Nuestra ciudad suele ser hostil en diversos sentidos. Por mucho tiempo se creyó que la civilización traería a los humanos condiciones de supervivencia y seguridad mucho mejores que las selvas primitivas.
O las de civilizaciones donde las multitudes eran oprimidas bajo la esclavitud u otros regímenes; como la obligación de morir en conflictos y guerras que en poco los beneficiaban.
La lamentable verdad es que la ciudad puede ser en muchos modos tanto o más hostil que aquellas selvas y aquellas civilizaciones esclavistas y guerreristas.
En nuestra ciudad, lo más elemental, la vida afectiva, demasiado a menudo es una serie interminable de experiencias rudas y traumáticas.
En las vivencias barriales, antiguamente cálidas de afectos, priman, en cambio, los contactos e interacciones anónimas, impersonales, en las que cada individuo es una especie de instrumento para el otro. Hay mucha carencia de afectividad o la misma suele estar cargada de agresividad y hostilidad contenidas, y la relación entre humanos se realiza con prisa, con escasa amabilidad y respeto.
El desempleo, el costo de la vida se sienten rudamente en los escasos ingresos domésticos. También porque hasta el agua potable se ha convertido en un bien de lujo, y hasta los más pobres compran agua industrializada. El drama de la acumulación de basura, el ruido y el desorden visual, degradan el paisaje urbano haciéndolo poco amigable, insufrible, desquiciante.
Salir a la calle, ir a la esquina es ya una situación de considerable riesgo. Hay zonas, lugares, en que el peligro aconseja no aventurarse.
El individuo es materialmente agredido por el ambiente del barrio, los ruidos de los colmadones; cúmulos de desperdicios fétidos obstruyen sus pasos; pero aún resulta la apropiación arbitraria y el uso antojadizo de los espacios públicos de circulación; ocupados por talleres, sillas y mesas de colmadones y ventorros, y por vehículos y objetos “dejados ahí” por sus dueños con carácter permanente.
Peores son aquellos barrios de gente pobre compartidos con empresas industriales; o con la cercanía de un puesto de expendio de gas u otro combustible, que junto a las industrias que permanentemente expelen residuos tóxicos, suelen producir enfermedades pulmonares y dificultan de respiración.
Diariamente, los pobres tienen que desplazarse a buscárselas, en circunstancias en que los medios de transporte más comunes son muy poco confortables, cuatro ocupantes en un asiento diseñado para dos o tres, además calurosos, sin cinturones de seguridad y propensos a colisionar, a accidentarse.
Ese ciudadano de a pie, luego regresará a casa cansado y con poco o nada para su prole y sus ancianos y enfermos que esperan en su morada.
A la hora de descansar, el ruido de los colmadones atiborrados de bebedores e inhaladores de sustancias, con sus músicas estrepitosas, infernales, no les darán la paz necesaria para restablecer fuerzas y para soñar que mañana será un mejor día.
Solo la consolación que la fe provee puede animarlos a continuar.
Lo menos que deben hacer los gobernantes es pensar en una estrategia de empoderamiento territorial, que les permita controlar progresivamente sus territorios, y sus vidas comunitarias.
El individuo es materialmente agredido por el ambiente del barrio
Salir a la calle, ir a la esquina es ya una situación de considerable riesgo
Hoy en día hay mucha carencia de afectividad en los barrios