La ciudad, los perros… ¡Y los ruidos!

La ciudad,  los perros… ¡Y los ruidos!

Los perros tienen gran sentido de “lo suyo”, especialmente de “su territorio” y de “sus humanos”. Y se las pasan orinando sobre troncos y vallados, para que su olor peculiar indique a otros caninos que están pisando en tierra ajena. En nuestras barriadas, es decir, en todas partes, demasiado a menudo los machos suben la voz para denotar poder y dominio sobre otros, y suelen utilizar aparatos de alta potencia para amplificar su música favorita, y para que se sepa de su ascendiente social, económico, político o simplemente de macho cojonudo.

O sea, que el estruendo que ensordece, aturde y hace vibrar las paredes de los hogares vecinos, es una disimulada auto afirmación del macho, encubierta en algo tan supuestamente inocente como sus infernales bachatas. Exportan su estruendo a las vías públicas, agrediendo a conductores y peatones indefensos. Los policías, divertidos, los ven pasar, porque ni siquiera saben que eso está prohibido, que daña la salud, y ellos harían lo mismo si pudiesen. Tampoco les molesta, porque ellos son de la misma cultura.

El ruido y el abuso se han disfrazado de cultura popular, amparándose en que cada cual hace en lo suyo (casa, carro, colmado), lo que le venga en gana. Es su derecho, creen, porque a eso se refería Benito Juárez, con aquello de que: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Agresividad y agresión son hoy día rasgos culturales dominicanos. La pobreza y el machismo se frustran malamente ante la incitación consumista del marketing de la globalización. La pobreza y la frustración, solas, no producen agresividad; sí lo hacen cuando la auto-estima o la seguridad del individuo están amenazadas.

Frustración agresividad que a menudo se vierten los indefensos: mujeres y niños, y vecinos más pobres.

El nuevo poder barrial se vincula con la política clientelista y con el pandillerismo narco o de otras índoles. Los caciquillos barriales se promueven y se hacen notar en el barrio con su máquina de ruido. Marcando el terreno, como los perros, recordándoles quién es el que manda.

La agresión y la afirmación del macho alfa de la manada barrial es de la misma especie que de los jefecillos políticos: estos en las vallas, estos con sus parlantes. Postes anunciadores, volantes y altavoces se unirán durante las campañas. Machos políticos, caudillos barriales y otros jefecitos no solo se orinan en el barrio, sí que defecan sobre todo el país, capando y señalando, y marcando territorios. Son, en nuestra “moderna” democracia a la dominicana, formas simbólicas de redistribución del poder.

El hombre utilizará siempre todo lo que le sirva para marcar territorio y declarar poder y autoridad. Desde la ropa hasta las armas; desde la posesión de la hembra más hermosa, hasta la exhibición de coraje, conocimientos y habilidades. Y “su hembra” será la primera en saberlo, a veces brutalmente. En gran medida, en eso han devenido la “globalización capitalista”, la “rebelión de las masas” de Ortega y Gasset, “la revolución marxista” y la “dictadura con respaldo popular” de Bosch: En ruido, desorden y pillaje.

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