Actualmente se vive la ilusión de entender el mundo y la vida por el hecho de poder manosear conceptos y aparatos, y usar términos de ciencia y tecnología. Millones manipulan un celular sin tener jamás el menor conocimiento sobre sus mecanismos. De tanto hablar y utilizar la electricidad, la materia o cualquier aspecto o parte de la naturaleza se tiene la ilusión de que conocemos su esencia. Los hombres de ciencia no son muy diferentes. De tanto observar los microorganismos y las galaxias suelen olvidar aquello de que cuanto más se amplía la esfera de lo conocido, tanto mayor es la frontera de lo desconocido. La mente del cientista, como la del hombre común, para entender tiene que separar, disecar, apartar, analizar; y a cada parte separada le pone nombre para estudiarla por separado y luego observarla en movimiento, funcionamiento o evolución. “Cada partícula de la realidad es infinitamente más compleja y rica que cualquier concepto, análisis o representación mental o física que se haga de ella” (Popper).
Demasiado a menudo nos traiciona el ego, el orgullo de ser “descubridor”. Nos envuelve una euforia que hace pensar que es lo mismo descubrir, analizar o denominar que el acto de crear desde nada. Como la mente no alcanza a la creación propiamente tal, entonces, niegan tal posibilidad y la acomodan a la idea más doméstica de la evolución, pero de una evolución que partió de la nada, negando a Dios y toda realidad alternativa. Lo curioso es que a su lado pueden estar ocurriendo fenómenos que no comprenden, a los cuales dejan fuera de “su” realidad, poniéndoles la etiqueta de “paranormales”. Se parecen, en cierto modo, a los “papeles del Pentágono” llamados “clasificados”, es decir, que son peligrosos o no pueden darse a la luz pública por el desconcierto que supuestamente crearían.
Aunque se trate de gentes “estudiadas”, no difieren mucho de gente común que no ha visto ni cree en la existencia de los microbios, en el VIH, ni en los virus que pueden ver. De hecho, nadie ha visto una enfermedad, una indigestión, una hepatitis, una diabetes o un dengue. Antiguamente se pensaba que eran espíritus malignos. Nadie tampoco ha visto el aire ni la electricidad; ni una onda hertziana.
Ignoramos infinitamente más de lo que sabemos, aunque actualmente existe culto a la objetividad; presunción que ya la Ciencia abandonó. Podemos alcanzar la “intersubjetividad”, una certeza compartida sobre determinados aspectos de la realidad.
Nadie ha visto el alma; hemos visto un cerebro, no los pensamientos ni las ideas. La realidad es infinita, y el hombre actual es, matemáticamente hablando, tan ignorante como el hombre primitivo. Hay para quienes Dios no existe, e incluso hay cristianos para quienes los espíritus no existen. Lamentable y peligrosamente, a menudo pareciera una cuestión meramente personal el decidir qué existe y qué no existe. Ahora, la tecnología de comunicación nos está conduciendo a una burbuja cultural e individual que no comunica con los vecinos, mucho menos con los pobres. A veces ni siquiera con la propia familia.