Sin los señores del segundo nivel (mochileros, adláteres, pajes, escuderos y co-beneficiarios de diversa laya) no habría muchas posibilidades de éxito para los números Uno de la política. Se puede llegar a la cumbre como físico nuclear o como financista; o triunfar como gerente general de las mayores multinacionales sin deberles mucho a asociados y pelafustanes. Pero la mayoría de los proyectos de poder necesitan de una variada gama o morral variopinto de coautores, con categoría de imprescindibles en las zonas tropicales.
Un sub-protagonismo que cohesiona a individualidades sumidas en el interés de vivir bien y llegar patrimonialmente lo más lejos que se pueda en la profesional carrera de medrar en la Cosa Pública (Dame lo mío).
Un liderazgo de larga y promisoria existencia no se construye solo con sonrisas, apretones de mano y los espejismos al estilo de prometer que el cambio va o seguiremos palante. Se necesitan los concursos de quienes se ofrecen a bailar al compás de la música que marca el primero de la fila aunque se trate de un bailamalo. La cooperación del nivel medio para mandamases puede convertirse en hábito de los espíritus. Por eso una buena cantidad de sus cultores actúan en masa al cambiar de litorales y alcanzan cuotas de poder que podrían incluir impresionantes licencias para hacer diabluras en el tren administrativo. El pragmatismo de altura evita el error de excluir a un consumado turiferario solo porque le crecieran las uñas.