La ciudad traicionera

La ciudad traicionera

POR ALEXIS MÉNDEZ
Te recibe con los brazos abiertos. Te exprime y obtiene lo mejor de ti, porque ella es la metrópolis de la moda. Si te añejaste te maltrata. Te saca a empujones y te reemplaza. Su única tradición es “no mantener tradición”. Así es Nueva York en todos los órdenes. Una ciudad que no admite folclore.

Que es oportunista y carente de memoria. Pero que tiene una magia sin igual, que nos lleva a poner las nalgas a su alcance para que nos las patee.

En la década de 1940 desbordó entusiasmo por el jazz. Desde los pequeños locales desconocidos de Harlem surgió la revolución. El fraseo y la improvisación llegó a la cumbre con el “Bebop”, estilo en el cual brillaron Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Thelonious Monk, entre otros. Y los analistas decían que Nueva York era la capital del jazz.

En los 50 se bañó de mambo. Asimiló las influencias de Pérez Prados y pintó esta expresión con el color de sus rascacielos. Solo se hablaba de las noches del Birdland y el Pelledium, de Tito Puente, de Frank Grillo, de Tito Rodríguez. Y los analistas decían que Nueva York era la capital del mambo.

En los 60, por un lado su gente empezó a crear música tropical sin estar en el trópico. Ahí está la pachanga y el boogaloo. Por el otro, se aprovechó del auge del soul y de la postura política de sus figuras principales: Sam Cooke, The Supreme y Aretha Franklin. Entonces sirvió de centro para los grandes eventos de soul. Y los analistas decían que Nueva York era la capital de la pachanga, del boogaloo y del soul.

En los 70 fue  sede principal del movimiento musical latino más importante, ocurrido en la Segunda mitad del siglo XX, síntesis de una revolución sociocultural. Me refiero a la salsa, música que la puso en los oídos del mundo, cuando los analistas vociferaban que Nueva York era la capital de la salsa.

En los 80 veneró al merengue. Fue testigo de su etapa dorada. Fue su mejor plaza, tanto que nuestros músicos todavía anhelan la teta que dejaron de mamar. Se vendió como la tierra prometida que dio de beber “al compadre Pedro Juan”. Y los  analistas decían que Nueva York es la capital del merengue.

También sirvió de centro de operaciones de la industria del pop, que por primera vez desintegró la distinción entre las propuestas de los negros y los blancos. Y los analistas repetían? Nueva York era la capital del pop.

Todos los géneros acogió, y en su momento los sacó de raíz de su recuerdo. Hoy no sabe lo que es mambo. En todas parte se le rinde tributo a Tito Rodríguez, menos en NuevaYork. Allí nadie te habla de pachanga, ni del boogaloo, ni del soul. Recientemente la estrellas de la Fania fueron opacadas en un concierto donde todos aclamaban a Tego Calderón. Y los merengueros no tienen nada que buscar, porque Nueva York los elevó muy alto y después lo dejo caer.

Creo que los analistas deberían decir que esta es una ciudad traicionera. Que lleva en sus hombros la crueldad de la modernidad, que humilla el esplendor de la historia. Es una ciudad que no se fija en lo que dejó atrás, que solo piensa en la pisada que está dando.

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