LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

Somos habitantes de un mundo  en el que no se puede confiar mucho en apariencias, en el que pocas veces se sabe de qué está hecho realmente el aceite de cocina; en el que lo sintético permite llamarle caucho a lo que hace tiempo que no lo es y en el que el 75% de las rubias lo son por obra de los químicos y no por genética.

En ocasiones, hablar de  pechos exuberantes remite más a la silicona que al tejido que preferirían  los bebés y   hasta  los adultos. Sobre los  glúteos  ya se podría decir  que el “acolchado”  de ciertas damas resultaría   tan industrial como el cojín que los recibe al sentarse.

En el renglón de las cabelleras, la simulación es abundante. Algunas amigas de infancia   entradas en edad se pasean por el presente sin una sola cana y sin una sola arruga. Jamás imaginé  que la ciencia y los afeites iban a lograr que las nietas parecieran mucho más jóvenes que las abuelas que les conocí aunque ahora ellas son las que están  en edad provecta.

Hubo un tiempo en el que  llamaba la atención lo mucho que duraban los autos. Carros de bomberos inacabables. Chevrolet de antigüedad y con magnífica carrocería. Mercedes Benz que parecían eternos y algún Ford  que se mostraba indestructible. En estos tiempos lo perdurable es humano. Aunque por doquier nos llaman don y hasta “viejo de m.” si no  nos quitamos pronto  del curso de acción de una “voladora”, a la Rosita que conocí en mi juventud; a la graciosa Carmen y a la muy esbelta Miriam no les podrían dar  ningún tratamiento de etiqueta que aluda a la vejez. Parecería que en algún lugar de este  curioso mundo encontraron  la fuente de la juventud.

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