La Casa de Mella y el ruido tricolor

La Casa de Mella y el ruido tricolor

POR MIGUEL D. MENA
Memoria, sensación de pertenencia, identificación con el espacio, consciencia del sujeto: en Santo Domingo la fragilidad de las imágenes es la norma. La lectura de la denominada «Casa de Mella» es un buen ejemplo para pensar la constitución del sujeto dominicano moderno y los límites y extensiones de identificación (=apropiación) que éste hace del espacio.

Como todas las casas históricas, la de Mella es una casa muda. Subrayo lo de «muda» porque en realidad no es casa sino sólo fachada. ¡Penosa práctica la de Patrimonio Monumental, antes Patrimonio Cultural, que en su consideración de conservación establece que del edificio lo importante solamente es la fachada!

La ciudadanía dominicana (léase: el habitante de Santo Domingo) no tiene una relación de continuidad con el pasado. El tiempo y el espacio de donde venimos es, como ciertos metales, dúctil y maleable. Es como si viniésemos de la nada o como si nos estuviésemos re-generando continuamente o como si del pasado sólo quedase un par de placas.

Leeremos en esta Ciudad Colonial que «aquí vivió» José Reyes o Emiliano Tejera o Salomé Ureña, o que «aquí nació» la familia Henríquez Ureña, pero de las viejas edificaciones sólo se conservará el frente. En el interior habrá de todo, desde parqueos hasta la misma nada.

Pero no le echemos la  culpa exclusivamente a Patrimonio Cultural, aunque tampoco dejemos de señalar que esa ha sido la institución que desde su fundación en 1967 ha sido la encargada de legitimar, cuando no de ejecutar, esa maquinaria constructiva y supuestamente reconstructiva en la que la ciudad dejó de ser lo que era para irse convirtiendo en cualquier cosa.

Hasta hará un lustro la «Casa de Mella» era un monumento, una tarja más. Gracias a la iniciativa de gestores culturales privados y con el apoyo de Pinturas Popular, se procedió a su dignificación: un conjunto de afamados artistas nacionales se encargó de pintar ésta y muchas otras edificaciones históricas. Parecía que la armonía visual volvía a estos espacios tan históricamente significativos.

En el 2005 Freddy Beras Goico se ocupó de hace estallar la noticia: la Casa de Mella había sido adquirida por comerciantes locales que se proponían instalar un billar. La efervescencia nacionalista y la conciencia de la tranquilidad barrial no se hizo esperar. Los vecinos del lugar, más preocupados por la tranquilidad de la zona que de otra cosa, se movilizaron para evitar semejante bomba de intranquilidad. La manu populi se encargó de forrar la fachada de esta Casa de graffitis donde cabía de todo, desde el ultranacionalismo más propio de burbujas en los viejos comics de Superman, hasta verdaderos programas de regeneración nacional.

El proyecto del billar fue detenido. Los vecinos respiraron. Los nacionalistas también. Freddy Beras Goico no tuvo que volver al micrófono. El país estaba tranquilo. Aunque nadie sepa qué pasará con la Casa de Mella, todos descansaremos en paz.

Dos años después, y dentro de mis acostumbrados y casi obligatorios paseos por la zona, descubro en octubre de este año que los graffitis han desaparecido. En su lugar, la manu populi ha pintado banderas. Banderas van y banderas vienen. La cruz ya no será la soñada por Duarte, la que santificaba y bendecía. La cruz ahora está más cerca de una visión anti-draculesca: hay que espantar al demonio, cualquiera que sea. También la bandera cambia de signo. La bandera dominicana es la más cristiana del mundo: la única que tiene una Biblia. Cuidado, sin embargo: el texto de la Sagrada Escritura que cita es uno de los más desafiantes: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 3: 16).

Dos años después y aquí no ha pasado nada. Esa es la verdad, y ahora no sé si esta verdad me meterá preso…

No pude enterarme de las gestiones que hacía el Estado, vía su Comisión de Efémerides Patrias o Cultura, para adquirir el edificio.

No encontré respuesta a la pregunta de si la acción iniciada por Pinturas Popular de embellecimiento de nuestras casas históricas contenía un acápite de mantenimiento, porque vaya usted a saber si la pintura dura en un medio donde a la humedad se le une la lluvia, el clima, y ante todo, la manu populi.

Si cuestionables fueron los graffitis de entonces, peor es el embadurnamiento con la figura de la bandera nacional. Nuestro símbolo patrio no se debe cualquerizar de esta manera. Ya fuesen los dueños del inmueble o las autoridades correspondientes, no se ha debido dejar a la suerte de Dios la fachada de la Casa de Mella. Lo decimos nuevamente: tanto el propietario como el Estado tienen una responsabilidad con el mantenimiento de  este tipo de edificaciones. Así como se puede disfrutar de los beneficios generados por la localización de esta construcción, así también debería haber un compromiso de sostenimiento.

Mientras tanto, la Casa de Mella está cerrada. Sus palos de luces siguen  dificultando su visión, y aún dan una sensación de peligro, debido a lo gigantesco de sus transformadores eléctricos. Las nueve banderas que han sido pintadas no me dan una sensación de Patria, sino de ocultamiento de algo que puede ser precioso. Si en el 2005 la manu populi puso una bandera de tela en el frente, ahora la misma se ha multiplicado, pero en pintura. En realidad prefería nuevamente la de tela: es más refrescante.

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