LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO

En vista de los  hechos,  tirios y troyanos tendrían en el futuro   que actuar con prudencia para no exponerse a dar picazos que  resultaren  controversiales tanto  si son de los primeros   como el  del acto final que suele incluir cortes de cinta con malas poses para la historia. Averígüese previamente  el talante de los patrocinadores de la obra, tomando en cuenta que mientras más alta sea la edificación que se  acuna, de mayor altura podría caer el prestigio. Darse alguien tan duro en la caída, que  el “excúsenme de nuevo” resultaría un antídoto tardío.

Algunos de los primeros pobladores de la isla decepcionaron por la docilidad con que recibieron obsequios de espejitos y minucias de los conquistadores. Pero esos infelices nunca pasaron por una universidad. Ejercían sus mandatos tribales sin haber abrevado en sociedades de alto desarrollo antes de encabezar a sus comunidades. Jamás pasaron por círculos de estudios ni hubieran podido, por su vacío de referentes, prometerles   a sus súbditos la creación de un Nueva York chiquito. Ese cuento vendría después.

Tampoco se les hubiese ocurrido a  nuestros caciques avergonzar a los demás atribuyéndoles  incapacidad para “conceptualizar”. Algunos inditos de taparrabos  no podían hacer otra cosa que creer en baratijas. Lo raro es que ahora  estemos ante el fenómeno de la fascinación  aprobatoria que logran advenedizos de aventuras y correrías en el exterior que a nuestras costas llegan. No hay más remedio que ver a los aborígenes como merecedores de una “amnistía” para que no se les siga aludiendo como símbolos de debilidad y pobreza de  escrúpulos. Los cronistas tendrían que ponerles nuevos nombres a los complejos de Malinche y Guacanagarix.

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