LA COLUMNA DE HORACIO

LA COLUMNA DE HORACIO<BR>

“Amamos al prójimo pero no lo suficiente como para excusarle que sea tan numeroso”.

La Pasión trae, desde hace tiempo, un milagro extra y mundano. Convierte en acogedoras, apacibles, transitables y hasta reveladoras, a ciudades como Santo Domingo. Es tanta la gente que toma las de Villadiego por el asueto largo, que entonces uno descubre que suprimida la marejada humana y el tropel desenfrenado de máquinas rodantes existe un hábitat urbano con calles que se extienden y cruzan con bastante sentido geométrico; con edificios que  evocan épocas  y testimonian el sucesivo y productivo esfuerzo de las generaciones que edificaron para imprimir  identidad  a esta patria chica santodominguense. Desde Ovando hasta nuestros días, inmancables aportes de ingenio y esfuerzos la configuraron.

Sin embargo es una pena que para constituir a la Capital de la República se necesitara un excesivo quórum de habitantes, porque entonces el enorme peso de la demografía aplasta las bellas formar materiales, desasosiega y multiplica los peligros porque las muchedumbres no resultan homogéneas  ni ordenadas y es notorio que se transportan de la peor forma. No es lo mismo ver a la avenida Churchill cual es que sumergirse en una abigarrada confusión de individuos y riesgosos medios de locomoción invadiéndola.

No es lo mismo el parque Enriquillo que coincidir allí con 7 mil personas que cargan disparates para inoportunas ofertas, gentío en el que nunca falta algún tipo  que parece estudiarnos en buscar de nuestro lado flaco para ir al ataque. Aprovechemos los días santos para redescubrir  a la auténtica  Ciudad, sin  elementos de distracción ni estorbos visuales. Dicen que en ocasiones los árboles no dejan ver al bosque. Por lo mismo, muchos miles de capitalinos (ahora en las lejanas playas) nos dan tregua y el amado entorno citadino cobra valor.

 

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