Ya el puente está tendido con uno de sus lados situado en el poderío de algunos políticos y el otro, en el más preciado de los ahorros nacionales. Es una obra de ingeniería basada en las leyes del Estado gracias a la mecánica burlesca de las ternas, formalidad que en este caso recubrió un palo acechado. La opinión pública está forzada a carabina aunque abundan antecedentes para temer por el mejor destino de cien mil millones de pesos salidos de las costillas de la gente que trabaja en este país.
El golpe está dado y ahora faltaría una forma eficaz de erigir barreras contra las intenciones de reservar grandes recursos para los unilaterales planes de unos magos que actuaron con nocturnidad; con croquis de aposento, demorando, y casi avergonzándose, de dar a conocer el decreto que pone al enorme queso de las pensiones a su propio cuidado. ¿Cómo no temer lo que pueda pasar con semejante bicoca en manos de personas con acentuada vocación por barrilitos, que se inquietan por hilvanar papeletas para estadios gigantescos que compitan con Cooperstown? Proclives a líneas de metro a construirse con desprecio a las urgencias sociales, sin minuciosidad de cuentas ni ponderación de la ciudadanía.
Capaces de azucarar con premeditación infracciones como la de Sunland; herederas de los desaciertos de las cuatro C (CORDE, CDA, CDE y CEA) hundidas durante la hegemonía colorada que, en nombre del camino bueno, prolongó en el tiempo la acumulación originaria. Excúsenme de nuevo pero esos cuartos los necesitamos.