Ella nos quita la piel de forma premeditada, dejándonos sensibles, intocables y aislados. Ella nos deja en un estado onírico, confuso, sin norte, desfigurados y desnudos. Nos succiona los tuétanos hasta caer muertos y sin esperanza. Ella misma nos elogia para luego dejarnos en un abismo espiral, cayendo en la oscura humedad del pozo de la ignorancia. Ella nos tritura hasta convertirnos en materia más digerible; y es ahí, cuando nos come como un monstruo. Ella, la cleptocracia, se ha insertado en las ranuras de la cultura dominicana; solo existe una forma para erradicarla, no hay dos, no hay tres formas, solo una: ¡Exterminarla!
Es el poder de los ladrones para continuar la usurpación del Estado y del país. Es cuando la corrupción se institucionaliza y todas las acciones antidemocráticas, corruptivas y dañinas son aplaudidas y celebradas como hechos “normales”. La cleptocracia, yo le llamaría, es un elemento cultural atrofiado , disfuncional y canceroso en el sistema social que dirige erróneamente las condiciones de vida y seguridad del país en donde vivimos.
La cleptocracia es un termino que en griego significa “robo y poder”.
La República Dominicana está diseñada y proyectada teóricamente en las virtudes. Pretendemos y deseamos ser una nación donde la justicia y los comportamientos que sustentan el tren del Estado nos levanten hacia un nivel de felicidad y seguridad ciudadana; sin embargo, muchas cosas se quedan en la plataforma del ensayo, es como si cayéramos en una obra teatral, que cuando termina nos levantamos y volvemos a la realidad del caos. Percibimos un sentimiento mezclado y amarrado por sogas ancestrales de los cobardes que fueron atrapados y desaparecidos por no accionar a tiempo; aquellas sogas o camisas de fuerzas creadas y vendidas por nosotros mismos. Cómo es posible que en medio de tantas quejas y gritos de dolor, seguimos aplaudiendo las prácticas que destruyen la virtud que nosotros deseamos como pueblo y como seres humanos. Aplaudimos a un Nayib Armando Bukele Ortez, presidente de la República de El Salvador, por sus virtudes y transformaciones que él ha generado en ese país. Es tan así, que deseamos lo mismo para nosotros, soñamos y expresamos que la República Dominicana necesita un Bukeleismo; sin embargo, volvemos a las prácticas que alimentan la cleptocracia, aplaudimos y sustentamos la corrupción.
Desde una perspectiva antropológica, el ser humano posee una estructura moral, tiende a buscar la felicidad, aquellas virtudes que nos guían a realizar tareas con excelencia. Como dominicanos debemos promover la excelencia en la administración del Estado. En la antigua Grecia le llamaban la Areté; en otras palabras, hacer lo mejor con excelencia, no permitir errores. La cleptocracia empobrece, para los ricos crea un círculo de inseguridad, nadie gana, todos perdemos. Aunque sea a un alto costo, la solución es parar la institucionalidad del poder que les hemos otorgado a los ladrones. Y no estamos hablando solo de los casos recientes, nos referimos a todas esas prácticas que por generaciones sabemos que nos han robado la riqueza de llevar una vida en abundancia, el poder caminar por nuestras calles sin temor a ser secuestrado, y ver a nuestros hijos y amigos crecer en un ambiente de equidad y realmente democrático. Si anunciamos la excelencia y practicamos la excelencia, culturalmente vamos a interiorizar las virtudes que nos lleven a construir una sociedad envidiable; construiremos una sociedad que no acepte la justificación y la aceptación de la cleptocracia.
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