La coherencia, las promesas y el costo político

La coherencia, las promesas y el costo político

El título de mi columna esta semana tiene que ver mucho con algunos pensamientos que me han atravesado estos últimos días, relacionados sobre todo con acciones y decisiones, en ocasiones demagogas que dicen mucho de nuestro sistema de partidos, sus actores y la institucionalidad, pero sobre todo su capacidad de para generar confianza en la gente que les vota.

Y sí, sé y estoy consciente que los niveles de desafección y apatía son altos, pero como demócrata que soy sigo creyendo que la política es una vía correcta para generar las transformaciones que necesitamos como país, por eso me he dedicado a estudiarla, me apasiona profundizar cómo y por qué funciona.  También me genera ilusión acompañar a personas que realmente dimensionan la importancia de hacer buena política, sin importar sus colores, diferencias religiosas o generacionales.

Ver gente en estos días que tan medalaganariamente asume posiciones en campaña para luego cambiar drásticamente su discurso cuando llegan al poder me duele, y me duele de verdad, veo otros sistemas donde las políticas públicas en beneficio del colectivo son posibles y luego ver la irresponsabilidad de quienes tienen que conducir el futuro de mi país a veces puede ser desgastante.

De los valores que cualquier persona puede tener más allá del espectro político, la coherencia es la más difícil, pero intentar mantenerla es lo que te garantiza el respeto y la credibilidad. Tampoco hay que ser tan utópicos, el ejercicio político a veces te obliga a actuar de manera pragmática, pero eso no debería ser una excusa para negociar con los derechos de la gente, por ejemplo.

Cada vez que un político o política no asume las promesas de campaña, sin importar bandería o línea ideológica, le hace un gran daño a un sistema de partidos que a juzgar por los últimos resultados electorales está en “intensivos”.

Eso sí provoca un costo político real: la desconfianza de la gente que lamentablemente también salpica a quienes sí tienen la voluntad de hacerlo mejor, esa que no motiva a la gente a salir un domingo a votar o simplemente les hacen buscar soluciones individuales a los problemas que son colectivos.

Para ilustrar este “desahogo” solo basta ver los videos de las entrevistas, discursos y leer los planes de gestión, escuchar a la gente que se arrepiente de haber apoyado a una u otra candidatura o simplemente ver el gran retroceso que supone las acciones que se han cometido desde el Congreso Nacional las últimas dos semanas.

Ojalá que la “politiquería” no nos siga quitando la ilusión de vivir mejor, de participar y de aportar. Que prime un poco de sensatez a la hora de gestionar lo público y legislar, que los partidos sepan identificar sus mejores liderazgos, porque en todos los partidos hay gente que quisiera adecentar un poco esto.

Pero además, que nosotros como ciudadanía no “tiremos la toalla”, dentro o fuera de la República Dominicana, todo lo que pasa en nuestro país nos afecta y nos seguirá afectando y la única vía para hacer frente a la irresponsabilidad de la clase política es participar, exigir y demandar.