La chica de la Sarasota

La chica de la Sarasota

No recuerdo que otro libro dominicano  se haya presentado en plena calle. Por lo menos no en los últimos años. Por eso el lanzamiento de La Chica de la Sarasota, de Marivell Contreras, me pareció un evento sin precedentes. Fue el lanzamiento fresco, urbano, a tono con la ciudad que se recoge en las páginas. Las páginas del libro flotaban en medio del tráfico, entre las bocinas de los carros, al fondo de los flashes de las luces y entre el polvo levantado por las ruedas de los camiones, ante la mirada curiosa de los miles de pasajeros y conductores que esa noche pasaban por aquella zona de la avenida Sarasota. 

Literalmente hablando, abrir este libro es como abrir la ciudad de Santo Domingo. Los 19 relatos que lo componen constituyen reflejos de la capital. Si se me perdona el juego metafórico, “La chica de la sarasota” es una tienda de espejos en la que, cuando entramos, no nos reflejamos a menos que no sea rodeados de alguna esquina, de un letrero de neón o de una escena fugaz de la ciudad capitaleña. Ahora bien, en ese espejo, nos descubriremos con máscaras de mendigos, prostitutas, buhoneros, limpiavidrios, en fin de la gente de toda la laya que transita a diario por las avenidas. Como ya alguien habrá intuido, estos personajes son los hijos malditos de Marivell, los que son recogidos de la calle por la imaginación de la narradora y reconfigurados por esa misma imaginación en las páginas del libro.

En el estilo de estos relatos podemos descubrir las habilidades estilísticas desarrolladas por Marivell en su carrera profesional y vocacional. En la síntesis, podemos vislumbrar a la periodista que con pocas palabras logra trazar una historia. El dominio de los recursos de la redacción le permite recrear con precisión y sin desperdicio los episodios en que sus sórdidos protagonistas se desenvuelven. La conciencia del periodismo le permite dar un salto de tigre sobre su objeto narrativo, sin que en medio de este movimiento se desperdicien aspectos estéticos que enreden innecesariamente el discurso textual. Aparte el inconfundible tono periodístico, en estos relatos callejeros se resalta la experiencia poética  de la narradora.  Porque la redacción pura no le sería suficiente esta vez para crear esas delicias estéticas que propone cada cuento.

 Sin el salpicón poético, estas historias fueran secas piezas de esas que se pierden día a día y por millares en los periódicos locales. El punto de referencia se los da la mirada sensitiva de la poeta, que aplica aquí el tono poético no para armar figuras ni versos bien construidos, sino para penetrar sensiblemente en los rescoldos de la desesperanza de sus personajes adoptados.

Este libro conecta la ciudad de Santo Domingo con cualquier metrópoli. Se trata de una pieza muy peculiar. Pocas veces se han escrito en nuestro país  tan buenos relatos con una mezcla precisa de periodismo y poesía. En “La Chica de la Sarasota”,  Marivell Contreras le saca chispas a las esquinas y avenidas de Santo Domingo y nos adentra, con un suculento juego de historias agridulces y dramáticas que deleitan al lector y le ponen en riesgo de redescubrirse en unos personajes perdidos que supuestamente no tienen nada que ver con él y que, sin embargo, moran en lo más recóndito de sus posibles dramas.

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