De acuerdo con el libro “Ética Profesional” que data desde los años 70, de la autoría de mi padre, se señala que: “La posición de la Ética en la ciencia está definida, por cuanto representa un conjunto de normas que emergen de las fuentes teóricas y prácticas de la virtud como el arte de vivir. La Ética está en relación permanente con el hombre, por ser energía de la personalidad humana. La ética es deber y obligación de la moralidad, conforme la voz interior del individuo que razona, lo que nos demuestra es la base del saber y la voluntad humana.”
Hace dos semanas, la muy popular emisora Z-101 nos convidó a un panel de discusión junto a un grupo de prominentes profesionales: la psiquiatra Martha Díaz de León, el coronel de la Policía Nacional, Lic. Licurgo Pérez Yanes, de la Dirección de Delitos Cibernéticos, y los neurocientistas José Joaquín Puello, Rafael García Álvarez y a un servidor, quienes coicidencialmente somos egresados de la señorial escuela inglesa de medicina; gratificante evento coordinado por el psiquiatra y gran amigo el doctor Secundino Palacios. Allí tuvimos un conversatorio sobre el impacto de la tecnología cibernética, la información masiva y sus efectos en el cerebro y la sociedad.
En más de dos horas de “conversatorio”, tratamos entre otros temas los efectos de la cibernética en la cultura, principalmente en niños y adolescentes. Los riesgos de los diferentes delitos como robos, violaciones, pornografía, prostitución y perversidades que se pueden cometer en las redes, el impacto de la desmedida información no filtrada disponible y el acceso fácil que se tiene con solo presionar un simple “click”. En la oportunidad, planteamos públicamente esa mañana, que se hace necesaria la actualización y adecuación ante esta modernidad de la “ciber-ética”.
La tecnología computacional y de la información ha tomado una importancia trascendente en la actualidad hasta tal punto que se habla de sociedad digital o de una sociedad informatizada. El papel actual de las computadoras es impresionante, ellas ejercen influencias en todos los aspectos de nuestras vidas. Si partimos de definir la “ciber-ética” como: lo que regula el uso, abuso y manejo de información en la Web. Entendemos debe verse con la definición de la ética en la ciencia de mi padre, la que penosamente fue hecha cuando no había llegado el monstruoso desarrollo computacional, ni mucho menos se había desarrollado la inteligencia artificial, que define cómo el hombre a través de la ciencia de la computación, la lógica y la filosofía, estudia la creación y diseño de -entidades- capaces de resolver cuestiones por sí mismas, utilizando como paradigmas la inteligencia humana. Esta modernidad obliga a un replanteamiento de esos preceptos “sentimentales” sobre la ética y la necesidad perentoria de adaptarla a normativas prácticas de la actual y deshumanizada realidad, enfatizando en los procedimientos no policivos.
Tenemos los humanos el mismo cerebro anatómico de hace 10,000 años (sí, aceptamos que ha mejorado grandemente en lo funcional), las máquinas sí se han desarrollado. Es decir que hoy, no es solo la avasallante información buena o mala que pueda recibir un niño o un adolescente, ambos sin capacidad de discriminar pros y contras, el que nos comuniquemos con el mundo en segundos, el que paguemos y compremos por esta vía, que nos roboticemos, sino que nos estamos adentrado vertiginosamente a una nueva tecnología robótica con sus beneficios y peligros. Una aterradora predicción lanzó el físico británico Stephen Hawking durante el Festival Zeitgeit 2015 que se desarrolló en Londres la pasada semana, donde nos advirtió que en el siglo XXII la existencia de los humanos podría verse amenazada por las máquinas, especialmente por los robots con inteligencia artificial. Comentó ante un nutrido público, que será en los próximos 100 años -o incluso antes- que las máquinas superarán en su totalidad a la inteligencia de los humanos. Esa ciber-ética, que es la ética normativa de los mundos virtuales o la ética del “ciber hombreo”, debemos actualizarla, “reformatearla”, afrontar con coraje los desmanes, obligarnos a ser cibernéticamente responsables con un accionar enérgico contra las fallas, para mantener el correcto manejo en ese amplio territorio cultural que supone el ciberespacio y tratar de que mañana esos robots, futuras máquinas “pensantes”, no se conviertan en nuestros enemigos, pues de otro modo vamos camino a nuestra autodestrucción.