La cocina de Colón, la alimentación en los tiempos de la conquista

La cocina de Colón, la alimentación en los tiempos de la conquista

En el libro de Consuelo Varela, “Cristóbal Colón y la construcción de un nuevo mundo”, publicado por el AGN, (2010), aparecen datos que nos permiten imaginar la cocina de Cristóbal Colón. Los gustos del almirante eran, y es lógico suponerlo, muy distintos a los que ocupaban las naves que los trajeron América, y diametralmente distintos a los de los indígenas que encontraron. Por lo que cabe pensar que la conquista fue también un proceso de hibridación de sabores en el que el espacio, los medios y el poder desataron sus fuerzas.
Dice la historiadora: “Para conocer las necesidades de la casa del almirante basta ojear la lista de las conservas que le fueron remitidas en agosto o septiembre de 1494, que sin duda debía de responder a una petición previa del genovés: «Doze hachas e treinta libras de velas. Veinte libras de diacitrón; cincuenta libras de confites sin piñones. Una dozena de botes de todas conservas. Cuatro arrobas de dátiles. Doze caxas de carne de membrillo.” (Varela, 44).
También pedía el conquistador: “Doze botes de açúcar rosado. Cuatro arrobas de açúcar blanco. Una arroba de agua de azahar e otra rosada. Una libra de açafrán. Un quintal de arroz e dos de pasas de Almuñecar. Doze fanegas de almendras con caxco. Cuatro arrobas de buena miel. Ocho arrobas de azeite, que sea fino. Dos jarros de azeitunas. Manteca fresca de puerco: tres arrobas. Cuatro arrobas de xabón…” Y hasta “veinte orinales con sus vasijas. Cincuenta pares de gallinas e seis gallos” (Ibid.).
En su novela “La navidad, memorias de un naufragio” (Lacré, 2016), Marcio Veloz Maggiolo representa la diferencia entre el comer del almirante y sus marineros y el conflicto entre los demás peninsulares en la medida en que la comida no llegaba en son de igualdad. Dice el narrador “porque vimos hombres de uniforme y cascos, y gran cantidad de lo que supuse que eran pesados barriles de pólvora, y desde luego pipas, botes grandes de aceitunas de lo que se usan en Andalucía para contener harina, y barricas de vino y carne salada, que eran similares a los que se usaban en los embarques en el Mediterráneo”. (120).
En tiempos de hambruna y desabastecimiento en La Isabela el memorialista de la novela de Maggiolo narra las peripecias de los nuevos colonos para conseguir alimentos, mientras que Cristóbal y Bartolomé Colón tenían los productos rescatados para la Corona como “Bestias y crías de aves, cabras y cerdos numerosos llegaron a tener el Almirante y luego el Adelantado Bartolomé en las dehesas y almacenes propios ya en el año de Nuestro Señor de 1495” (Veloz Maggiolo, 75).
La representación de la cocina y la alimentación en los primeros años de la conquista se encuentra dentro de la lucha entre los Colonos y los demás peninsulares. Estos son discriminados por su origen italiano, como aparece representado en varios pasajes de la novela, pero su posición de mando les permite estar por encima de las contingencias cotidianas, como la de la alimentación. Es Las Casas quien nos presenta el desbalance alimenticio que supuso la conquista. En Apologética Historia Sumaria señala el descontento por los alimentos, las raciones que se daban de las alhóndigas del Rey “que era una escudilla de trigo que lo había de moler (el recipiente) en una atahona de mano (y muchos lo comen cocido) y una tajada de tocino rancio o de queso podrido, y no sé cuántas habas o garbanzos, vino, como si no lo hubiera en el mundo; y con esto, como habían venido a sueldo de los reyes, y tenían en ello parte el Almirante, mandábalos a trabajar, hambrientos y flacos y algunos enfermos” (citado por Tolentino, 45).
Desde España se importaba, para 1495 cebada, vino, vinagre, aceite, tocino, higos, pescado salado, habas, garbanzos, gallinas, puercos, conejos, almendras, arroz, mijo, carneros y vacas. Pero esto no fue suficiente. Por tal razón, afirma Tolentino que la alimentación fue un verdadero rompecabeza para el Almirante (44) de tal suerte que los peninsulares tuvieron que comer culebras. El autor dice de forma jocosa: “muy temprano en la colonia las jutías, iguanas, perro mudo, quemí, mohuy, cori, lagartijas y culebras tuvieron que acelerar su agilidad a fin de poder escapar a la voracidad de los neófitos heliogábalos” (46).
Veloz Maggiolo describe en su libro el guayabal y su mítica función, la comida de bola de barro y de serpiente por los indios, la del perro mudo y la jutía como la carne de un animal roedor llamado corie. Dice que la iguana era comida de cacique, el uso de la barbacoa, la tinaja de barro; la ingesta de manatíes y quemí, roedor poco abundante (Veloz Maggiolo,118). Tolentino ve en la hambruna una fuerza que empuja a los peninsulares a adaptarse a la dieta de los indios, pero lo más cierto es que ambos se encontraron en la necesidad de no discriminar y comían todo lo que no mataba. Dice Veloz que el hambre se inició con la ciudad de La Isabela. Su narrador memorioso señala: “Después de la batalla de La Vega Real, ya a solo dos años de haberse fundado la villa de La Isabela se incrementó la cacería de indios. Eran guardados para enviarlos a España, y algunos morían de pena, porque alimentos no tomaban y pocos alimentos había desde el principio de la villa” (124). Agrega que el Almirante usaba los bastimentos para su propio uso, lo que desataba las quejas de otros peninsulares. “Colón no daba de lo que atesoraba y la idea de buscar oro con manos de indios, sacó de sus conucos y labranzas a los que podían proveer alimentos” (ibid.).

En la novela “La Navidad, memorias de un naufragio”, Veloz Maggiolo sintetiza una fuerza que empuja la hibridez culinaria, pero una razón poderosa que nos pone a pensar en el contexto en que se da esa mezcla de cultura y el destino de los indios y los españoles de abajo: “Fue para mí la primera pordiosera, hombre o mujer, vista en un sitio de indios y ello me daba la impresión de la hambruna creciente, pues si antes los indios daban lo que tenían, ahora pedían para sobrevivir. Eran lo mismo que nosotros (los españoles), sobrevivientes…” (132). Este fragmento muestra que la conquista dejó abajo en la escala social al indígena y al negro y al español pobre. Por eso muchos querían regresar a España y cuando tuvieron la gran oportunidad otros desertaron hacia tierra firme.

Las lecturas que nos permiten Tolentino y Veloz Maggiolo, el primero desde la historiografía y el segundo desde la novela en busca de la cotidianidad alimenticia en los primeros años de la colonia de La Española, desdice por mucho el ideal romántico del encuentro de las razas como la división entre españoles e indios, cuando en verdad se debía a las razones sociales y a la lucha de poder. La colonia debía destruir las indias y en eso el gran cronista era el padre Bartolomé de Las Casas.

El contraste entre la cocina de los Colón y la del pueblo español que se trasladó a las Indias era más que evidente. Se hermanaron en la sobrevivencia indios, negros y españoles pobres.
La imposición de masas de gente en un espacio determinado no solo trae enfermedades, sino la hambruna porque la alimentación está formada de recursos limitados que pueden ser sobrepasados por la demanda humana y por las prácticas del poder.

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