La charla de Temístocles Montás

La charla de Temístocles Montás

FARID KURY
Asistí hace un par de semanas al Salón Las Cariátides del Palacio Nacional, a participar en una conferencia magistral organizada por el equipo que dirige el buen amigo Rafael Núñez, e impartida por el secretario de Hacienda, ingeniero Temístocles Montás, a comunicadores simpatizantes del presidente Leonel Fernández.

Durante algo más de una hora, el ingeniero Montás, brillante y lúcido como siempre, se concentró en explicarnos la situación económica bastante precaria que encontró la actual administración al momento de ascender al poder en agosto de 2004. También presentó, apoyado con números irrefutables, la acelerada mejoría en que se encuentra ahora nuestra economía.

Con un dominio absoluto de la técnica de la exposición, además de conocedor a profundidad del tema, el ingeniero Montás aportó datos suficientes para convencernos de que en materia económica este gobierno ha hecho una proeza, una verdadera hazaña, al sacar en sólo un par de años al país de la crisis profunda en que se encontraba hace tres años.

Los datos, como los hechos, son tozudos. En agosto de 2004, el panorama económico era desolador, profundamente preocupante. El PBI en 2003, que fue el último año completo de la administración Mejía, cerró con un crecimiento negativo de 1.9%. La inflación, que es el peor impuesto a los pobres, alcanzó niveles exagerados, más de 50%. La moneda dominicana sufrió su peor devaluación desde su creación en 1947, llegando a 58 por uno. En agosto de 2004 la deuda externa contratada superaba los 10 mil millones de dólares y la desembolsada 6,400 millones.

El desempleo era de 19,7%. En agosto de 2000, cuando Hipólito Mejía llegó al poder, era de 13,9, es decir, en sólo 4 años subió 6%, lo cual, evidentemente, constituyó una verdadera tragedia. La pobreza, que en 2000 era de 26.9, en agosto de 2004 era de 43 por ciento. En ese período, alrededor de un millón y medio de dominicanos ingresaron a la pobreza. En agosto de 2004 la República Dominicana ocupaba el último lugar de América Latina en materia de crecimiento económico y el primer lugar en inflación.

La verdad es que se trataba de un panorama tétrico. Era muy difícil revertir en poco tiempo esa situación negativa. Sin embargo, tres años de gestión del presidente Fernández bastaron para superar la crisis y devolver el sosiego a la población.

La República Dominicana retomó el camino de la estabilidad macroeconómica y del crecimiento económico. La tasa de cambio ha estado invariablemente entre 31 y 33%, lo cual ha generado confianza en los agentes económicos. En 2005, que es el primer año completo de Fernández, el crecimiento económico fue de 9.3%, el cual junto con Venezuela fue el más alto de América Latina. En 2006, el crecimiento fue de 10.7, el más alto de los últimos 20 años. El promedio de ambos años fue de 10%. El desempleo, a pesar de los problemas internacionales relativos al sector zonas francas, ha disminuido 3%. Ahora es de 16%.

Alrededor de 300 mil empleos nuevos se han creado. La pobreza se ha reducido a 37%, lo que significa una baja de 7% con relación al 2004, con lo cual alrededor de 700 mil personas salieron de la pobreza moderada y extrema. En ese renglón es mucho lo que todavía debe hacerse para volver a los niveles de 2000, que era de 26.7%.

Esos datos, presentados por el ingeniero Montás en su exposición, no admiten discusión alguna. Este gobierno, en el terreno económico, es un ejemplo de éxito, e incluso, de estudio para las otras economías de la región. Los adversarios del gobierno pueden propagar lo que quieran. En definitiva están ejerciendo su derecho a la crítica, aunque mal fundada. Pero lo que no podrán es cambiar esos números ni manipular los sentimientos de la población. A fuerza de machucones, golpes y sufrimiento, la gente ha adquirido suficiente madurez para entender que la economía es la principal prioridad de una país, y que el poder de manejarla sólo debe ser otorgado a quien pueda, como lo ha hecho el doctor Leonel Fernández, garantizar su bienestar. Cualquier error puede, como en 2000, significar un salto al vacío, y eso es lo que un pueblo no debe permitir.

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