La Celestina vs. Don Juan y El Quijote

La Celestina vs. Don Juan y El Quijote

¿Por qué “La Celestina” es el paradigma simbólico del amar y el morir y de la sexualidad del hombre español en vez del Don Juan y el Quijote?

La respuesta a esta pregunta es uno de los resultados a que llega la investigación sobre ese tema emprendida por Xavier Domingo y publicada en su libro “La erótica hispánica” (París: Ruedo Ibérico, 1972). El autor español considera que Calixto, Melibea y la Celestina vienen desde muy lejos y todavía no han muerto, es decir, vienen desde un fondo histórico cultural, simbólico y poético que caracteriza a España y yo diría que distinguen su prolongación en América hispánica, pues la Península nos impregnará de la ideología y la práctica del amor pasional cuya herencia viene de muy lejos: “Vienen [Calixto, Melibea y la Celestina] de todo lo que hizo a España (latinidad, cristianismo, islam y judaísmo), y sea cual sea el porvenir de este país, será con el carácter indeleble que ellos le habrán dado con su amar y con su morir.” (XD, 9).

¿Por qué –según Domingo- ni Don Juan ni el Quijote simbolizan ese amar y morir del sujeto español? Responde el autor: “Calixto y no Don Juan, Calixto y no el Quijote, porque para Don Juan todo es fácil y para el español todo es difícil en el terreno de la concretización real de los amores y porque Don Quijote, movido por un eros cortés, llevado a los extremos límites de la castidad, huye de esta realización que macularía perpetuamente su gesta mientras que Calixto, aun a costa de su muerte, de su tristeza y de la desgracia colectiva, satisfará con el instinto erótico el más tremendo instinto autodestructor.” (XD, 9-10).

Sostengo que Calixto, Melibea y la Celestina pasarán, siendo incluso un producto local peninsular, a las colonias de América hispánica con su carga ideológica, su discurso, su lenguaje y su forma de enamorarse, del mismo modo que también pasarán a esta América el misticismo y la castidad erótica del Quijote y la caricatura de Don Juan cuyo arquetipo dominicano es Porfirio Rubirosa, quien responde perfectamente al planteamiento de Domingo: “…don Juan, estrechamente unido a la Celestina y hermano laico del perenne cura o fraile amatorio de la cultura y sociedad españolas, surge concretamente como un pre-LIBERTINO violador del más sagrado de los tabúes sociales españoles: este incontinente empedernido es el enemigo declarado de la santa institución matrimonial.” (XD, 121).

Pero de los siglos XVII al XX, la institución matrimonial como célula básica de la sociedad sufrió “rudos golpes” y hoy ya el tipo de don Juan es un nombre que se legitima mediante el matrimonio, como Rubirosa que tuvo muchos, pero conserva varios de los atributos del personaje simbólico español de Tirso a Zorrilla: religiosidad, picaresca, parasitismo, infantilismo y “la objetividad del paso de los siglos lo ha transformado en un personaje ridículo, superficial, en un gigoló estúpido, en un “play-boy ignorante y hueco.” (XD, 128).

Dice Domingo, al excluir el don Juan de Tirso, que “Paulo, el monje de “El condenado por desconfiado” quizá sea una verdadera superación –quizá no del todo consciente- del donjuán.” (Ibíd.) Un tipo de play-boy como Rubirosa es hoy una figura cabalmente perteneciente a la cultura “light”.

 En la actualidad tiene vigencia semejante personaje gracias a los medios de comunicación y al cine de Hollywood, los cuales mercadean su figura para convertirla en una marca que produce millones de dólares. Explica Domingo: “Una sociedad puede subsistir en tanto que tal con formas matrimoniales muy atenuadas y aun completamente ilusorias: por eso la figura del seductor de mujeres vírgenes, casadas, viudas, solteras y divorciadas carece de trascendencia social y tan sólo puede ser tratada al modo vodevilesco o bien en las páginas de los sucesos de los periódicos de sensación.

 Ello no era así en el siglo XVII. La noción de ‘crimen pasional’ no existía. Existía y era admitida como justicia inmanente la ‘venganza del honor’. El sexo era en el siglo XVII para los hombres cristianos, pilares de la sociedad, no un instrumento de placer sino de posesión. No se hacía el amor con el sexo: se ejercía un  derecho de propiedad. El adulterio era eminentemente antisocial porque constituía un atentado caracterizado contra el derecho de propiedad.” (XD, 121).

Pero en España hubo otra derivación de la sexualidad que viene de tan lejos como los ancestros de Calixto, Melibea y la Celestina (latinidad, cristianismo, islam y judaísmo conformadores del ethos español). Se trata del donjuanismo eclesiástico (sin norma clara hasta el Concilio de Trento de 1563), el cual permitió que curas y frailes sedujeran vírgenes, casadas, solteras, viudas o divorciadas y que estos religiosos produjeran un conjunto de obras maestras de la literatura española de valor permanente. Me refiero a figuras como la del Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, autor del “Libro de buen amor”; fray Cristóbal de Castillejo, autor de “Sermón de amores” y “Diálogo de mujeres”; Lope de Vega, autor de “La Dorotea”; Tirso de Molina, autor de “Don Juan Tenorio”; el Arcipreste de Talavera, Alonso Martínez de Talavera, autor de “El corbacho”; fray Francisco Delicado, autor de “La lozana andaluza”, Salas Barbadillo y su “Sagaz Estacio” o el anónimo “La viuda de muchos maridos”; y María de Zayas y Sotomayor, el abate José Marchena y su obra cumbre «Fragmentum Petronii», y Bartolomé Torres Naharro, su “Propadalia”, y su “Concilio de los galanes y cortesanas”, así como sus diversas comedias. Si bien estos cuatro últimos no eran miembros del clero, sus obras son vasos comunicantes con las de los curas y frailes folladores a que alude Domingo.

El arcipreste de Talavera, según Domingo, es quizá el primero que nos ilustra acerca de la atracción que ejercen los curas sobre las mujeres: “en el capítulo XI de ‘El corbacho’, en donde el agudo cura nos habla quizás antes que nadie, del carácter fetichista del sacerdote, de lo atractivo de la sotana, para la mujer. La misma función que la monja tiene para el varón español, la tiene el cura para la mujer o incluso para el homosexual (…) El sacerdote levanta en la mujer ‘desordenada cobdicia’ y cuando lo ‘alcanza’, anda ‘locamente arreada con mucha vanagloria. E por esta razón las mujeres persiguen al sacerdote, que en realidad ‘non aman’ y la prueba de ello, dice el cura Martínez, es que no hay en el mundo nadie tan anticlerical como las mujeres, por más que con fines lascivos, anden siempre persiguiéndolos.” (XD, 71).

Finalmente, la herencia de los cuatro componentes del ethos español pasaron a la colonia de la Española desde el mismo siglo XVI hasta hoy y las obras literarias escritas por curas españoles citados más arriba, alguna influencia han debido ejercer en el ánimo de obispos y curas que de Fuenmayor a Meriño, de Moreno del Christo a González Regalado, de Andrickson a Robles Toledano, y otros tantos que viven en el siglo XXI, sedujeron por voluntad propia o fueron conquistados por las hijas de Eva.

Del siglo XVI al XIX, época cumbre del barroco y la Contrarreforma y su prolongación en América hispánica, ¿qué maravillas literarias produjeron nuestros curas y obispos? Veremos.

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