encuentra su casa, una diminuta construcción con techo, balcón y fuente de mármol que parece la entrada de «Alicia el país de las maravillas».

La ciudad tiene más de 12 mil gatos, unas 500 colonias que en su mayoría viven en El Carmen y que han provocado que el ayuntamiento elabore un plan para controlar su proliferación y para que los alimenten personas autorizadas.

Y es que los vecinos los cuidan y los alimentan como si fueran un vecino más.

El artesano y escultor Alfonso Yuste es uno de ellos. Hace diez años decidió construir la fachada de la casa de los gatos donde existía una centenaria cueva de felinos.

«Le pregunté a los vecinos si les parecía bien construirles una casa y aceptaron. Aproveche trozos de cerámica, mármol y hasta un carro de supermercado», comenta a BBC Mundo mientras enseña el edificio. A su lado algunos turistas se detienen a tomar una foto y a preguntar quién vive allí: «¿un hobbit? ¿una barbie?», bromean.

La casa, que despierta todo tipo de fantasías, lleva una inscripción en valenciano: «A la memoria dels cuatre gats que quedaren al Barri del Carme l’any MXCIV. Mai se les va a sentir un miau mes alt que altre». Es decir: «A la memoria de los cuatro gatos que quedaron en el Barrio del Carmen en el año MXCIV (1094). Nunca se las va a sentir un miau más alto que otro».

En el año 1094, El Cid Campeador conquista la Valencia árabe después de derrotar a los almorávides, fieros guerreros que en las batallas tenían fama por el redoblar de sus tambores y por llevar escudos de cuero de hipopótamo.

«Los musulmanes tienen una relación especial con los gatos», apunta Yuste. «Cuentan que Mahoma cortó un trozo de su túnica para no despertar a su gata que se había quedado dormida a su lado», agrega.

La gata se llamaba Muezza y lo salvó de ser picado por una serpiente. «Los consideran seres puros, no como los perros que ahuyentan a los ángeles. A mi me da igual», comenta Yuste mientras enseña a su perro.

Cuando El Cid entró a la Medina árabe de Valencia encontró tantos gatos como habitantes. Sus descendientes siguen allí.

Correspondencia para el ratón Pérez. Detrás de la casa de los gatos hay un jardín con algunas esculturas y un huerto con fresas. «También tenía tres gallinas pero las tuve que regalar, no se llevaban bien con los gatos», apunta Yuste.

En cuanto a ratas y ratones, la especie se asocia más en el barrio con los escándalos de corrupción que afectan a España que con los imperceptibles roedores.

«Una vez pasó algo sorprendente. Alguien dejó una carta en la casa de los gatos dirigida al ratoncito Pérez en la que prometía cepillarse los dientes. La escribió un niño», detalla el escultor.

En España y América Latina, el ratón Pérez es el personaje que se lleva los dientes de leche a cambio de regalos.

«Le respondí como si fuera el ratón Pérez y puse una aclaración en el sobre: si no eres Kiko no te lleves esta carta. Respeta la correspondencia. Quiero pensar que Kiko recibió la carta», sonríe el artesano.

En el muro donde se apoya la casa felina se asoma otro animal, una cabra de piedra. «Recuerda una tradición de las familias gitanas que ponían a subir y a bajar a una cabra por una escalerilla mientras tocaban música con un organillo. Me dicen que se están volviendo a ver. Con esta crisis estamos regresando sesenta años atrás», anota.

Comienza a anochecer. Una anciana que pasa por la calle recuerda que el año de 1957, cuando el río Turia se desbordó, el agua subió dos metros e inundó todas las casas, incluido el jardín de los gatos.

«Murió mucha gente y todo quedó de barro hasta arriba. A los gatos no les pasó nada. Si caen de pie. Los veía por los techos hasta que comenzó a bajar el agua. En el barrio los queremos muchos, son como hijos», detalla la mujer que se dirige a la plaza del barrio a darle de comer a una colonia de felinos.

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