La cinta magnetofónica

<p>La cinta magnetofónica</p>

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Buenos días doctor Ubrique, estaba esperándole; tengo noticias que con toda seguridad le agradarán. Medialibra estaba parado en medio del recibidor de la Unidad Científica de Investigación Social; detrás de él destacaba una pared decorada con un mapa de las Antillas y otro de África; ambos mapas contenían cifras estadísticas acerca de la población, el empleo, la salubridad, la “esperanza de vida”, en cada país de esas dos regiones del mundo. Medialibra, ante unos carteles tan grandes, se veía insignificante: el nudo de su corbata casi desaparecía bajo el cuello largo y anticuado; la parte visible del nudo había cambiado de color por el uso continuo y el hábito nervioso de tocarse el botón más alto de la camisa. El archivero tenía el pelo lanoso, entrecano y revuelto; sobre la nuca los cabellos le crecían en varias direcciones encontradas. Ubrique se detuvo, le miró fijamente, sonrió y le tendió la mano. – Buenos días, Medialibra.

¿Son noticias de Bayamo o de Santiago? Los dos hombres entraron al salón de reuniones -a esa hora de la mañana completamente desierto- y ocuparon asientos en la mesa de conferencias.

Ubrique se sentó en la cabecera de la mesa; Medialibra, a su izquierda, le mostró una cinta magnetofónica con un letrero negro: 1979 – Santiago; P. Valdivieso; bajo este rótulo, pero en letras menudas, decía: “Segunda sesión”. -¿De qué se trata?- Es una entrevista con el señor Porfirio Valdivieso, de Santiago de Cuba, un hombre de unos ochenta años. Conoció a Machado, a sus opositores y a los policías que reprimían entonces en la provincia de Oriente. En la Unidad se le interrogó inicialmente por razones históricas, para conocer tradiciones antiguas de la ciudad; después a la dirección le pareció útil recoger información política sobre las familias de Santiago, tanto en la época de Machado como en los tiempos de Batista. Al gobierno le interesaba conocer los antecedentes políticos de las familias de Oriente. Muchos opositores de Machado se volvieron batistianos y se opusieron a la revolución. La Unidad podía conseguir y clasificar documentos para fines históricos, culturales y políticos. Quiero que usted escuche esta grabación.

Medialibra se levantó, entró en la habitación contigua y volvió con una vieja máquina grabadora. La colocó sobre la mesa, insertó la cinta y oprimió una tecla. Enseguida se oyó un chasquido y el aparato echó a andar. Se escuchó una tos y luego una voz cansada: “Mi nombre es Porfirio Valdivieso; nací en Santiago en 1913; toda mi vida ha transcurrido en la provincia de Oriente. No soy hombre de muchas letras pero mis padres me educaron lo mejor que les fue posible después de la Primera Guerra Mundial y de lo que llaman la Gran Depresión. Conocí al general Machado en un acto patriótico en Santiago. Me dio una palmada en el hombro y mientras se dirigía a los otros afirmó: los jóvenes cubanos serán ahora los responsables de dirigir la cosa pública.

Yo tenía en aquellos días veinte o veinte un años y muchos deseos de trabajar y prosperar. Se habló allí de Martí, de Céspedes, del general Máximo Gómez. Era un día de celebración de la independencia y de la libertad. Pero no había independencia ni libertad en Cuba. El célebre Ascanio Ortiz estaba metido debajo de la tribuna y tenía muchos policías custodiando al Presidente. Se trataba de un hombre duro y decidido. En los años siguientes organizó el terror en toda la provincia. Le llamaban “El chacal”.

Huyó de Cuba en 1933; se fue a Alemania con una rubia muy hermosa, según decían en Santiago, pues nunca la conocí. Conocí, eso sí, al hijo de Ortiz y a su esposa francesa. Prac, prac, prac”.

– Parece que la grabadora se atascó. Debe haber polvo en la corredera, explicó Medialibra, acto seguido abrió el aparato, sacó la cinta con cuidado, la separó del engranaje y con ayuda de un lápiz la hizo retroceder en el carrete a la posición anterior. -Estos archivos podrían perderse si no se copian de nuevo, dijo Ubrique en lo que Medialibra volvía a montar el cassette. El viejo aparato empezó a funcionar otra vez. La voz cansada de Valdivieso, algo deformada esta vez, repitió: “conocí, eso sí, al hijo de Ortiz y a su esposa francesa”. Tras una pausa breve comenzó de nuevo: “el hijo de Ortiz se llamaba, como su padre, Ascanio. La mujer venía de Francia, donde el muchacho desempeñaba un cargo diplomático por gestiones de su padre. El hijo fue acusado de los crímenes del padre y llevado a prisión. Un abogado de Bayamo, hombre muy serio, viajó a La Habana y expuso en un consejo de gobierno que no era conveniente crear trastornos en Oriente con una injusticia flagrante como lo es achacar a un hijo los crímenes del que ha huido. Todo el mundo sabía que el joven Ortiz vivía en París, bebiendo buen vino, sin saber nada de lo que ocurría en Cuba. Es posible, que no supiese, hasta ese momento, gran cosa de los abusos y crueldades de su padre. A pesar de estos alegatos fue recluido en Isla de Pinos. La esposa tuvo que esconderse en la Sierra Maestra. La insultaban en todos los lugares donde se presentaba; la amenazaban con apalearla. Mucha gente había sufrido en las cárceles del Machadato. Algunos querían vengarse o encontrar un chivo expiatorio. El abogado creo que aun guarda una declaración escrita por la mujer francesa. Esa pobre mujer nunca había venido a Santiago. Tampoco sabía que el padre de su marido era una fiera sanguinaria. Sé que un año después la pareja logró salir de Santiago para establecerse en Santo Domingo. El padre de él, al estallar la guerra en Europa, escapó de Alemania y se refugió en Brasil y después pasó a la República Dominicana”.

Entonces una voz de mujer anunció: “fin de la cinta número dos”. La grabadora se detuvo. Los oyentes permanecieron también en silencio.

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